domingo, 23 de febrero de 2020

Crítica: DESAMORES (CINCO RAZONES QUE PUEDEN MATAR EL AMOR)


El amor es présbita. ¿Y el desamor?

“Los présbitas no ven bien de cerca; a distancia, sí; y la presbicia no se presenta, en los hombres de vista normal, antes de los cuarenta años. Se la creería una compañera de la experiencia y el desengaño.”
Eduardo Zamacois, “Memorias de un Vagón de Ferrocarril”

El miércoles 12 de febrero se presentó en el Teatro Auditorio Miraflores una función de Desamores (Cinco razones que pueden matar el amor), producción de Mente Brillante, escrita y dirigida por Sergio Muñoa. Esta obra ya había sido presentada antes, en agosto del 2019, durante el 13er Festival de Teatro Aficionado en la Asociación Peruano Japonesa de Jesús María. Escrita en tono de comedia, la obra versa sobre cinco parejas reunidas en una sesión de terapia grupal, buscando exponer las razones por las que sus relaciones amorosas se encuentran mermadas o extintas.

Se suele decir que los diez primeros minutos en un espectáculo teatral son “gratuitos”, en tanto se tiene la total atención del público sin necesidad de hacer mucho: el espectador está ávido de saber de qué va lo que está viendo, quiénes y cómo son los personajes. Desamores emplea de manera eficiente sus primeros diez minutos. Después de un breve monólogo sobre las relaciones de pareja, que sirve de introducción a la obra, desfilan hacia el escenario cuatro parejas que exhiben su conflicto esencial y pintan enteros a sus personajes. Tras un tiempo de espera, hace su ingreso el psicólogo que conducirá la terapia grupal. Aunque disímiles entre sí, no estamos ante caracteres especialmente complejos. Los que vemos, más bien, son estereotipos, unos más que otros, que auguran la combustión inmediata de las relaciones. Así, los diez minutos gratis se acaban cuando tenemos una clara idea de quién es quién y por qué están sentados en el escenario. Lo que viene a continuación es una sucesión de exposiciones alternadas entre los personajes, con mucho discurso, poca acción y grandes vacíos argumentales. Todo salpimentado con puyas a granel, gileos cómicos evidentes y gags de todos los personajes. El exceso de lugares comunes instalado en la dramaturgia de Desamores, en pos de privilegiar la reflexión discursiva y aleccionadora, resta realidad a la historia. Quien haya tenido la experiencia de asistir a terapia sabe que la resolución de un conflicto no llega en una sesión. O en dos, o en tres. El proceso de un conflicto puede tomar mucho tiempo. En Desamores, una sesión grupal alcanza para que dos de las cinco parejas resuelvan armoniosamente su conflicto, otra se separe, otra no parezca experimentar cambio alguno (quizás esta sea la historia que más se acerca a la realidad) y la última pareja, parte de la sorpresa final, solo alcance a presentar su conflicto. Para ello, bastó un poco de honestidad en cada pareja, participar en un ejercicio de memoria y escuchar atentos lo obvios consejos del psicólogo. Consejos que podrían haber sido sugeridos en una primera sesión individual. Después de ver esto, uno se pregunta a razón de qué había que convocar a terapia grupal a estos personajes si, por lo visto, tres de las cinco parejas podrían haber resuelto todo en una primera sesión individual.  

Uno de los puntos más favorables de esta puesta es la capacidad actoral de la mayoría del elenco. Destaca el trabajo de Víctor Barco, Gabriela Pérez-León, Ana Moloche Ramos y Níkolas Chacón. En general, los actores juegan sin problema con lo que la obra les propone y parecen pasarla bien en el escenario. Sin embargo, hay que decirlo también, el desarrollo o arco de los personajes a lo largo de la historia es poco (y en algún caso nulo). En alguna medida, esto es consecuencia de lo que líneas arriba ya se ha observado en cuanto a dramaturgia. Y en gran medida, esto es responsabilidad de la dirección. El texto podría ser todo lo discursivo que el autor pudiese sugerir. Pero es el director quien, a través de los actores, dota de acción a ese texto. No son pocas las obras que se cuentan no tanto por lo que se dice, sino por lo que se hace: silencios, miradas, acciones contrastantes con el texto. Todo lo que subyace entre líneas es siempre interesante. La dirección en Desamores privilegia la reflexión en el discurso y destierra la acción en lo accesorio. Porque parece haber sido instrucción de la dirección que las contraescenas (o escenas aparte) estuviesen más cargadas de acción y fuesen más entretenidas de ver que la misma participación activa de los personajes. Es como si la anécdota divertida del gileo, la compulsión enajenada de un gamer metido en el celular o la pelea a sotto voce entre parejas fuese lo central, a lo que hay que prestar verdadera atención, y la reflexión en el discurso a la que supuestamente nos invita la obra (recordemos el monólogo del inicio) fuese lo anecdótico y accesorio. Visto así, no es de extrañar que el desarrollo de estos personajes haya sido tan trivial como un gag o artificial como un discurso aleccionador.

Sergio Muñoa es un hombre de teatro prolífico, un hombre-orquesta que se faja la dramaturgia, la producción, la dirección y se da el lujo de, además, actuar sus propias obras. Son pocos los que tienen eso que ponen las gallinas para enfrentar retos de ese tamaño. Su productora, Mente Brillante, ya va por su cuarta producción y va en camino de dos más este año. Todo ello es encomiable. El amor que Muñoa profesa por al arte es más que evidente y ha quedado demostrado con creces. Sin embargo, y se lo decimos desde la distancia de quien está en la butaca espectando el producto final, quizás bien valdría la pena que tome distancia de alguna de las cuatro actividades que se esmera en ejecutar, y que se enfoque con más tranquilidad en aquello que necesita más de su atención. En nuestra opinión, ese enfoque sereno le vendría bien a la dramaturgia y a la dirección de Desamores. A veces hay que alejarnos un poco del objeto de contemplación para verlo tal y como es, con sus virtudes y defectos, en su versión más cruda y real. Como en la presbicia y como en el amor.

David Huamán
23 de febrero de 2020

Notas adicionales:

1. Fiel a su estilo, el entrañable Marco Aurelio Denegri no se cansaba de hablar del amor, ese período anómalo de atención tan sobrevalorado en occidente. Insistía en que el género humano en su conjunto no tenía la capacidad de acertar en la elección de su pareja o de amar en iguales proporciones, y plagaba de desaciertos y falsas expectativas sus relaciones amorosas. Visto así, quizás Desamores verse sobre lo que Denegri postulaba. Quizás sus personajes transitan sobre el estado más sano y natural del hombre, el del desamor, y son capaces, por fin, de ver lo que sus parejas son en realidad. Quizás el terapeuta es un charlatán que lucra con la necedad humana de remar contra la corriente. Quizás la anécdota y el gag no eran lo accesorio, sino lo más importante, lo que realmente cuenta, hacia donde hay que ir. De ser así, quien redacta esto se desdice de todo lo dicho en su crítica y felicita en todo al Sr. Muñoa.
Los dejo con un vídeo sobre el amor del buen MAD:

2. Esto que verán aquí es un ejercicio actoral llamado “Zip-zap-boing” y sirve para trabajar la atención y concentración, además de elevar el nivel de energía en los actores. Creo que pocas veces en mi vida he visto a un grupo que ejecute este ejercicio con tanta velocidad y energía. Y eso dice mucho. Sergio Muñoa tiene una gran suerte al contar con actores tan comprometidos en este proceso. Esto que se ve en el video así lo demuestra y es precioso. Eso sí, sugiero verlo en un celular para que puedan rotar la imagen:

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