jueves, 4 de octubre de 2018

Crítica: VLADIMIR


Veintidós años después de Vladimir

Vladimir es parte de Trilogía, un proyecto del Centro Cultural PUCP y la Especialidad de Teatro de la Facultad de Artes Escénicas que presenta tres obras del autor peruano Alfonso Santisteban.  Este montaje nos lleva al año 1993, con una madre y su hijo adolescente que se despiden: ella se tiene que ir a Estados Unidos a buscar nuevas oportunidades de trabajo, pero él decide no seguir la decisión de su madre y emprender su propia vida. La dirección de este montaje está a cargo de Alberto Isola, con la participación de la actriz Alejandra Guerra y los actores Miguel Dávalos, Janncarlo Torrese y Santiago Torres. 

En cuanto al manejo del espacio, se dispuso recrear el interior de una casona antigua y deteriorada, que evocaba al contexto decadente por el que pasaban los personajes. Gracias al uso de luces específicas, se creó una serie de convenciones para diferenciar los cambios de espacio en escena. Por ejemplo, se estableció de manera clara que el primer plano del escenario era la calle, un espacio exterior donde los personajes más jóvenes solían encontrarse. La disposición del espacio y la iluminación en escena tuvo un rol importante dentro de la obra, permitiendo acentuar apropiadamente no solo los cambios de escena, sino también los saltos de tiempo y la interacción entre personajes en conversaciones indistintas: la iluminación permitía entender que había saltos al pasado que iban y venían, sobre todo cuando el personaje del padre interactuaba con la madre, pero no con Vladimir, todo esto mientras los tres personajes estaban en escena.

Los elementos escenográficos en escena fueron atinadamente elegidos para contextualizarnos no solo en la época concreta donde se desarrolla la historia, sino también nos ubicaba en la situación que los personajes estaban viviendo: las cajas eran señal de una mudanza casi concreta; sin embargo, el estado deteriorado de las cajas, la ausencia de muebles y el desorden general hablaba más específicamente de una familia que no tiene muchas pertenencias ciertamente. La mezcla de aquellos elementos, además de la ropa que cada personaje usaba, llenada de especificidad a la puesta en escena, de modo que todo sumaba a la continuación de la historia. No hubo una preocupación en los cambios de vestuarios entre escena y escena, solo se hace en ocasiones donde el salto de tiempo es necesario de ser marcado para fines dramáticos: una decisión práctica, ciertamente. En cuanto a elementos escenográficos que tuvieron protagonismo, cabe mencionar un afiche rojo que estuvo presente durante la obra como representación de las ideas de cambio que todos los personajes poseen. Es interesante ver cómo este afiche ha sido propiedad de los padres en la juventud y posteriormente de Vladimir, evocando a  una idea de herencia ideológica que de alguna forma une a los personajes.

La interpretación de los actores estuvo pareja técnicamente hablando, hubo especificidad en la construcción de los personajes; sin embargo, en el caso del personaje del padre y el Che, si bien se entendió que tenían una función en escena, no tuvieron la presencia que la obra parecía exigirles. Es decir, faltó en estos personajes un protagonismo en su rol como representantes del pasado y las ideas de cambio que encarnaban. En el caso de la madre y Vladimir, se logró un vínculo interesante de ver a partir de la cantidad de detalles que poseían los personajes, de modo que se notaba una relación madre – hijo lograda, gracias a los saltos temporales en los que la obra se basaba.

La puesta, si bien está ambientada en el año 1994, está llena de símbolos y vínculos entre personajes que trascienden de contexto. La casa deteriorada donde sucede la obra no es sino un símil de un país que, así como lo hizo la madre, muchas personas en aquel contexto tuvieron que abandonar para buscar nuevas oportunidad. Digamos que, en el año 2018, aún hay la necesidad de dejar nuestro país para buscar mejores circunstancias. A pesar de haber casi 24 años de diferencia, ¿qué tanto ha cambiado el Perú de Vladimir en relación al Perú del espectador? ¿Es un contexto en el que los sueños y la necesidad pueden ir en la misma dirección? Se lo dejo de tarea.

Stefany Olivos
4 de octubre de 2018

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