jueves, 15 de marzo de 2018

Crítica: LIMA DE VERAS


La luz del pasado

Lima de veras enfrenta el compromiso de antaño, que juraba y cumplía amor eterno contra la fugacidad de hoy que banaliza el sentimiento y se expresa mediante el divorcio, la ruptura y el cambio, como consecuencia de una sociedad del descarte.

El conflicto en Lima de veras radica en el choque de estos conceptos, cada uno perteneciente a una época emblemática de nuestra ciudad. La pureza del cariño es representada por el jolgorio y la luz de una varieté en los años 40, mientras que la separación abrupta y desesperada forma parte de los años 90, cuando la penumbra arremetía dentro de los hogares y el terrorismo acechaba en la capital. Los valses criollos que acompañan el transcurso de la obra son el hilo conductor que nos pasea de una realidad a otra.

Aunque un tanto maniqueista, Lima de veras acierta en decirnos que la ciudad ha cambiado, apuntando a elementos que reconocemos, como la creciente inseguridad, la desconfianza, el desorden y la violencia.

A pesar de la valoración del concepto que esconde la puesta en escena, cabe decir que existe un vacío sustancial en el desarrollo de cada uno de sus cuadros: la presencia de un conflicto interpersonal entre los personajes/actores.

A lo largo de la obra, el diálogo es el recurso de exposición, contradicción y resolución, dejando de lado la acción dramática. Esto recae en personajes inmóviles que conversan, incansablemente y someten al espectador a sus indecisiones, sobre divorciarse o no; situaciones siempre circulares y redundantes. Así pues, la obra apela al estatismo, el suspenso no crece sino que se mantiene tenue como la luz de sus velas y sólo respira cuando se añade una situación cómica, palmas, entremeses.

Por otro lado, la aparición de Reynaldo Arenas es destacable en cuanto significa su presencia para darle un giro dramático sorpresivo y enigmático a la obra. Su energía empuja las escenas hacia nuevos ritmos y su rol de predicador ante el público, proclama una postura contundente sobre la esperanza que sostiene el montaje, en que vuelvan esos viejos tiempos que tanto se anhela, donde el compromiso y la generosidad, eran valederos.

No hay duda que Lima de veras es precisa en remarcar que hemos perdido la mirada sincera hacia el otro y nos encontramos, por ahora, en una ciudad profundamente oscura; sin embargo, su ejecución es tenue como los valses que intenta gritar, con esa voz que se apaga en el momento de mayor furor y desgarro.

Bryan Urrunaga
15 de marzo de 2018

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