Imposibles
coincidencias
El joven dramaturgo Federico Abrill ocupó el segundo lugar en
el Concurso Nacional de Dramaturgia Teatro Lab 2016 con su pieza Años luz, que
llegó al Teatro de la Universidad de Lima hace unos meses. A pesar de sugerirse
la idea de ser una obra acerca de algún tipo de aventura en el espacio
exterior, tanto en el título y como en el material publicitario (con los
personajes en medio de galaxias), el texto abordó la historia de un puñado de
personas que deben resolver sus problemas existenciales en lugares ubicados a kilómetros
de distancia unas de otras, y que se verán involucradas entre ellas por las increíbles
casualidades que propuso su autor. La idea de estar actualmente en permanente contacto
con los demás gracias a los avances tecnológicos viviendo literalmente a “años
luz” de distancia, pero a la vez estando todos sumidos en una profunda
incomunicación, fue una buena coartada dramática; sin embargo, el montaje dirigido
por Ernesto Barraza no alcanzó a cuajar adecuadamente, a pesar de contar con
algunos grandes aciertos en escena.
De entrada, el director marcó la sorpresiva aparición de los
actores en escena para acomodar el escaso mobiliario y vestuario, mientras
iniciaban su calentamiento previo, conforme el público iba acomodándose en la
sala. Calificada por el comentarista de El Comercio como una labor “notable” (sic), otros comunicadores,
como el muy sensato Rubén Quiroz de Exitosa, tildaron dicha preparación actoral
como “un distractor, una banalidad”, además
de ser un “falso voyerismo e insustancial”.
Y es que realmente no sumó nada al montaje, acaso restó en sí; no solo porque
cada uno de los intérpretes lo ejecutó de manera diferente (algunos echados en
el suelo haciendo flexiones, otros solo caminado y pasando letra) y eso pudo
interpretarse como un trabajo de dirección inadecuado para lograr una equidad
interpretativa en el elenco, aparte de notarse algo forzado en algunos actores,
sino que no tuvo una real consecuencia ni trascendencia en un montaje que
pareció orientarse hacia otros derroteros.
Interesante sí, la metáfora de la incomunicación a través de
personajes que hablaban hasta en tres idiomas diferentes, resuelta pertinentemente
en escena, apoyada por una limpia proyección de imágenes y frases en la
pantalla del foro. Hablando castellano, el matrimonio formado por Luisa
(Natalia Cárdenas) y Rafael (Diego Lombardi); ella, viendo deteriorarse su
salud y él, con el amor hacia su esposa ya deteriorado; y un niño pobre llamado
Pedro (Sergio Armasgo), que deambula por
la ciudad vendiendo sus productos. En inglés, el fotógrafo Mark (Gabriel Gil
Sanllehí), que viaja por el mundo huyendo de su hogar. En danés, la joven Marit
(Malu Gil Lohmann), que intenta suicidarse sin éxito; y su hermano Karl (Francisco
Cabrera), un terapeuta sexual. Y en un verdadero giro real-maravilloso, la
madre de Pedro llamada Sully (Julia Thays), al conocer al fotógrafo en su
humilde morada, acaba hablando en inglés, viviendo literalmente en la punta de
un cerro y además, siendo muda. Enigmática, curiosa, pero lenta, solo fluida por
momentos, con enormes coincidencias jaladas de los pelos y correctas
actuaciones (destacando nítidamente Cárdenas), Años luz fue una atípica temporada
con muy buenas intenciones, pero con aciertos parciales.
Sergio Velarde
27 de octubre de 2018
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