Hay una luz
El Teatro Auditorio Miraflores siempre me
pareció uno convencional, solo que ubicado en un sótano. Siempre que asisto, me
siento en primera fila para poder apreciar el espectáculo y siempre puntual;
sin embargo, en esta ocasión se notaron muchas particularidades: la función de
Casi Normales no empezó a la hora, debido a que (y cito literalmente las
palabras la productora) no había terminado la función anterior. El espectáculo
empezó casi media hora después; también me percaté que la confitería no es para
comprar algo antes de la función mientras uno espera o después de ella, sino
para poder comer durante la función. Además, como me senté al medio, observé
que se puede entrar y salir con normalidad. Más allá de estos aspectos algo
particulares, el producto del Laboratorio Teatral Kapchy fue muy atractivo, más
por su contenido de fondo, aunque con algunas cosas por mejorar en la forma.
La acción dramática gira entorno a una
madre (Valentina Zelada) con trastornos de bipolaridad, que trata de negar la
realidad de la muerte de su hijo Gabe (Gustavo Michael). Esto produce un gran
dolor a su esposo Dan (Luiggi Piaggio) y peleas con la hija adolescente (Rebeca
Pérez). Además, actúan Augusto Sotelo, como novio de la hija y Javier Deza,
como el médico personal de la madre y es el encargado de la dirección actoral
del montaje. La escenografía fue llamativa, debido a que consistía en dos niveles:
el superior, en donde sucedían las crisis existenciales y los pensamientos de
la hija; y el inferior, con elementos de un comedor y sala convencional. Sobre
la pared, un grabado de un celebro en forma de árbol con colores, donde
predomina el morado y amarillo psicodélico; algo muy intrigante, antes de las
tres llamadas teatrales. El vestuario fue ropa formal y casual.
El montaje es un musical y por esa razón
los diálogos son cantados; sin embargo, se debe mencionar que las diversas
conversaciones no se llegaron a entender del todo, debido a que el audio y música
de fondo se acoplaba sobre los cantos de los actores. De esta manera, los
diversos conflictos y a veces monólogos muy interesantes no se podían comprender
del todo. La voz de los actores estuvo acompañada de un micrófono portátil,
como los que se usan en televisión para entrevistar, pero hubo una escena muy
potente cuando la madre persigue la verdad de la muerte de su hijo y resondra
al padre por ocultarla, pero que en medio del conflicto, el audio del actor se
apagó por unos segundos y no se pudo entender el final de la escena.
Por otro lado, un aspecto positivo es la
técnica vocal, que fue buena sobre todo las de Piaggio y Pérez, pues sus
diálogos eran con tonalidades más agudas que graves. Casi Normales me recordó una
producción de mucha calidad en la técnica vocal, Notas Disonantes, del año
pasado en La Histriónica, en donde los actores se lucieron con unos cánticos
casi de sopranos. La actuación de Michael era intrigante, pues su presencia era
un limbo entre la realidad de la madre y sus pensamientos; le puso mucha
energía y organicidad a su personaje.
La historia en sí es atractiva, pero como
mencioné, el audio de fondo no fue el mejor y mucho del drama no se pudo
entender, salvo una escena hacia el final del montaje y en donde el audio del
fondo fue afortunadamente débil, de tal manera que sí se pudo escuchar
claramente los diálogos: la madre y el padre recuerdan las fotografías de sus
hijos y tienen intercambios de palabras realmente conmovedores, abordando la
importancia de la familia y el amor. La escena fue muy fuerte, sobre todo por
cómo va recuperando la memoria el personaje de Valentina.
Casi Normales terminó con un número musical
original, "Hay una luz"; es muy importante de resaltar este esfuerzo. Pero Casi
Normales también deja una sensación de ser un montaje que puede mejorar mucho
más: tiene una dramaturgia rica y una historia apasionante y pedagógica, solo
falta desarrollarla más; y claramente, mejorar aspectos como el audio. Sin
embargo, como resultado de un laboratorio estuvo perfecto.
Enrique Pacheco
16 de febrero de 2020
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