El reto de los unipersonales
El proceso de preparación de una obra
teatral conlleva un trabajo conjunto y arduo de actores, directores y técnicos.
Los personajes nacen en la medida en que este trabajo conjunto se desarrolle de
forma armónica y ordenada. Suele ocurrir que cuando la química entre los
actores fluye de forma natural, gran parte del éxito de la obra puede estar
asegurado. Sin embargo, en el caso de los unipersonales, esta química debe
surgir entre el actor o actriz y el público, un reto difícil de lograr.
Para un unipersonal, el proceso de
exploración e introspección del texto suele ser mucho más largo y complejo que
para una obra con varios actores. Es necesario desmitificar el hecho de que
trabajar con uno mismo es más fácil que con los demás; es cierto que en los
unipersonales se suele tener más libertad creativa y de exploración, pero
requieren mayor disciplina y concentración, tanto en el proceso como en la
puesta. La labor del director también suele ser muy importante, debido a que su
visión se ve con mucha más claridad en un trabajo unipersonal y eso implica una
labor compartida y estrecha entre dirección y actuación. El actor, por su parte,
requiere una dosis de humildad, por llamarlo de alguna manera, pues será él quien
se enfrente al público solo, siendo la cara visible de un trabajo en conjunto.
Los sábados 5 y 26 de mayo, el actor huancaíno
Adrian Do Chavez puso en escena, en el centro cultural Casa Activa, su trabajo
unipersonal titulado “La imagen de Dios”. La obra, cuya dramaturgia pertenece
al mismo actor y que está bajo la dirección de André Flores, cuenta la historia
de un ángel que al perder sus alas baja al mundo para descubrir por sí mismo la
vida del hombre, encarnándose en personajes muy distintos y con historias
complejas y en algunos casos desgarradoras.
Es importante comentar que como texto
dramático, “La imagen de Dios” está bien logrado: tiene una línea dramática sólida
en la que cada personaje puede desarrollarse con comodidad; sin embargo, podría
ser aún más profunda y con mayores giros dramáticos que permitan mayor conexión
entre las historias.
En cuanto a la dirección, se nota el deseo
por llevar al espectador un trabajo íntimo y de identificación con las
historias; no obstante, los vacíos ocasionados por los cambios de vestuario
entre personaje y personaje es el desacierto más notable en la puesta, ya que origina
distracción del espectador y pérdida, por momentos, del hilo conductor de la
trama. El uso de los elementos es un punto por destacar por su sencillez y
claridad: cada elemento aporta a las historias.
En cuanto a la actuación de Adrian Do,
resaltan los personajes del joven de barrio y la prostituta transexual. En el caso
del primero, destaca la facilidad de lenguaje y la construcción del personaje,
mientras que en el caso del segundo, cuenta con un manejo corporal muy limpio y
sencillo, además de una intensidad dramática muy particular. Lograr romper la
cuarta pared de forma adecuada y no forzada es muy complicado, debido a que es
necesario contar con un “código” en la puesta, de tal forma que el público se
identifique con la historia y no solo se vea “obligado” a participar. Esto se
logró en gran parte de la puesta, pero es necesario un mayor trabajo de
exploración para que fluya con mayor naturalidad.
Es importante que el teatro peruano tome y
asuma riesgos, esto ayudará a su crecimiento y los trabajos unipersonales
constituyen, en sí mismos, un reto para el actor, el director y el público que
está ávido de nuevas formas de contar una historia.
Katiuska Granda
Piura, 30 de mayo de 2018
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