sábado, 23 de marzo de 2019

Crítica: ASTRONAUTAS


 El enigma de una proeza

En el marco del Festival de Artes Escénicas de Lima FAE 2019, fue repuesta la obra “Astronautas”, una ficción que lograr insertar en el espectador, la ilusión de una hazaña impulsada por un presidente golpista (Juan Velasco Alvarado), quien le encomienda a tres hombres peruanos una misión que parece imposible: ser los primeros en llegar a la luna.

Estrenada por primera vez en el año 2011, “Astronautas” fue escrita por nada menos que cinco autores: Jorge Castro (quien además dirige la puesta), Mateo Chiarella, Héctor Gálvez, Gino Luque y Gerardo Ruiz Miñán, quienes en un notable ejercicio de sincronía, conducen la narrativa con un hilo que engrana cuidadosamente hechos históricos, combinándolos con la creación ficticia y teniendo como soporte un poderoso material audiovisual.

El elenco está integrado por los actores Eduardo Camino, Manuel Gold y Óscar Meza –este último reemplazando a Pietro Sibille, quien intervino en las primeras temporadas de la obra-, representando a Ayar Manco, Ayar Cachi y Ayar Uchu, respectivamente. Construir o estructurar una obra a partir de acontecimientos reales (como lo son el mandato de Velasco en 1968 y la llegada del primer hombre a la luna al año siguiente bajo la batuta norteamericana) podría resultar tan arriesgado como sorprendente.

El entramado (de la historia) surge cuando se convoca a estos tres hombres: dos militares con amplia trayectoria y destreza física (Ayar Manco y Ayar Uchu), y un civil con vastos conocimientos en astronomía y matemática racional (Ayar Cachi) para una misión secreta. Pero, ¿quién los convoca? Esa interrogante se desvela cuando una voz en off (a cargo de Mikhail Page) irrumpe, fungiendo como mediador entre los personajes y el propio presidente Velasco (también materializado en off). Entonces, los cinco personajes empiezan a interactuar, dando y recibiendo las órdenes, aunque la relación principal será siempre entre los tres Ayar, quienes son conminados a no revelar sus nombres, siendo (re)bautizados con aquellos apelativos. Ahora bien, ¿qué quieren de ellos? Pues algo  no tan simple: convertirlos en astronautas, encomendándoles la apoteósica tarea de conquistar la geografía lunar antes que nadie, sin olvidar, que cuentan con un presupuesto ajustado.

Los trabajos teatrales de Jorge Castro son bastante conocidos, por mencionar algunos están la adaptación y dirección de “Drácula” en 2012 o la buena temporada de “Edipo Rey” en 2015 (considerando que la propuesta de “Astronautas” es más antigua). Así, las expectativas ante la reposición del montaje en 2018 no se hicieron esperar.

Cabe resaltar que además de dramaturgo y director de teatro, Jorge Castro es psicólogo, situación profesional que lo coloca –quizá- en una posición más cercana al entendimiento del ser humano y su conducta, lo cual se evidencia en la creación de los personajes de esta obra en particular (ello sin perjuicio del aporte de los demás autores).

DOMINIO VISUAL

El montaje propone –al inicio- un escenario simple, dotado únicamente de una estructura de tubos (que sugiere una habitación) en donde se encontrarán los tres convocados a la misión. En el fondo, la figura proyectada de la luna precede cada una de las imágenes y videos testimoniales que irán apareciendo conforme se desarrollan las escenas.

La propuesta aborda el proceso de selección, entrenamiento y convivencia de los personajes, quienes deberán encarar algunos conflictos individuales y colectivos. Para ello, el manejo del arsenal de recursos de utilería (las maquetas y su uso didáctico para explicar la misión “Los chanchos vuelan”), el vestuario, el diseño de luces, el diseño sonoro y el material audiovisual, complementado con el trabajo de movimiento de los actores (las caídas, la ingravidez, el manejo de la nave), dieron como resultado imágenes que bien podrían asemejarse a los códigos que vemos en la pantalla grande.

Evidentemente, “Astronautas” ha retornado a las tablas con aires renovados, presentando un lenguaje escénico ágil, acompañado de los testimonios grabados, los mismos que refuerzan la credibilidad de la anécdota, situación que inspira a la imaginación del público, permitiéndole –tal vez- la licencia de creer que pudo haber ocurrido la historia que se cuenta, o por lo menos dejar la duda de ello.

Sin duda, la potencia del recurso visual “jala el ojo” del espectador y aporta notablemente al discurso del texto por su realismo, funcionando como un recurso estimulante a los sentidos.

LA FÁBULA COMO PRETEXTO

Ahora bien, otro detalle interesante y no menos importante son los personajes, que han sido dotados de características intelectuales, psicológicas/emocionales y rasgos físicos (postura, gestos, acento, contextura) que dan cuenta de su individualidad y contrastes como seres humanos, así como la forma de interactuar con el otro. Por ejemplo, Ayar Manco representa al hombre fuerte y aparentemente inquebrantable –en el momento en que Ayar Uchu es rescatado, se rinde ante el abrazo de este-, lo cual no traiciona sus fortalezas primigenias; por el contrario, lo humaniza. Ayar Uchu, por su parte, es más solidario y mediador, pero no menos orgulloso de sus raíces y sus logros. Ayar Cachi es tímido, muestra cierta debilidad, pero con su energía, humor (casi ingenuo) e inteligencia logra neutralizar los conflictos entre sus compañeros.

La fábula –esta misión de llegar a la luna y todo lo que la proeza trae consigo-  se convierte en el pretexto para hablar de estos hombres, de sus contrastes y sus conflictos, de la forma en que consiguen unirse sin querer –queriendo- para cumplir su objetivo. Acompañados de las voces del presidente y su mediador, quienes aunque invisibles, a través de sus locuciones nos dan luces también de sus personalidades. Por mencionar alguna de las frases más resonantes: “[…] Nunca más el peruano tendrá que mirar impotente su propia nación como una nación disminuida […]”, decía Velasco. Surge la interrogante: ¿Acaso nos hacen falta tamaños logros –como nación- para sentirnos orgullosos?

Importante revisar este montaje (actualmente), ya que a partir de las sutilezas del humor y el drama, salen a relucir temas interesantes acerca de cómo nos reconocemos como individuos y como sociedad. Sin dejar de lado la ilusión creada a partir de un suceso que quizá todos los peruanos hubiéramos querido que fuera realidad. Y así fue, porque el teatro también te regala momentos de gloria, aunque estos duren ciento diez minutos.  

Maria Cristina Mory Cárdenas
23 de marzo de 2019

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