viernes, 15 de diciembre de 2023

Crítica: BARIONÁ, EL HIJO DEL TRUENO


Entre la tensión y la soltura

El Espacio Cultural Karol Wojtyla nos trae a escena Barioná, el hijo del trueno, pieza teatral de 1940, escrita por el filósofo francés Jean Paul Sartre. Con una estructura planteada en dos partes con un intermedio, la obra busca ahondar en nuestro pensamiento reflexivo a través de temas como el sufrimiento, la alegría en el dolor y la esperanza.

En ese sentido, la obra está concebida para un público amplio, dando cierto carácter narrativo al lenguaje escénico, con momentos donde se mantiene una comunicación directa y cercana con el espectador. Así, la obra integra esta capacidad narrativa con la práctica escénica, aunque no siempre lo logra.

La primera parte se muestra intermitente. En un inicio, los actores muestran un dominio del espacio y de los lenguajes que se plantean, incluso de aspectos más lúdicos que permiten al espectador relacionarse de manera más cercana con la obra. Pero luego se muestra densa, difícil de mantener la atención. Falta mayor manejo de los tiempos, algunas escenas se dilatan demasiado y pierden la profundidad y la atención. Lo narrativo tiende a caer en lo declamativo; y lo escénico, en lo explicativo. Se ha trabajado mucho desde la concentración, el compromiso y la presencia escénica, y esto está muy bien, pero da paso a un exceso de tensiones; terminan por estar pendientes de alcanzar ciertos estados físicos o emocionales. Eso imposibilita el trabajo desde la verdad de la escena. A medida que avanza la obra, los actores se adentran más hacia sus objetivos y se liberan de ese exceso de tensión y esa carga dramática impuesta, (seguramente por las circunstancias que establece el texto) y se permiten vivir un poco más lo que está pasando en ese momento.

Ya en la segunda parte, luego del intermedio, la obra se desarrolla con un carácter distinto. Actores más sueltos, metidos en las circunstancias. Ayuda también que el texto vaya más a la acción, sin perder el dilema o el pensamiento interno, algo característico de Sartre. No solo los personajes han estado más dispuesto a lo que pasa, han logrado unificar el discurso a través de distintos elementos: momentos de ritual, juego de luces y sombras, propuestas de iluminación interesantes. Los aspectos narrativos cobran mucha más relevancia respecto a lo que sucede. Como resultado de ello, la obra termina muy bien. Se consigue una energía colectiva que afecta y compromete al espectador. Y este ánimo que se impregna en el espectador es apaciguado, por medio de un epílogo narrativo, hacia un ambiente reflexivo. La emoción da pase a la reflexión, siendo una manera de guiar al espectador con cuidado.

Al final, la obra, de un inicio tedioso y difícil de digerir, va agarrando soltura, y al liberarse los actores de sus excesivas tensiones logran que sus personajes dejen de ser elementos contextuales y pasen a ser personas con conflictos, motivaciones y objetivos claros. Cierra con emoción y colectividad, donde los aspectos narrativos, luminotécnicos, escenográficos, logran tener mayor unidad. Vale la pena hacer un reconocimiento especial a la actuación de Johan Escalante; es claro que su personaje es quien guía la obra y los temas circundantes a ella, pero su atención al otro, el manejo de texto y entendimiento del mismo, han ayudado a dar una mayor integración en los detalles.

Barioná, el hijo del trueno termina siendo un montaje difícil en su manejo de los tiempos y tensiones, pero valioso respecto al cuidado y la relación que se mantiene con el espectador, en su trabajo de los temas y la búsqueda de un lenguaje escénico que despierte sensaciones en el espectador.

Omar Peralta

15 de diciembre de 2023


No hay comentarios: