“El actor es libre de escoger el camino que desee”
“Nunca quise ser actor”, nos comenta Ramón García. “No
estaba en contra de la actuación, pero nunca se me cruzó por la mente; por el
contrario, yo quería ser marino como mi padre”. Con una larga trayectoria en
teatro, cine y televisión, Ramón logró el premio del jurado de Oficio Crítico
como Mejor actor por El país de la canela (2017) de Alonso La Hoz. “Perdí a mi
padre desde muy niño y lo que me han contado es que me parezco mucho a él: soy
aventurero, crítico, no estoy conforme con nada”. Por cierto, él no se
considera un desadaptado, pero sí refiere que siempre se ha cuestionado el
porqué de las cosas. “La actuación y todo lo que ha sucedido en mi vida es por
una precipitación de acontecimientos, como dice el tango: “Cuesta abajo en la
rodada”, ya que no creo que tenga muchas cosas preconcebidas en mi vida, más
bien yo las he ido encontrando”.
Estudios y primeras experiencias
Luego de que su deseo de ser marino se viera frustrado, como
Ramón lo menciona, por una cuestión policíaca (“Otro día te cuento”, asegura)
que le impidió dar su examen de ingreso, decidió entrar a la universidad. “Vagué
mucho tiempo y la disciplina me la imponía yo”, recuerda. “Hasta que en un
momento le di un uso más inteligente, y a los 25 años entro a estudiar Economía
en la Universidad de Lima”. Es por una inquietud, que Ramón la describe como
“erótica”, por la que entra al taller de teatro para ir detrás de las chicas.
“Me gustaban los números, pero después en Análisis matemático empecé a patinar;
me dije que no sabía qué hacía en Economía y me causaba molestia, porque yo
siempre he pensado que la educación tiene que ser entretenida y no traumática, así
que me pasé a Comunicaciones”. Ramón terminó esta nueva carrera y a los pocos
meses debutaba en el TUC, no sin antes haber llevado un entrenamiento previo.
Ramón guarda los mejores recuerdos de uno de nuestros
mejores directores, Carlos Padilla. “Había como 50 personajes y cuando
entregaron libretos, yo solo quería que me den un papelito”, recuerda. “Al
final, Carlos me dijo que iba a ser el tío rico de la obra y además, era el
protagonista. “Pero yo nunca he actuado”, le dije y él me dijo: “Si yo digo que
lo puedes hacer, lo puedes hacer”. Y efectivamente, enfrenté ese reto”. Fue
en 1977 que Ramón rindió su examen en el Teatro de la Universidad Católica (TUC),
pero debido a que todavía se le cruzaban cursos en la otra universidad, reservó
matrícula. “Estando en ese asunto de haber ingresado y no ser alumno, me llama
Coco Guerra”, rememora. “Me dijo que quería que participara de un montaje, pero
yo tenía entendido que siendo alumno no podía, menos si ni siquiera estaba en
facultad. Coco me dijo: “Yo soy el director, yo soy el reglamento”, así que le
pregunté: “¿A qué hora es el ensayo?” Fue así que estrenamos El tartufo (1977),
protagonizado por Luis Peirano”. Después, Ramón tuvo participaciones en
importantes montajes como Ubú Presidente (1980) y El círculo de tiza caucasiano
(1981).
La responsabilidad de actuar, dirigir y enseñar
Para Ramón, un buen actor de teatro debe tener la
sensibilidad para entender y transmitir emociones y sentimientos que le
permitan trascender y que el público, al ver esa interpretación, se sienta
tocado. “Por ejemplo, en El país de la canela, mi personaje era asqueroso y
sanguinario”, reflexiona. “Pero en mi monólogo se puede voltear la tortilla y mostrar
que no tienes otra alternativa y que también sufres”. Ramón afirma que para ser
buen actor se debe tener 99% de trabajo y 1% de talento. “¿Naces con talento o lo
aprendes? No encuentro la respuesta; no quiero sonar soberbio, pero creo que
nací actor, no le encuentro otra cuestión racional”.
Por otro lado, para Ramón, un buen director de teatro debe
ser “como un director de orquesta sinfónica, tiene que encontrar armonía entre
todos sus instrumentos, no solo sonar, debe haber musicalidad en la puesta en
escena, debe sentir a cada uno de los personajes”. Y si bien cree que no es
necesario que el director deba entrar en la “cabeza” del autor, el resultado final
sí debe ser armonioso y bonito, dentro de cualquier género, incluso el teatro
del absurdo. “Vi unos fragmentos de Esperando a Godot, con Patrick Stewart e
Ian MacKellan, y me enamoré de estos dos tíos, ¡qué bacán debe ser esa puesta
en escena!, no ves toda la obra, pero te preguntas cómo será todo completo”.
Ramón cita también a nuestro recordado Enrique Victoria, en una escena de la
película Alias la Gringa (1991). “Él le pregunta a la Gringa sobre un
personaje: ¿Culpable o inocente?, la Gringa dice “inocente” y Enrique le dice
solo “gracias”, pero con tranquilidad, alegría, amor y orgullo en ese "gracias".
¡Ya pues, ese es un actor!, en una palabra, en una mirada te contó todo”. Ramón se emociona al hablar de nuestro primer actor, ya que fue una persona muy especial en su vida profesional y personal.
“Llevo 26 años
enseñando teatro, pero yo empecé como profesor de lenguaje”, refiere Ramón. “Yo
tenía a Giovanni Ciccia como alumno, jodía y jodía, yo le dije que nunca vas a
ser actor; hace años, cuando hacíamos Un sombrero de paja de Italia (2013) me
hizo recordar, fue muy gracioso”. Ramón se inicia formalmente en el Museo de
Arte de Lima en 1992, pero los talleres no fueron idea suya, sino que fue
convocado por un grupo empeñoso de sus alumnos. “Les decía que vayan a la
ENSAD, a otras escuelas, pero por una cuestión de horarios no podían. Así que apareció
el TEFA; al comienzo se iba a llamar SABSEIS, porque querían
clases los sábados a las seis de la tarde, pero luego el nombre de Taller de Estudio y Formación Actoral
me gustó, ahí ya tengo cerca de 20 años”. Al inicio, como refiere Ramón, se
convirtieron en gitanos, ensayando en azoteas, parques, garajes, en el Club de Leones
en Miraflores y en la Casa del Artista. “Hasta que puse un aviso que necesitaba espacio, fui al
Centro de Lima a realizar una gestión, pasé por la AAA y ahí me quedé”.
Problemáticas para actuar en los diferentes medios
¿Es lo mismo actuar en teatro, TV o cine? Para Ramón es lo
mismo, “aunque otros doctos tengan sus ideas que separan la actuación para esos
medios”. Y es que solo se trataría de una cuestión de adaptación. “En el teatro,
tienes la distancia, las dimensiones del escenario, la capacidad visual del
espectador, te van a escuchar unos mejor que otros; y en el cine y la TV prima
la naturalidad, no es necesario impostar ni colocar la voz, ya que para eso hay
micrófono”. Definitivamente, las características de nuestra TV son muy
particulares. “Es evidente, y no estoy ofendiendo a nadie, que es un negocio”,
admite Ramón. “Nuestros compañeros directores, productores tratan de hacer su
trabajo lo mejor posible, pero los dueños te exigen una cantidad de capítulos
por semana o mes, porque todo es dinero; entonces por hacer 30 a 35 escenas al
día para cumplir con un programa, va en demérito de la calidad del producto, para
eso recurrimos a nuestro oficio”. Resulta evidente que en el teatro sí existe
un proceso de ensayos, así como varios funciones, en la que en la última se
puede gozar más del espectáculo. “El cine es más cercano al teatro, ya que no
se puede trabajar con la misma premura: una película de hora y media puede durar
meses de filmación; en televisión, ese mismo tiempo lo haces en dos días, por
eso mis respetos para los guionistas que deben entregar tantos capítulos en tan
corto tiempo”.
Ramón tuvo la suerte de participar en The Young Pope (2016),
serie de televisión italiana, creada y dirigida por Paolo Sorrentino, en la que
compartió escena con actores de la talla de Jude Law y Diane Keaton. Si bien
las comparaciones siempre resultan odiosas, nuestra televisión todavía arrastra
muchas deficiencias, que para Ramón, radican en la corrupción. “Todo está
dentro de un círculo vicioso que tiene que ver con la corrupción, con el pésimo
sistema educativo que tenemos, y me da pena, porque soy comunicador y escucho
esta frase horrorosa: “Dale al pueblo lo
que el pueblo quiere”, y ¿cómo saber lo que quiere? ¡Basura!, si es lo que le estás
dando”. Las novelas brasileras, por ejemplo, ostentan una gran calidad, pero no
siempre un alto rating. “Ves otros productos nacionales y (sin que se ofenda
nadie) por la entrega rápida se sacrifican muchas cosas, debería haber una
forma de poder satisfacer el hambre de dinero y plata de los dueños de los canales, para darles más tiempo para
poder mejorar; además, si quieres más tiempo, mejor me compro una novela turca,
me cuesta lo mismo”. Eso sí, Ramón valora mucho a las productoras peruanas que
se animan a hacer ficción. “Mis respetos a América TV, que es la única que
produce, y creo que cada uno desde su trinchera, tanto actores como directores,
se esfuerzan por hacer un buen trabajo”.
La responsabilidad de ser artista
Definitivamente, los artistas, como comunicadores, cargan
una gran responsabilidad por los mensajes que transmiten a su público. “Acá yo
me encuentro dos posturas: hago teatro porque me gusta actuar; y otros dirán
que yo quiero que mi país salga de la situación en la que se encuentra y yo los voy
a hacer recapacitar”, reflexiona Ramón. “Para mí, las dos respuestas son
validas; con todo respeto, el señor Cattone hace el teatro que él quiere, pero
hace teatro, que sirve para entretener, que es su función”. Pero por otro lado,
existen los artistas que busquen una reacción en el pueblo a través de su
trabajo. “Pero estamos fregados con la corrupción, no podemos hacer ciertas
cosas, por eso creo que el actor es libre de escoger el camino que desee”.
Ramón ha tenido la suerte de hacer teatro comprometido, como El país de la
canela. “La canela puede ser la coca, la corrupción o el billete, me hace acordar
cuando hicimos Las manos sucias (2002) de Sartré: me interesó más la historia
en esa situación que la obra misma”.
Consultado sobre sus proyectos para este año, Ramón expresa
su deseo de hacer teatro. “Pero quiero una obra buena (sin que suene feo) con
buen elenco y buen director, no es suficiente solo propuestas con mucho entusiasmo”.
Sin embargo, sí estará involucrado con la preparación actoral de un proyecto a
cargo de Vania Masías. “Además, sigo haciendo eventos y coaching como profesor
y docente; así como un piloto de televisión, que me encantó pero todavía no
tiene productor”. Ramón interpretaría a
un abuelo que debe hacerse cargo de un chiquillo de 14 años que sueña con ir al
Mundial, pero que ya empieza a sentir los primeros síntomas de Alzheimer.
“Ojalá y se pueda concretar, es una historia muy bonita”, finaliza.
Sergio Velarde
6 de marzo de 2018
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