sábado, 27 de octubre de 2018

Crítica: AÑOS LUZ


Imposibles  coincidencias

El joven dramaturgo Federico Abrill ocupó el segundo lugar en el Concurso Nacional de Dramaturgia Teatro Lab 2016 con su pieza Años luz, que llegó al Teatro de la Universidad de Lima hace unos meses. A pesar de sugerirse la idea de ser una obra acerca de algún tipo de aventura en el espacio exterior, tanto en el título y como en el material publicitario (con los personajes en medio de galaxias), el texto abordó la historia de un puñado de personas que deben resolver sus problemas existenciales en lugares ubicados a kilómetros de distancia unas de otras, y que se verán involucradas entre ellas por las increíbles casualidades que propuso su autor. La idea de estar actualmente en permanente contacto con los demás gracias a los avances tecnológicos viviendo literalmente a “años luz” de distancia, pero a la vez estando todos sumidos en una profunda incomunicación, fue una buena coartada dramática; sin embargo, el montaje dirigido por Ernesto Barraza no alcanzó a cuajar adecuadamente, a pesar de contar con algunos grandes aciertos en escena.

De entrada, el director marcó la sorpresiva aparición de los actores en escena para acomodar el escaso mobiliario y vestuario, mientras iniciaban su calentamiento previo, conforme el público iba acomodándose en la sala. Calificada por el comentarista de El Comercio como una labor “notable” (sic), otros comunicadores, como el muy sensato Rubén Quiroz de Exitosa, tildaron dicha preparación actoral como “un distractor, una banalidad”, además de ser un “falso voyerismo e insustancial”. Y es que realmente no sumó nada al montaje, acaso restó en sí; no solo porque cada uno de los intérpretes lo ejecutó de manera diferente (algunos echados en el suelo haciendo flexiones, otros solo caminado y pasando letra) y eso pudo interpretarse como un trabajo de dirección inadecuado para lograr una equidad interpretativa en el elenco, aparte de notarse algo forzado en algunos actores, sino que no tuvo una real consecuencia ni trascendencia en un montaje que pareció orientarse hacia otros derroteros.

Interesante sí, la metáfora de la incomunicación a través de personajes que hablaban hasta en tres idiomas diferentes, resuelta pertinentemente en escena, apoyada por una limpia proyección de imágenes y frases en la pantalla del foro. Hablando castellano, el matrimonio formado por Luisa (Natalia Cárdenas) y Rafael (Diego Lombardi); ella, viendo deteriorarse su salud y él, con el amor hacia su esposa ya deteriorado; y un niño pobre llamado Pedro (Sergio Armasgo), que deambula  por la ciudad vendiendo sus productos. En inglés, el fotógrafo Mark (Gabriel Gil Sanllehí), que viaja por el mundo huyendo de su hogar. En danés, la joven Marit (Malu Gil Lohmann), que intenta suicidarse sin éxito; y su hermano Karl (Francisco Cabrera), un terapeuta sexual. Y en un verdadero giro real-maravilloso, la madre de Pedro llamada Sully (Julia Thays), al conocer al fotógrafo en su humilde morada, acaba hablando en inglés, viviendo literalmente en la punta de un cerro y además, siendo muda. Enigmática, curiosa, pero lenta, solo fluida por momentos, con enormes coincidencias jaladas de los pelos y correctas actuaciones (destacando nítidamente Cárdenas), Años luz fue una atípica temporada con muy buenas intenciones, pero con aciertos parciales.

Sergio Velarde
27 de octubre de 2018

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