Entre lo cuidado y lo extraño
Nuestra señora de las nubes es una obra que me deja sensaciones
mixtas. De aspectos muy bien logrados y otros que parecen difuminarse en el
escenario cuando más se necesita. La obra inicia con una musicalización
potente, no en el sentido de estridencia; es música que cala en lo íntimo, que
despierta y prepara al espectador para estar despierto en sus sentidos. Un
momento bellísimo: pese a no haber nada aún visible en el escenario, la obra se
hace presente. Cala tanto, que se hace extrañar durante el montaje. En especial,
durante los momentos de cambios de escena, donde inunda un silencio que, si
bien en un momento aprecié, pues ayudó a darme un espacio para aterrizar las
acciones e ideas de un texto lleno de riquezas, se hizo insostenible por los
tiempos que se tomaban de cambio a cambio y por un espacio que acrecentaba esa
sensación de vacío.
Fuera de ello, en
cada escena, ambas actrices han sabido desenvolverse con soltura, apropiándose
del texto la mayor parte del tiempo. Alessandra Dedekind y Greccia Ipenza
logran encontrarse en el momento a momento. Vale la pena destacar el carisma
que ha logrado imprimir Ipenza a su trabajo en escena. Al final, ambas juegan
dentro de la propuesta estética planeada por Gabriela Gallegos. Desde la
dirección se plantea eso: el juego. Se logra plasmar un desarme de los
personajes, de sus motivaciones y convicciones: están en una situación
constante de desestructura y reelaboración de los sentidos de pertenencia.
Indaga también en una lectura del texto desde ciertos aspectos de la comedia,
aunque no suelta esa carga dramática y termina inclinándose más hacía esas
tragedias que viven los personajes.
¿Qué busca,
entonces, el montaje? Sin duda, hay un tratamiento cuidado del texto, una
propuesta visual interesante y una dinámica en escena, cautivadora por
momentos, conflictiva por otros. Hay muchos detalles, muchas capas que, en
algunos casos, funcionan más que otras. Hace falta unificar estos elementos,
que parecen disparar a zonas no tan claras y que terminan por hacer de esos detalles
cuidados, algo extraño. Hay momentos que no importa entenderlos más que
sentirlos y viceversa. La maestría, en todo caso, está en saber identificar o
decidir cuáles quiero que se entiendan o no.
En ese sentido, la
obra termina siendo un viaje de sentidos, un experimento que mezcla la
extrañeza con lo cautivante, que llega al espectador con cuidado e intimidad,
pero que no termina de cimentarse en un espacio que, en este caso, juega en
contra de esa intimidad y termina siendo un peso para la obra.
Omar Peralta
22 de noviembre de 2023
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