La improvisación teatral es un formato
escénico en la que nadie, ni el mismo intérprete, sabe cómo terminará la
historia que está creando. Tal como su nombre lo dice, son historias
improvisadas. Es decir, a medida que el improvisador crea la historia, las
situaciones se van construyendo. No es como alguna obra de teatro tradicional,
pues la gran diferencia consiste en que, en la segunda, la historia ya está
creada. Dicho de otro modo, cada intérprete ya sabe cómo va a terminar la
historia. Así como en el teatro, en la impro también se puede jugar o explorar
de distintas maneras. Por tal motivo, en esta crítica abordaremos dos historias
improvisadas que se presentaron en la temporada de “MicroImpro” en Microteatro.
Por un lado, tenemos a las Leyendas de los
monjes de la impro. Esta historia es presentada por los improvisadores Gonzalo
“Goncho” Iglesias y Jose Klauer. Su espectáculo inicia con el espacio escénico
totalmente vacío, todo oscuro. Luego, con un sonido retumbante, que mantenía
expectante al público, aparecen cada uno con una espada. Todo esto acompañado
del juego de luces que se prendían y apagaban más una voz en off que marcaba el
opening del espectáculo. Después, como si fuese un ritual de algún lugar mágico
o una cultura dejaron sus respectivas espadas en el suelo. Sobre esto, se
podría decir que fue ensayado, ya que se mostraban coordinados.
Antes de dar inicio a la creación de su
historia, se pusieron a calentar. La dinámica o el juego que iniciaron
consistía en decir algo específico, cualquier cosa que se les ocurra, pero sobre
algún tema que estaban tratando. En este juego, se notó que había un punto de
cierre, ya que lo hicieron notar. Los espectadores, que se mantenían atentos,
se dieron cuenta del error y se echaron a reír.
La historia que crearon se trataba de un
niño que había sido encontrado por un maestro. Con él entrenaban todos los
días, excepto los sábados. Sin embargo, un sábado su maestro le obligó a
entrenar y le enseñó una técnica súper poderosa, pues este ya había crecido. Otro
sábado, decidieron regresar al pueblo dónde había sido encontrado el niño. Aquí,
el maestro le reveló un gran secreto. Eso no le gustó al aprendiz y se rebeló
contra su maestro. Con la misma técnica que le enseñó, le hirió en el vientre.
Luego, aparecieron todas las figuras mefistofélicas que desde un inicio querían
llevarse al chico. Este, que estaba triste por haber herido a su maestro, peleó
contra ellos, pero igual fue herido por el capitán de esas figuras
antropomórficas. Esta impro tragicómica se entendió, porque ambos
improvisadores supieron aplicar las leyes de la impro. Sin embargo, en algunas
situaciones, negaban algunas propuestas, pero no se quedaban en un tajante
“no”, sino proponían otra situación.
También, trataban de controlar la situación,
pero ya no podían. Eso se hizo notorio cuando evidenciaron su error. En ese
instante, los espectadores rieron, pues veían al intérprete fracasar en su
creación. En este tipo de historias es válido que el improvisador denote su
error, porque el objetivo es generar que el público se divierta y esa es una
forma crear ese momento.
Por otro lado, tenemos a Inflowmados.
Esta historia es presentada por los improvisadores Luis Alonso Leiva y Wil Leon
Trujillo. El espectáculo inicia con la voz del DJ, que se encarga de presentar
a los creadores de los hits del momento para que improvisen alguna canción. Los
cantantes aparecen y comienzan a saludar a su público fanático que los
aclamaba.
Este espectáculo, a diferencia del
anterior, presenta unos personajes preestablecidos. En este caso, ambos tenían
el estilo de los cantantes de género urbano: todo aquello que vestían era
urbano, también los porta-llaveros, que aludían a las medallas de algunos
cantantes. Su habla era una combinación de un estilo caribeño y limeño. Además,
la forma de caminar y sus gestos eran extremados a diferencia de los cantantes
de ese género. Eso agradó más al público y por sí solo, ya generaba algo en el
espectador, pues no era necesario que mencione algo que provoque risa.
Antes de ingresar al espacio teatral, los
improvisadores mismos, como personajes, pedían al público que anotaran en un
papel lo mejor que les haya pasado el año anterior. El hecho de que el
personaje hablara con el público fuera del espacio escénico ya generaba cierta
expectativa en el espectador.
Antes de iniciar la parte central de su
impro, a modo de calentamiento, improvisaban algunas canciones sobre algún tema
que el público escogía. Esta, a diferencia que el anterior, es otro juego, otra
forma de calentar los “músculos del cerebro” para improvisar.
En su formato, trataron de improvisar una
canción a partir de la historia de un espectador, además de representar algunas
situaciones. La historia se trataba de un chico que salía con varias chicas a
la vez. Esto enganchó más al público, en especial, al espectador, que observaba
como se transformaba su historia en comedia.
Los improvisadores aplicaron las pautas
para improvisar una historia o canción. Sin embargo, les costó crear esa
atmósfera de complicidad para que el público repita algunas frases
improvisadas.
En resumen, ambos espectáculos fueron obras
improvisadas en la que sus jugadores en ciertos momentos se arriesgaron, se
lanzaron al vacío sin saber qué les espera en la siguiente línea de su texto.
Ambos son obras que valieron el tiempo perdido en el tráfico de Lima, ambos son
formatos que volvería a ver.
Elio Rodríguez
16 de febrero de 2020
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