jueves, 23 de octubre de 2025

Crítica: SUITE ITINERANTE


La memoria que se cocina

“Los recuerdos se cocinan en vivo y la memoria se convierte en banquete”, anuncia la sinopsis de Suite Itinerante, experiencia escénica interpretada por Kelly Aranguri, Lucero Calderón y Leonardo Barrantes. La obra articula memoria y migración a través del lenguaje del soundpainting, un método de composición en tiempo real que combina gestos e improvisación.

Desde su inicio, el espectador es invitado a un restaurante de carretera, lugar liminal donde confluyen viajeros y relatos. En este espacio, los recuerdos, propios y ajenos, son transformados en materia viva; en palabra, cuerpo y sonido. El anfitrión, interpretado por Barrantes, actúa como mediador entre escena y público, guiando dinámicas participativas que refuerzan la noción de tránsito y colectividad.

Sin embargo, gran parte de la acción se desarrolla en el suelo, lo que, dada la disposición frontal del público, dificulta la visibilidad y la comprensión de ciertos momentos. Este aspecto técnico resta fuerza a una propuesta que por momentos alcanza una sensibilidad muy auténtica, especialmente cuando las intérpretes comparten sus testimonios sobre la experiencia migratoria.

El juego escénico entre las dos mujeres transita entre lo cotidiano y lo onírico. Aunque se alude a una “suite”, el espacio muta constantemente, se convierte en ciudad, frontera o recuerdo. En una de las dinámicas más potentes, las intérpretes compiten en una cuerda de jalar, metáfora física de las tensiones y resistencias que implica migrar.

La escenografía, de carácter minimalista, concentra la atención en los cuerpos, las voces y los sonidos producidos en escena. La dimensión sonora, guiada por el soundpainting, permite que los discursos individuales se entretejan en una partitura colectiva que evoca la fragmentación de la memoria y la pluralidad de las experiencias migrantes.

Suite Itinerante es, en esencia, una exploración sensible sobre lo que se pierde y lo que se reconstruye en el desplazamiento. Aunque ciertos aspectos espaciales podrían afinarse para fortalecer su comunicación con el público, la obra logra activar una experiencia sensorial y reflexiva, donde el acto de recordar se convierte, literalmente, en un acto de cocinar juntos.

Daniela Ortega

23 de octubre de 2025

Crítica: ¿Y GIULIA?


Una historia sobre el amor (propio)

En ¿Y Giulia?, Ítalo Cordano propone una comedia romántica que, bajo la apariencia ligera del género, reflexiona con ironía sobre las presiones sociales que pesan sobre las mujeres de treinta años y la ansiedad que genera no “cumplir con el guion” del amor y la estabilidad. La protagonista, Giulia, que es interpretada con carisma y energía por Luciana Arispe, decide transformar su vida cuando su hermano anuncia su matrimonio. Invisible durante años dentro de su “tribu familiar”, emprende una carrera emocional por encontrar pareja, una búsqueda que pronto se vuelve tan delirante como reveladora.

El elenco se reduce a dos intérpretes: Arispe y Nacho Di Marco, quien asume el reto de encarnar a todos los hombres con los que Giulia intenta vincularse. Su versatilidad resulta uno de los puntos más atractivos del montaje. Cada personaje, desde el gurú de las pirámides nutricionales al fetichista de pies, pasando por el “hijo de mami” o el entrenador emocionalmente indisponible, posee una identidad clara, un cuerpo y una voz que los separa con precisión y humor.

La puesta en escena apuesta por una escenografía colorida y realista que, junto con una dirección ágil, sostiene un ritmo sostenido y un timing cómico impecable. Pero hay otro elemento que potencia el tono de la obra, Giulia vive y sufre al ritmo de un repertorio de canciones rompevenas, con clásicos de Daniela Romo, Rocío Dúrcal y compañía, que subrayan, entre risas, la intensidad melodramática con la que enfrenta el amor y la soledad. Esa banda sonora sentimental refuerza tanto la comedia como la vulnerabilidad de su personaje.

Cordano y los intérpretes logran que el público se mantenga entre la risa y la empatía. Detrás de cada cita fallida se asoma la frustración de una mujer que teme ser ella misma, que confunde la validación externa con el amor, y que poco a poco se reencuentra con su verdadera pasión, el diseño de modas.

El humor funciona como espejo y como defensa. Giulia se ríe de sí misma, pero también se reconoce; y en esa autocrítica radica el acierto de la obra. ¿Y Giulia? no solo se pregunta por el amor romántico, sino por el amor propio, por la posibilidad de dejar de buscar afuera lo que siempre estuvo adentro.

Divertida, cercana y bien ejecutada, la obra consigue lo que promete: una comedia romántica actual, con personajes entrañables, humor efectivo y un trasfondo emocional que resuena con honestidad.

Daniela Ortega 

23 de octubre de 2025

lunes, 20 de octubre de 2025

Crítica: AMISTADES PELIGROSAS


Noche de teatro y música 

Nuevamente, la oferta cultural de El Dragón de Barranco nos sorprende, esta vez con rock, funk y 3 micro obras muy entretenidas. Gracias al apoyo de Fátima Producciones, Amistades peligrosas nos ofrece las dosis teatrales exactas para disfrutar de la puesta en escena, por lo que se nos presentan Un puente llamado Rubén, Doble lío y Ah, qué terapia

La primera explora el siempre complejo vínculo entre suegra y nuera, que se va desarrollando, a pesar de un primer encuentro no tan agradable. Escrita por Juan José Oviedo y dirigida por Rodrigo Rodríguez, las actrices Pilar Delgado y Malú Menacho, madre y novia, logran conectar a sus personajes de modo firme y genuino. La segunda obra cuenta la historia de Rita, quien es imagen de una marca de shampoo, pero cuya vida es demasiado estresante y limitada; así, busca contratar a una doble, que le permita descansar de la rutina. Las intérpretes Gina Fernandez y Karito Barrios generan una gran complicidad en escena, bajo la dirección de Dante del Águila y la escritura de Tábata Fernández Concha. Por último, la obra que más me gustó, Ah, qué terapia, de Mario Soldevilla, es interpretada también por él junto a Katherina Sánchez; ambos forman una relación bastante curiosa entre médico y paciente que, de forma muy divertida, juega con sus límites, tanto sobre el vínculo como de la realidad. 

Esperamos que repongan pronto estas obras, y el formato en general, ya que la noche abre y cierra con música en vivo. Considero que esto da al público una energía distinta, que permite abrirse más a disfrutar de las obras y pasar un momento relajado. El espacio de El Dragón de Barranco es además muy agradable y bien organizado; me alegra haber asistido de nuevo.

Jimena Muñoz

19 de octubre de 2025

miércoles, 15 de octubre de 2025

Crítica: DOMINGO 7


Yerovi en clave de “clown”

Siempre es un placer asistir a la función teatral de una obra escrita por Leonidas Yerovi (1881- 1917), así esta presente algunos aspectos por mejorar. Yerovi fue un poeta, dramaturgo y periodista limeño muy querido hasta el día de hoy, fallecido prematuramente, que desarrolló una valiosa producción literaria, en la que destacaron sus alegres comedias en verso que criticaban las costumbres de aquella época. Domingo siete (1906) es una de las más conocidas, haciendo referencia al dicho popular “Ya vas a salirme con un domingo siete”; es decir, que se anuncia un evento inesperado no deseado.

Ubicada en nuestra capital, a inicios del siglo XX, la trama sigue las desventuras de un típico matrimonio en crisis, en el que luego de la partida de la esposa, se desatará una serie de divertidos enredos, involucrándose en ellos los vecinos, la suegra, el tio, la sobrina y hasta la criada. La directora Sandra Jimena toma una arriesgada decisión: utilizar el formato clown para presentar la pieza en escena; el resultado es por momentos irregular, pero entretenido, ya que las jocosas situaciones se prestan para ser interpretadas con el estilo mencionado (comedia física, intensidad rayando el absurdo), contando además con un entregado elenco de jóvenes actores con narices rojas, integrado por Marcelo Sánchez, Naysha Wankun, Gabriel Poma, Angie Orihuela, Joseph Catalán, Arleth Hernández y Micaela Chamorro.

Entre los detalles a revisar cabría mencionar el aspecto estético, como cuidar el uso de gigantografías, que no resultan teatrales para el Teatro Barranco, ya que rebotan demasiado con las luces; así como una mayor precisión en la vocalización y en la ejecución misma del elenco en general, para una correcta interpretación del texto en verso y en el formato elegido. Sin embargo, el carisma y energía de los actores y los versos sin pierde de Yerovi hacen de este Domingo 7, a cargo de Free Mistakes Producciones, una experiencia recomendable, especialmente para acercarnos a un notable dramaturgo peruano que siempre será bienvenido sobre las tablas.

Sergio Velarde

15 de octubre de 2025

Crítica: UN ESPEJO


Reflejos incómodos de un país en escena 

Hay obras que no temen mostrar su ficción, sino que la abrazan para hacerla vibrar frente a nosotros. Un espejo, de Sam Holcroft, dirigida con agudeza por Wendy Vásquez Larraín, comienza con una ilusión que, poco a poco, nos invita no solo a mirar su “realidad”, sino a ser parte de ella: una boda que parece festiva se transforma en un acto de resistencia que interpela e incomoda y nos invita a mirar más allá del telón: ¿qué se esconde detrás de lo que parece?

Desde esa propuesta, la obra nos envuelve, nos guía sutilmente por su juego metateatral que no solo cuestiona la censura estatal, sino también la autocensura cotidiana y nos recuerda que el teatro, en esencia, siempre es una forma de hablar cuando todo parece querer silenciarnos. La dirección de Vásquez Larraín es clara en su lectura política y hábil en el manejo del ritmo, aunque por momentos algunas transiciones podrían respirar más. Pero ese pequeño desajuste, propio de una primera función, no opaca la potencia de una puesta en escena que se siente viva lúcida y sobre todo necesaria y urgente. 

Uno de los grandes aciertos del montaje es la inteligencia en el uso escenográfico. Tres bloques móviles que se transforman en distintos espacios con mínima intervención, componiendo una escenografía funcional, precisa y simbólica. El diseño de luces acompaña con sutileza los quiebres de tono y los niveles de realidad. La puesta, en conjunto, parece un organismo que se piensa a sí mismo, que se interroga mientras actúa.

El elenco, conformado por Rodrigo Palacios, Renato Rueda, Daniela Trucíos, Jorge Villanueva, Iván Chávez, Adriano Alamo, Elihu Leyva, Germán Ojeda y José Villalobos, trabaja con cohesión y equilibrio y todas las actuaciones están en muy buen nivel. No hay protagonismo que sobresalga desmedidamente, lo que habla de un elenco sólido, equilibrado y bien ensamblado. Aun así, Chávez logra destacar en su breve aparición, construyendo un personaje que rompe con lo que solemos ver de él: contenido, preciso, casi irreconocible. Su presencia se vuelve un eco dentro de este juego de espejos que propone el texto.

Un espejo es una obra sobre la censura, pero también sobre la libertad del acto teatral. No solo denuncia el control del Estado, sino el modo en que todos podemos convertirnos en cómplices del silencio. Al final, lo que se refleja en escena no es un país ficticio, sino el nuestro: un país donde aún cuesta decir, crear y resistir. Y el teatro, como siempre, se convierte en el lugar donde lo indecible encuentra cuerpo.

Milagros Guevara

15 de octubre de 2025

lunes, 13 de octubre de 2025

Crítica: HAY QUE LLENAR LA NOCHE


Medias verdades o sueños posibles

El grupo EspacioLibre regresa de la mejor forma. Con el firme compromiso de seguir explorando la dramaturgia peruana, le tocó el turno al clásico en ciernes Hay que llenar la noche (1993) de César Bravo, pieza noventera escrita en una convulsionada época, que juega con las apariencias, la inseguridad y especialmente, la soledad. Vuelven a reunirse el excelente director Diego La Hoz y sus virtuosos actores Eliana Fry García-Pacheco y Karlos López Rentería, junto a la joven Sadith Arévalo (de su taller montaje, Café Inútil Orquesta) y a David Almandoz, quien regresa luego de haber protagonizado el estreno de Demonios en la piel en 2007. Los auspiciosos resultados conseguidos con la obra de Bravo confirman el buen momento que atraviesa el colectivo.

Muy pocos directores, como lo es La Hoz, pueden equilibrar con tanto brillo la forma que el texto reclama, con el fondo que propone el autor. Bravo nos cuenta la historia de un hombre que sueña y La Hoz nos lo presenta como un sueño dentro de otro. El Club de Teatro de Lima se transforma en un espacio estéticamente onírico, con luz tenue y melancólicos compases de fondo, en donde Coco (López Rentería), un hombre común y corriente, se encuentra (o no) con una ilusión del pasado, representada por Arévalo. Este suceso fortuito acarreará una crisis con su enamorada (Fry García-Pacheco) y además, revelará las intenciones de su mejor amigo (Almandoz). Una lograda atmósfera que sirve de fondo para este triángulo amoroso de cuatro esquinas, en el que nada es lo parece.

La Hoz no solo crea mundos tan particulares en cada una de sus propuestas escénicas, sino que además extrae lo mejor de sus intérpretes: Arévalo se convierte en una presencia intermitente y por ratos, inquietante, deambulando por todos los espacios; mientras que Almandoz maneja con convicción su doble moral. Como siempre, son Fry García-Pacheco y López Rentería quienes consiguen los momentos más contundentes y conmovedores, especialmente este último, quien asume con acierto el rol protagónico. Hay que llenar la noche, montaje ambiguo e impecablemente ejecutado de EspacioLibre, es, sin duda, el notable reencuentro con uno de los colectivos de teatro independiente más interesantes de nuestro medio. 

Sergio Velarde

13 de octubre de 2025

sábado, 11 de octubre de 2025

Crítica: MICRO CIUDAD I


Nuevo espacio, propuestas adecuadas

La movida teatral limeña no se detiene, aun viviendo en un clima tan políticamente inestable como el nuestro. Y ante la escasez de teatros, muchos colectivos se lanzan en la ardua tarea de conseguir nuevos espacios para presentar sus propuestas. Uno de estos últimos es Casa Kona, enorme vivienda ubicada en Miraflores, en donde se vienen presentando (provisionalmente) propuestas teatrales en formato breve. Si bien es cierto la adecuación del espacio en sí (una amplia sala que conecta con una escalera caracol al fondo) merecería una revisión para presentar puestas en escena que aprovechen las características propias del lugar, el repertorio escogido por Ciudad Gris Producciones no desmerece la visita, con la dramaturgia y dirección general de Romina Viñas.

En ¿Quién es el padre?, dirigida por Víctor Barco, dos amigas (Fabiola Vargas y la misma Viñas) descubren que una de ellas, la más joven y alocada, se encuentra en estado; sin embargo, la identidad del padre las pondrá en aprietos. Y en Viudas Negras, con la dirección de Johan Escalante, dos mujeres (Carola Mazzei y Rocío Montesinos) se encuentran en un velorio y descubren sorprendentes revelaciones respecto al difunto. Bien dirigidas, las historias funcionan con solvencia dentro de su sencillez, aprovechando el carisma de las actrices.

En ¡Sexo a Ciegas!, dirigida por Viñas, somos testigos de un curioso encuentro romántico (literalmente) a ciegas, cuando un apuesto joven (Francisco Zamora) recibe en su casa a una despampanante mujer (Adriana Benito), ciega pero muy superada. Y en Call Center, con la dirección de Diego La Hoz, las singulares operadoras (Mazzei y Michelle Tolentino) tienen que atender, por separado, las llamadas de dos mujeres en “problemas” (Montesinos y Viñas); ambas operadoras, ya curtidas en estas lides, sabrán resolver los casos muy a su manera. Bien resueltas las dos historias, aportando cada una su cuota de entretenimiento. Ya en el futuro, este nuevo espacio de Casa Kona podría ser aprovechado para otro formato de espectáculos que puedan aprovechar todo su potencial.

Sergio Velarde

11 de octubre de 2025

lunes, 6 de octubre de 2025

Crítica: TERAPIA AMOROSA


Conflictos de pareja… y del terapeuta

¿Qué se gana realmente cuando se acude a una terapia de pareja? Pues no solo mejoría en la comunicación y la modificación de patrones de comportamiento negativos, sino también la resolución de conflictos y la (re)construcción de la relación afectiva mutua. ¿Pero qué sucedería si nada de esto funcionara? Pues esto es, a grandes rasgos, lo que nos propone la más reciente apuesta de Piso 1 Producciones, la muy lograda comedia del austriaco Daniel Glattauer, en versión de Daniel Veronese, titulada Terapia amorosa, estrenada en el Teatro Barranco y con la dirección de Haysen Percovich. 

Un matrimonio en notoria crisis, conformado por Juana (Maria del Carmen Sirvas) y Valentín (Manuel Baca Solsol), asiste a la mencionada terapia, no muy convencidos ambos; mientras el terapeuta en cuestión (Iván Chávez) pareciera enfrentar su propia crisis personal. Narrada en tiempo real, y sin cortes, vamos conociendo en paralelo las rutinas, miserias y secretos de los esposos, junto con la creciente tensión del terapeuta, quien no deja de leer los mensajes de su celular en plena sesión. Sostenida básicamente por el impecable trabajo de los actores, la puesta en escena destaca por su fluidez y su corrosivo humor, especialmente cuando la pareja participa (sin éxito) de las dinámicas propuestas por el especialista.

La dirección sabe aprovechar el talento para la comedia del trío de intérpretes: Chávez convence como el experimentado terapeuta en problemas, mientras que Baca Solsol construye un cínico y engreído marido. Mención especial para Sirvas, una de las actrices más versátiles del medio, que compone a una esposa tan dominante como insoportable. Sin revelar el final, esta Terapia amorosa le propone a la pareja dos caminos a seguir: resolver los conflictos y permanecer juntos, o separarse para ser ambos más felices; aunque el terapeuta maneje sus propios métodos. Se trata de un espectáculo muy logrado que entretiene y busca la reflexión acerca de los problemas de pareja, un filón inagotable para la creación dramática.

Sergio Velarde

6 de octubre de 2025

Crítica: UN HURACÁN NOS HABÍA AZOTADO


Un huracán que no llega a ser huracán

Una madre escribe sobre su difícil relación con su hija y ambas aparecen en escena. La obra revela las típicas contradicciones en estos vínculos familiares, que se hacen más tensas cuando la madre y el padre se separan y la hija llega a la adolescencia, y luego cuando la madre tiene otras parejas. Hay reproches, pero también ternura; temores, pero también consuelo; ataques, pero también reconciliación. El solo hecho de contar la historia a otros (nosotros) ya es un desafío mutuo, pues cada cual tiene su versión y estas se confrontan y de eso trata la obra. Siendo una puesta en escena testimonial, es posible que muchas madres e hijas presentes se identifiquen y eso facilita su conexión con los personajes. 

El problema con esta obra es que no sucede nada especial que supere las expectativas: el título anuncia un momento crítico o conflicto que, presumimos, va a elevar la tensión dramática en algún momento, pero ese momento nunca llega. La curiosidad generada por el “huracán” se ve defraudada. Hay que tener cuidado con el título. Si el propósito de la obra es conmover al espectador con el drama de los personajes, el contenido no nos lleva a esa emoción. Ni el ingenio y los esfuerzos de su directora (Lita Baluarte) por darle mucha movilidad a los personajes y utilizar elementos escenográficos para generar cambios visuales salvan la monotonía de un discurso doméstico común. El contenido se pierde en la anécdota y deja cabos sueltos: se menciona a un hermanito que no aparece más, como si la autora hubiera sentido la obligación de no ignorar a su hijo en la vida real, aunque no tenga ningún efecto en la narrativa de su conflicto con la hija. En el final, la incertidumbre por el aparente embarazo no deseado de ambas es desaprovechado dramáticamente y se desvanece sin explicar completamente cómo se resolvió.

Acrecienta la pesadez el tono de la hija, interpretado por una actriz en formación con débil uso de matices. La madre aprovecha mejor los guiños humorísticos del texto y hasta puede tirarse al piso para describir las exageraciones de su personaje sin que la acción sea exagerada.

Al ingresar a la sala vemos a las actrices en el escenario. Saludan a sus conocidos. Recordamos el uso de este recurso en puestas recientes dirigidas por Jean Pierre Gamarra, pero en aquellas hay una justificación porque nos introducen al drama. En el "Huracán" solo están allí, conversan, salen, vuelven y empieza la obra. Luego, intentan interactuar con el público, pero se limitan a buscar la mirada afirmativa en algunas expresiones. En verdad, las dimensiones del escenario, con la platea en herradura, constituyen un reto. La sala Quilla se presta perfectamente para espectáculos que capturen la atención del público por la conjunción de conflicto temático, buena narrativa y capacidad actoral. Talvez el “huracán” resultaría mejor en un teatro más íntimo, para contar secretos de familia que no se pueden gritar a los cuatro vientos.

David Cárdenas (Pepedavid)

6 de octubre de 2025

Crítica: COMEDIA AL CUADRADO


Entre pelotazos y puntuaciones

Comedia al cuadrado es un proyecto de dos microobras: Pelotazo y Al pie de la letra, ambas escritas por Luisito Fernández y dirigidas por Tommy Párraga, en las que actúan Samir Sayac y Jeff Bello, en la primera; mientras que, en la segunda, Walter Escobar, Nicolas Bullón y Jesús Romero.

Pelotazo, una comedia breve que parte de un simple golpe de pelota en el parque para detonar una historia de encuentro entre dos jóvenes opuestos: uno lector e introspectivo, el otro un “FIFA” apasionado por el fútbol. Lo que empieza como un malentendido se transforma en un retrato sensible sobre la curiosidad, el afecto y la ruptura de prejuicios. 

La química entre los actores sostiene la obra con naturalidad y humor, logrando que lo cotidiano adquiera una ternura inesperada. Con pocos elementos (una pelota, un banco y un libro), la puesta construye un universo íntimo donde el humor y la vulnerabilidad masculina conviven con honestidad.

La dirección apuesta por un tono sencillo y cercano, dejando que los silencios y las miradas hablen tanto como las palabras. Algunos pasajes podrían condensarse para mantener el ritmo, y el cierre ganaría fuerza con un remate más simbólico, pero el resultado final emociona. Pelotazo es una pieza cálida y sincera que demuestra que lo pequeño también puede tocar fibras profundas: un juego entre risas, torpeza y amor que termina revelando la belleza de atreverse a sentir.

Al pie de la letra, una comedia metateatral que se mete de lleno en uno de los dilemas más sabrosos del oficio: ¿cuánto puede cambiar lo escrito cuando llega al escenario? Lo que arranca como un ensayo cualquiera pronto se convierte en un campo minado de instrucciones, tonos y puntuaciones, cuando una presencia sobrenatural irrumpe y desordena todo. Literalmente. Cada indicación se vuelve trinchera: “más dramático”, “menos dramático”, “di la coma”, “no digas la coma”. Y así, el ensayo se transforma en una guerra de interpretaciones.

El ritmo es clave, y aquí los intérpretes lo sostienen con precisión: órdenes y contraórdenes se encadenan como un contrapunto musical, donde los gags no solo hacen reír, sino que revelan manías reconocibles del mundo teatral. La risa no viene del chiste fácil, sino del espejo que la obra pone frente a quienes viven entre guiones, ensayos y cabinas.

Uno de los aciertos es que el conflicto no se queda en lo técnico. La obra plantea una pregunta que cualquiera puede entender: ¿de quién es el texto cuando se ensaya? ¿Del papel o del cuerpo que lo encarna? Incluir a luces y sonido en el juego escénico amplifica el caos y le da ritmo al absurdo. 

Hay, sin embargo, momentos que podrían afinarse. El ingreso sobrenatural necesita un pulso más claro para que el golpe cómico no se pierda entre gritos. Y algunas repeticiones, como la secuencia del “más/menos dramático”, podrían compactarse para que el gag no se desgaste. El cierre, aunque gracioso, ganaría fuerza si dejara una última imagen que resuma la tesis: una desobediencia final del texto, un accidente escénico que diga, sin decir, que el teatro siempre negocia entre lo que se escribe y lo que se vive.

En resumen, Al pie de la letra convierte la trastienda del ensayo en espectáculo. Y lo hace con humor, inteligencia y una pregunta que sigue resonando después del aplauso: ¿quién tiene la última palabra cuando el teatro empieza?

Milagros Guevara

6 de octubre de 2025

Crítica: HISTORIAS DE AMORES


La fiebre de Bollywood

No es la primera vez que el colectivo Cabac Teatro se anima a producir un espectáculo teatral basado en una popular cinta hindú, sumándose así al fenómeno de Bollywood. En 2019, por ejemplo, se estrenó Nos volveremos a encontrar, basada en la película Rab ne bana di jodi que protagonizara el ídolo Shah Rukh Khan, con correctos y discretos resultados en escena. Curiosamente, una de las actrices de aquella puesta, Sary Alvarez, es ahora la encargada de adaptar y dirigir Historias de amor, versión libre del film en idioma hindi más taquillero en el 2000, Mohabbatein. Si bien es cierto, como ya anotáramos en aquella ocasión, las dificultades del cambio de formato nuevamente se encuentran presentes, esta vez el producto final tiene las suficientes virtudes como para sostener las poco más de tres horas de duración del espectáculo.

La adaptación escénica es bastante fiel al material original: en un internado para varones, su estricto director (el primer actor Reynaldo Arenas) viene manteniendo durante años la tradicional disciplina en su institución, prohibiéndole a los alumnos cualquier tipo de distracción, como por ejemplo, el de involucrarse románticamente; hasta el centro de estudios llega el nuevo profesor de música (Gian Paul Miranda), quien motivará a tres muchachos a seguir los dictados del corazón, especialmente, teniendo cerca una universidad solo para damas. En ese sentido, los jóvenes Bruce Loui, Samir Sayac y Jean Pierre Sullon definen bien sus personajes, al igual que sus respectivos intereses amorosos, a cargo de Claudia Trucios, Valentina Vasquez y Karen Iberico. Con una escenografía bastante sencilla para organizar las historias en paralelo, la trama se sostiene y alcanza los mejores momentos, cómo no, en sus alegres y dinámicas coreografías, punto fuerte del espectáculo.

Algunos detalles por pulir, como la abundancia de apagones para ordenar las numerosas historias, que podrían solucionarse con iluminación por sectores, y la inclusión de canciones en vivo combinadas con melodías extraídas directamente de la película, bien podrían ser revisados para próximas reposiciones. El elenco en general cumple las expectativas, con la sólida presencia de Arenas y un efectivo Miranda, quien consigue buenos momentos no solo en su contrapunto con Arenas, sino también cuando invoca a su amor del pasado (Maria Cristina Mory). Complementan con eficiencia el ensamble conformado por los actores Gabriel Soto, Pierina Neyra, Zunitha Martinez, Aissa Lucho, Angela Ruiz, Grecia Centeno, Fiorella Quispe, Jean Carlo Rivera, Nick Delgado, Rafael Parreño, Manuel Canicela y Jhonzh Flores. Estrenada en el Teatro Juanita Tarnawiecki, Historias de amores nos permitió disfrutar de la contagiante magia de Bollywood en vivo.

Sergio Velarde

6 de octubre de 2025

jueves, 2 de octubre de 2025

Crítica: POR MIS ZARZUELAS


En la nota de la zarzuela

El Centro Cultural de España, entre la oferta de actividades y representaciones de su folclore, nos invita a un recorrido histórico del teatro español con la obra Por mis zarzuelas. Lejos de ser meramente una muestra cronológica, nos encontramos ante los recuerdos de un famoso cantante de zarzuela quien, sin perder la emoción por el presente, nos conmueve nostálgicamente. Este género, al que se dedicaba nuestro protagonista, añade música a las obras (en el formato que ya conocemos), por lo que disfrutamos de canto y baile además de las historias que proponen nuestros actores. Así, lo que vemos en el escenario son las memorias propias de Don Tomás, mezcladas con el registro artístico de sus interpretaciones que marcaron su carrera.

Dirigidos por Luciano Castro y Jaime Bazán, los artistas Mónica Villanueva y Arturo Vigo representan al adulto mayor y su cuidadora. Ellos, aun dentro de un asilo de ancianos en el Rímac, fantasean y vuelven parte de sus sueños a los personajes interpretados por Adriana Guevara y Carlos Callirgos, quienes igual nos deleitan con sus voces. Su incursión en escena es planteada de manera impecable, por lo que los saltos en el tiempo mantienen el acuerdo con el espectador: somos cómplices de las antiguas aventuras de Don Tomás, y oyentes de hermosas canciones que marcaron su trayectoria. Así, nos volvemos partícipes del coro, que entona Viva Madrid, que sí que sí, canciones como En un pueblecito español y de zarzuelas como El dúo de la africana.

Invitamos especialmente a nuestros lectores que disfrutan de los musicales, para que puedan asistir a este espectáculo, tan dinámico como bello. La obra no tiene mayor restricción de edad, pero consideramos que puede ser más apreciada por un público adulto. El Teatro Antonio Banderas, donde se presenta, es un ambiente muy cómodo, y rodeado por otras salas del Centro Cultural que nos transportan a España y abrazan su identidad. Así, las voces de nuestros artistas nos llevan en un viaje a otro país, pero también al pasado, pero volviendo siempre al presente, sin dejar de envolvernos entre la pasión por la música y la vida. Aún quedan fechas, en esta semana, para que puedan asistir.

Jimena Muñoz

2 de octubre de 2025

lunes, 29 de septiembre de 2025

Crítica: MELORAMAS DEL CORAZÓN


Adentrándonos en el corazón de la selva 

En el espacio de El Galpón siempre se nos ofrecen propuestas muy innovadoras, y dentro de lo que he visto allí, Meloramas del corazón es la que me ha parecido más especial. Con la idea de ofrecer una experiencia sensorial, Majehisa nos dirige por un viaje al mundo tropical, a través de olores, sonidos y sabores que nos recuerdan a las plantas, la lluvia y la vida que se desarrolla, renovándose una y otra vez, en el lado oriental del país.

Con el apoyo de Muhsun Producciones, Jimena Donayre, Marcelo Cuadros y Franzia Inocente convierten a la habitación, de cuatro paredes y cemento, en una selva infinita y llena de energía. Sentados sobre cañas, los espectadores éramos navegantes en una canoa atravesando el Amazonas; nos encontrábamos frente a palmeras, hojas y lianas que aparecían en el camino. Disfrutamos y nos sorprendimos de las voces que nuestros intérpretes emitían, transformándose en aves, mamíferos y reptiles. Nos reconocimos, así, como amistosos invitados del bosque, pero pequeños ante los estímulos de una naturaleza que tiene un orden en sí misma, a la que hemos tratado de dominar: solo somos una más de las gotas que recorren los ríos, otra huella que se pierde entre la tierra mojada. 

Por ello, espero que se pueda presentar nuevamente Meloramas del corazón, ya que plantea modos curiosos y dinámicos de conectar con el público. A través del oído y el olfato somos introducidos a un ambiente que está, en realidad, lejos de nosotros, pero que merece ser comprendido y respetado. Creo que son este tipo de proyectos los que logran generar más inspiración, con la experiencia, para cuidar el mundo que compartimos. 

Jimena Muñoz

29 de setiembre de 2025

Crítica: PRINCESAS EN CRISIS


Sátira, trauma y parodia

La obra Princesas en terapia, escrita por Luisito Fernández y dirigida por Marco Palomino, y protagonizada por Andrea Aguirre, Giuliana Muente, Alphie Pagano, Ale Carrasco y La Langosta, parte de una premisa sencilla: ¿qué pasaría si las princesas clásicas pasaran por un proceso terapéutico?

El montaje remite a la clásica obra Toc Toc, pero aquí los tics y obsesiones se transforman en impulsos desbordados de personajes femeninos que encarnan versiones distorsionadas y contemporáneas de las princesas. Entre los personajes se encuentran Blanca, con su agresividad verbal y cruel sentido de superioridad; Jazmín, que canaliza el estrés a través de la violencia física; Cindy, marcada por un trauma obsesionado con el tiempo; y Bella, que escapa a un mundo ficticio de rumores inventados. Cada una de ellas se sienta frente a Madame Chu Chu, terapeuta tan excéntrica como sus pacientes.

Un elemento en común recorre las historias de estas princesas: la figura masculina. Ya sea como culpable de sus desgracias, objeto de despecho o promesa de salvación, el hombre aparece constantemente como eje de los traumas. La obra explota este tema a través de clásicos musicales de despecho, que las actrices interpretan en momentos impulsivos y sorpresivos. Estas canciones funcionan como desahogo emocional, como guiño cultural y como comentario crítico al imaginario romántico que sostienen los cuentos de hadas. La exageración convierte la herida en humor, y el despecho en un código compartido con el público, que responde entre la risa y el reconocimiento.

El recurso de los estallidos musicales y la aparición de impulsos incontrolables mantienen un tono dinámico, cercano a la comedia absurda, y provocan que el público acompañe con risas y palmas a lo largo de la función. La recepción fue notablemente entusiasta, confirmando la eficacia de un humor que combina lo familiar de los cuentos con la sorpresa de lo irreverente.

El desenlace, inesperado, termina por consolidar la propuesta. Princesas en terapia no es solo una parodia ligera, sino también un espejo crítico de cómo seguimos entendiendo y consumiendo los roles de género en la ficción.

Daniela Ortega

29 de setiembre de 2025

domingo, 28 de septiembre de 2025

Crítica: CUARTA TEMPORADA DE TEATRO COMPANY


Un nuevo espacio para el teatro breve

Teatro Company, de la Compañía de Artes Escénicas, es un nuevo espacio para el repertorio de obras cortas ubicado en Miraflores. En su cuarta temporada, presentaron tres puestas con temática diversa, pasando por géneros como la comedia, el romance y el drama.   

La primera entrega, titulada Por algo pasan las cosas, producida por Pluma Og, escrita y dirigida por Brayan Vílchez, quien también actúa junto a María Belén Ochante, nos trae la historia de Alberto e Ingrid, cuyo encuentro casual los lleva a una franca conversación que revela dos realidades distintas; ella, con una crisis vocacional a punto de estallar; y él, tratando de encontrar la paz y el lado positivo de (casi) todo. Dicen que, a veces, es más fácil contarle a un desconocido lo que te inquieta, así la narrativa de Vílchez refleja esta premisa a través del baile y un diálogo sencillo entre los personajes, correctamente desarrollados por los actores. Además, se aprovecharon los efectos de luz y la música en momentos estratégicos. Siendo el desenlace más liviano para ambos, demostrándonos que los problemas o dolores que pasamos en la vida, aunque no sean los mismos, nos unen como seres humanos.     

Luego vimos Intrusos, escrita y dirigida por Miguel Cente, quien actúa junto a Berenis Cornejo, bajo la producción de Aranway Pukllaq. Una curiosa narrativa que gira en torno a Emma y Robert, cuyo encuentro fortuito en un departamento del que ambos afirman ser los dueños, acusándose mutuamente de ser intrusos en la propiedad. Entonces, deciden resolver la situación mediante preguntas, fotografías, etc. trayendo un hilarante final que no revelaremos en estas líneas. Por otra parte, la escenografía con elementos precisos jugó un papel importante en el desarrollo de la puesta, complementándose con las interpretaciones correctas de los actores, quienes formaron una dupla entretenida.

Por último, Encuentro casual, bajo la producción de Luani Linares, dirigida por Piero Vidal y escrita por Jean Carlo Rivera, quien también la interpreta junto a Héctor Quispe. La historia empieza cuando Julián recibe en su departamento a Leo, a quien conoció en una aplicación de citas, en medio de la conversación surgen coincidencias y confesiones que profundizan su encuentro; sin embargo, el comportamiento inquietante del invitado, revela sus verdaderas intenciones hacia el final de la obra. Escenografía sencilla y utilería justa para complementar las acciones de los personajes, ejecutados con aplomo por Rivera y Quispe. Sin duda, una narrativa intensa, que nos lleva a reflexionar sobre las nuevas formas de relacionarnos a través de las redes sociales, y los riesgos a los que estamos expuestos.  

Maria Cristina Mory Cárdenas

28 de setiembre de 2025

sábado, 27 de septiembre de 2025

Crítica: YANA, CRECER EN LA OSCURIDAD


Enérgica puesta juvenil de historias cruzadas

Siempre es grata la presencia de valiosos experimentos teatrales realizados por jóvenes actores, que buscan encontrar su propio camino de la mano de sus propias voces. Tal fue el caso de Yana, crecer en la oscuridad, puesta en escena escrita y dirigida con brío por Carlos Orbegozo Reyna, que tuvo una breve temporada en el CAFAE de San Isidro y que por cierto, no se escapa de ciertos excesos y carencias, pero que aparecen como resultado de una arriesgada propuesta urbana que luce honesta en su afán de transitar por diversos géneros (como lo anticipa su material promocional), como el realismo mágico, el teatro experimental, el social, el político y el antimusical, así como el no convencional y la parodia.

Los jóvenes intérpretes Diana Veliz Castro, Francis Vega, Daniela Segura, Angel Vera y Braulio Pérez, acompañados por el mismo Orbegozo Reyna, encargado también de la composición (anti)musical, le dan vida a un puñado de personajes que podemos fácilmente reconocer dentro de nuestra caótica ciudad: desde la jovencita que debe lidiar con la ambigua presencia de su madre, mientras trata de abrirse paso en la venta de chocotejas; pasando por el joven soñador que busca trabajar solo porque quiere tener un auto; la universitaria rebelde y contestataria que participa activamente de las marchas; hasta el profesor universitario y el presentador televisivo, ambos ubicados en los extremos opuestos de nuestra realidad nacional. Todo ellos retratados en escena con honestidad y solidez.

El espacio del CAFAE es intervenido con una pasarela en el medio con dirección al escenario; esto permite una interesante propuesta de desplazamiento que suma al producto final, así como la inclusión de instrumentos musicales en los extremos del escenario que acompañan ciertas escenas en vivo. Por otro lado, la dilatada duración del espectáculo en general, la excesiva combinación de estilos de actuación, así como el recurrente desorden en las secuencias narrativas sí que juegan en contra. Sin embargo, hay algo en Yana, crecer en la oscuridad, con la producción del Centro Cultural Casa Perejil, que disculpa cualquier exceso: es la firme y comprometida propuesta de dirección de Orbegozo Reyna, que retrata con acierto aquella convulsionada ciudad en la que deben (sobre)vivir muchos jóvenes que cargan a su vez sus propios dilemas.

Sergio Velarde

28 de setiembre de 2025

Crítica: EL CAMINO DE LOS PASOS PELIGROSOS


El tiempo oculto y misterioso

Ingresamos a un espacio oscuro, lúgubre como un bosque en la noche. Al centro, los cuerpos de tres jóvenes reposan moribundos apoyados en los restos de un árbol. La función empieza con sus voces repitiendo en coro una letanía: 

“¿Cómo terminé regresando al mismo lugar? ¿Cómo pude dar vueltas en círculo si fui por un camino recto, por una línea recta? Justo ahí, en la curva, fue donde sentí una sensación de déjà vu".

El teatro circular se presta para representar las vueltas entre la vida y la muerte. Nosotros alrededor de ellos. Ellos alrededor de un árbol o lo que queda de él, pero que representa al bosque que nos rodea. El bosque alrededor de nosotros. A nuestros pies, las fotos de personas - acaso familiares - desperdigadas como las hojas que cayeron con el otoño. De cuando en cuando, ellos las toman, como asomándose a algún recuerdo.

Son tres hermanos: Víctor, el mayor (Gian Asejo); Ambrosio, el intermedio (Sergio Lescano); y Carl (José Soto), el menor, por cuyo matrimonio planearon reunirse y para ello debían pasar por el camino donde su padre falleció en un accidente. Tres hermanos con sus rivalidades y rencores expuestos, pero también sus afectos y vulnerabilidades, sus ilusiones y sus frustraciones. El retorno a su infancia, en el mismo lugar, los lleva a su padre, cuyos versos de amor paternal repiten igualmente en coro, compartiendo el dolor por su muerte en un accidente, en ese mismo lugar.

El tiempo es el personaje oculto y misterioso que se muestra de modo distinto a cada hermano, a distintas horas, pero en el mismo momento, en el destino común de ese abismo en un rincón del bosque. Todos sospechamos desde el principio lo que ha ocurrido, porque el dramaturgo canadiense Michel Marc Bouchard nos da pistas claras, pero la poesía está en su narrativa. Más importante que confirmar los hechos es descubrir las verdades interiores de los personajes.

Sorprende gratamente el manejo de tiempos, espacios y movimiento escénico conducido por Hebe Sánchez, actriz formada en el taller de Fernando Luque y que debuta como directora. Precisamente hace diez años Luque debutó como director con esta misma obra y ahora lo hace Sánchez, con gratos resultados. Vi a la directora a comienzos de este año en La importancia de llamarse Ernesto, en este mismo teatro, secundando bien a la experimentada actriz Pilar Núñez. Su rol de directora merece una alta calificación. Sé que le gusta la danza y logra que el movimiento de los actores alrededor del árbol solitario se sienta como una que no cesa, que se detiene apenas para marcar los hitos de la historia, pero continúa como una permanente y angustiante búsqueda de la verdad que cada uno carga y ha ocultado tanto tiempo; hasta que llegó ese momento que resulta difícil de aceptar, en el que cada cual debe confesar antes de despedirse.

El desempeño de los actores permite que la obra transcurra con equilibrio, cuidando que la singularidad de los personajes y cierta diferencia a nivel actoral no provoque el desbalance. Cada cual tiene su momento en el conjunto y su interrelación resulta por eso armónica. Desconozco la versión original (en francés) y quién hizo la traducción, pero se disfruta los textos, tanto en los diálogos como en los coros en verso en las letanías.

La temporada en La Vaca Multicolor ha sido corta. Ojalá puedan reponer.

David Cárdenas (Pepedavid)

27 de setiembre de 2025

viernes, 26 de septiembre de 2025

Crítica: EL RINCÓN DE LOS MUERTOS


La lámpara ayacuchana que brilla en Lima 

El rincón de los muertos inicia con la imagen de un joven tendido en el suelo, torso desnudo. Desde ese gesto inaugural, la obra propone un tránsito entre la historia personal y la memoria familiar, articulado desde un cuerpo que se expone con vulnerabilidad y potencia. Ricardo Bromley sostiene el escenario en solitario y se convierte en testigo y heredero: evoca a su abuelo periodista encañonado, a su abuela que canta mientras la memoria se le escapa, a un tío oculto tras un alias, y a sí mismo, actor y danzante de tijeras que intenta comprender qué legado recibe y qué puede transformar.

La dirección de Sebastián Rubio y Yanira Dávila apuesta por una dramaturgia que trasciende lo verbal. El relato se fragmenta para dar paso al canto (Flor de retama), al violín, a la danza, a la máscara del “Huerajo”. Estos elementos no aparecen como ornamentos, sino como dispositivos que permiten que la memoria se encarne. En ese sentido, la obra sugiere que recordar no es solo un ejercicio intelectual o discursivo: la memoria también se baila, se canta, se respira. Es decir, se manifiesta a través del cuerpo, del ritmo, del gesto, de la musicalidad que conecta lo íntimo con lo colectivo.

Bromley despliega una versatilidad escénica notable: actúa, canta, baila, toca instrumentos y transita con solvencia entre registros emocionales diversos que van del humor al dolor, de la intimidad al ritual. Cada recurso está integrado con precisión y sobriedad, sin caer en el efectismo, no hay victimismo ni grandilocuencia. Su presencia conmueve porque no busca imponer una verdad, sino compartirla. Por momentos hace reír, por momentos hiere, y siempre interpela: uno siente que habla por muchos, que encarna la voz de quienes venimos de provincia, de quienes hemos experimentado la fractura entre el país oficial y el país vivido, de los artistas que sostienen su historia mientras luchan por no quebrarse.

La puesta se construye desde una economía de medios que potencia su densidad simbólica: una mesa, una lámpara, proyecciones que rozan el documental. La lámpara, en particular, se convierte en emblema de lo que está en juego. Es la lámpara con la que su abuelo estudió, la que iluminó sus esfuerzos, y que al final se transforma en metáfora del Perú: frágil, lleno de sombras, pero todavía es capaz de alumbrar en momentos dónde la oscuridad amenaza con sobrepasarnos.

El rincón de los muertos no busca reconciliaciones fáciles ni discursos redentores. Se atreve a mirar de frente lo que duele y lo convierte en un acto de resistencia y de arte. Salimos con la sensación de que alguien sostuvo su historia, y al hacerlo, sostuvo también la nuestra. La ovación larga (de casi 10 minutos) no es un gesto de cortesía: es agradecimiento profundo, colectivo y puro.

Milagros Guevara

26 de setiembre de 2025

Crítica: KORTAS - MARTES DE SETIEMBRE


Historias breves, emociones grandes: Obras Kortas Martes

Los martes de septiembre, el Teatro de Barranco abrió sus puertas a Obras Kortas Martes: teatro, bar y fiesta, un formato que combina brevedad, frescura y diversidad creativa. Esta temporada buscó consolidarse como una vitrina para nuevas producciones y artistas independientes, ofreciendo al público cuatro propuestas que, desde distintos estilos teatrales, exploran el amor, la comedia y el absurdo.

La primera obra de la noche, Ahora lo entiendo, escrita por Richard Alvarado y dirigida por Rodrigo Romero, bajo la producción de PÚRPURA PRODUCCIONES, aborda los enredos de una pareja de amantes. La escenografía plantea un entorno claro y funcional, mientras que el humor conecta bien con el público sin interrumpir la narrativa. Sin embargo, la propuesta actoral pierde fuerza debido a una dicción poco clara y un manejo vocal limitado. La energía en escena tiende a dispersarse, dificultando una composición definida. Aun así, el cierre logra mantener buen ritmo y ofrece un final satisfactorio. En escena: Nathaly Alvarado, Pamela Lazo y Rodrigo Romero.

La segunda propuesta, Catocala nupta – La espera, escrita, dirigida e interpretada por Polilla (Paul Guerra), y producida por Sonrisa Seria, se presenta como un unipersonal clown. La escenografía y el vestuario construyen con eficacia la identidad del personaje y su universo poético. El vínculo con el público se establece rápidamente, aunque el ritmo inicial resulta lento y, en ciertos pasajes, la conexión se diluye. El recurso de interpretar sin voz, simulando hablar, es original, pero es un recurso que no potencia la representación. La dramaturgia transita del absurdo al romance con acierto, utilizando acciones físicas y voz en off para ampliar el relato. El desenlace, bien ejecutado, confirma la solidez de la propuesta.

En tercer lugar, llega Como si fuera cierto, dirigida por Rodrigo Falla Brousset y escrita por Caroline Comstock, producción de LA INTENSA PRODUCCIÓN. La obra apuesta por jugar con la ruptura de la ficción e incluir al público. Sin embargo, esta estrategia se siente forzada y apresurada, restando coherencia a la trama. El argumento carece de un rumbo claro y, pese a la interacción y las dinámicas en escena, la improvisación no logra explotarse a fondo. Desde lo actoral, si bien la escucha entre los intérpretes favorece el ritmo, no se percibe una construcción sólida de personajes ni circunstancias bien definidas. Escenografía y vestuario sugieren un entorno verosímil, aunque insuficiente para sostener la propuesta. En escena: Luisito Fernández, Pierina Parodi y Falla Brousset.

Finalmente, Cuando nos volvamos a encontrar, escrita y dirigida por Marco Huachaca y producida por TEATRO EN EL PERÚ, propone un concierto teatralizado con una atmósfera romántica. Aunque el uso de luces, proyección y canciones crea una atmósfera íntima, la historia carece de un conflicto sólido y se aborda de manera superficial, cayendo en clichés. Las actuaciones no alcanzan organicidad: la sobreactuación y la falta de vínculo real entre los personajes debilitan la verosimilitud. El final, con una imagen potente, resulta el momento más logrado del montaje. En escena: Héctor Parra y Valkiria Aragón.

En conjunto, Obras Kortas Martes refuerza la importancia de los espacios alternativos para el teatro independiente en Lima. Si bien cada propuesta evidencia áreas de mejora —particularmente en construcción actoral y claridad dramatúrgica—, el ciclo destaca por su ímpetu creativo y por sostener un espacio donde las producciones emergentes encuentran público y resonancia.

Rubén Aquije

26 de setiembre de 2025

Crítica: RÉQUIEM


Para manipular 

La palabra “réquiem” alude a la celebración de la misa católica por el descanso eterno de los difuntos. La obra Réquiem nos ubica en la antesala de un tribunal en donde se está decidiendo la aplicación de la pena de muerte a un menor de edad, en un estado norteamericano donde todavía se admite. Ante nosotros se desarrolla el debate a favor y en contra de la pena de muerte, entre una fiscal y un sacerdote, como representantes de ambas posturas. 

Un debate sobre este tema puede darse en dos planos: el del derecho o el de la fe. El problema se da cuando estos planos se confunden, como ocurre con esta obra donde un personaje representa al derecho y el otro, a la fe. La obra peca (valga la referencia) por manipulación: ella es abogada, algo neurótica y atea y su negocio es confirmar la pena de muerte del joven condenado; él, un cura encantador, que está en contra de la ejecución, con quien la obra quiere a toda costa que empaticemos. No hay medias tintas: son la mala y el bueno.

No obstante esta observación, la trama está bien elaborada, con giros de tuerca apropiados que mantienen la atención del público. La dramaturgia desarrolla con eficacia los intereses y vulnerabilidades de los personajes y trata tangencialmente temas como la discriminación racial o la migración (ella es de origen mexicano en el original y peruano en esta puesta). 

La publicidad indica que Réquiem obtuvo una nominación para el premio Metropolitano de México 2024 como mejor obra teatral. Viniendo de un medio de gran desarrollo cultural y de mayores exigencias en calidad que nuestro medio, extraña la nominación. Sin embargo, al leer los comentarios de la puesta mexicana, se hace hincapié en las actuaciones y la dirección, con lo que aun una obra deficiente en mensaje puede crecer gracias a una buena dirección y actuaciones que convenzan al público. Justamente ese es el punto flaco del Réquiem que vimos en The Basement.

Ella ingresa primero a escena y descubre su inexperiencia por sus movimientos marcados y gesticulación básica. Debe responder varias llamadas telefónicas, pero la descoordinación con el técnico de sonido destruye la credibilidad. Esa misma descoordinación la sufre el sacerdote cuando confiesa un recuerdo que lo atormenta, pero el cambio de luz entra tardíamente y, como para corregir, vuelve a luz plana de manera abrupta, interrumpiendo la escena. Además de que el texto inclina la balanza de forma deliberada a favor del sacerdote, la diferencia actoral completa el objetivo: él se esfuerza, le presta matices a su personaje y eleva la emoción en la última parte, pero ella no está a su altura, lo que nos distancia más aún de su discurso y por eso, la escena final no alcanza el dramatismo que requiere del involucramiento del público.

A propósito del público: jamás deben permitir el ingreso de niños en obra en la que - por el tema - con seguridad se van a aburrir y distraer a todos con ruidos o preguntas a la madre, impotente para contenerlos.

Novelas o películas que abordan el tema de esta obra se desarrollan en el campo de la argumentación. Una mala argumentación nos conduce al uso de falacias. Visto desde la fe, el mensaje de amor (perdón) frente al de odio (pena de muerte) nos puede regocijar. Pero una obra de teatro no es un acto religioso, salvo que su propósito lo sea y entonces debía producirse en ese contexto.

David Cárdenas (Pepedavid)

26 de setiembre de 2025

lunes, 22 de septiembre de 2025

Crítica: EL REY LEÓN


La apuesta de Chaplin Cultural con El Rey León

El pasado sábado, Oficio Crítico estuvo en la ciudad de Ica para asistir a la puesta en escena de El Rey León, a cargo del Chaplin Grupo Cultural y presentada en el auditorio del Colegio de Ingenieros. La dirección general estuvo a cargo de Josué Harold López, quien apostó por un montaje que combina talento local, creatividad y un notable esfuerzo colectivo.

La escenografía destacó por su paleta de colores y texturas bien logradas, capaces de generar una atmósfera sugerente. Sin embargo, el uso de la luz no siempre acompañó con claridad: faltó precisión para guiar la mirada del espectador y, aunque hubo imágenes potentes, su impacto no se sostuvo a lo largo de la función. Se evidencia poca claridad en la propuesta de composición a partir de la iluminación. El trabajo a partir del espacio tampoco alcanzó una acción definida, con problemas en la distribución espacial desde los distintos niveles, direcciones y profundidad. 

El vestuario fue uno de los grandes aciertos. Logró caracterizar a los personajes y se potenció gracias a la propuesta física de los intérpretes. No obstante, esa construcción corporal no siempre fue sostenida. El uso de máscaras no fue sólido, la falta de un código escénico claro generó dudas sobre si la mirada debía leerse desde el actor o desde la máscara, o de manera híbrida. Este recurso, interesante en lo conceptual, requiere mayor definición y consistencia desde la dirección escénica. La iluminación acompañó en ciertos momentos, pero sin un concepto sólido que permitiera crear atmósferas precisas. Algo similar ocurrió con los recursos tecnológicos: aportaron referencias de tiempo y espacio, pero su integración con la dramaturgia fue irregular.

En el plano musical, la dirección de André Bonifaz aportó solidez y ambientación efectiva, aunque el soporte técnico en sonido presentó altibajos que afectaron la proyección de voces y movimientos. La danza, si bien evidenció técnica, se mantuvo muchas veces en la forma sin conectar con la acción dramática. Escenas clave, como la estampida, carecieron de intensidad por falta de composición física y coordinación espacial.

En lo actoral, el trabajo grupal mostró cohesión, aunque con carencias en la escucha escénica y en la verdad. Hubo sobreactuaciones y rigidez corporal que redujeron la expresividad, así como monotonía vocal y fallas de dicción en algunos personajes. La escena de las hienas, por ejemplo, evidenció poca conciencia espacial, con actores que se cubrían o chocaban innecesariamente. Aun así, la construcción vocal permitió que varios personajes encontraran un esquema reconocible, con composiciones que sí lograron transmitir claridad y consistencia, por momentos. El uso de las cualidades del sonido y una mejor relajación puede ayudar a que no sea monótona la ejecución vocal, pues la tensión se manifestó en la expresión.

La adaptación del texto literario dramático respetó la línea argumental de la obra original, pero careció de convicción dramática. Algunas escenas no potenciaron el conflicto central, lo que diluyó la tensión narrativa. La dirección escénica logró integrar elementos valiosos como vestuario y escenografía, aunque sin sostenerlos con firmeza. La propuesta, ambiciosa y creativa, es interesante para el crecimiento del teatro local, pero demanda decisiones más claras en códigos actorales y en técnica, construcción de personajes y coherencia narrativa. 

En conjunto, El Rey León representó un esfuerzo de Chaplin Grupo Cultural, que refuerza la visibilidad del talento escénico en Ica. Si bien el montaje enfrentó tropiezos técnicos y dramatúrgicos, la propuesta refleja un camino en construcción hacia montajes más sólidos y consistentes.

Rubén Aquije

22 de setiembre de 2025

Crítica: CENIZAS


Más allá del amor

Dentro del auditorio del Teatro Británico en Miraflores se desprende un amor fantasmagórico desde un código realista que ha quedado en Cenizas, escrita por Eduardo Adrianzén y dirigida por Alberto Ísola. En escena: Yvonne Eyzaguirre, Pepe Bárcenas y Álvaro Pajares.

La mirada de Adrianzén al escribir Cenizas es exquisitamente poética, desde la introducción de canciones como parte de una narrativa melódica hasta la creación de diálogos entre los personajes. Y es que Cenizas es eso: un viaje de memorias y reencuentro para el amor. De pronto, observamos un setlist compuesto por canciones que remarcan la felicidad y la pasión.

En ese sentido, la dirección de Ísola le hace honor al texto. No solo compone una puesta en escena desde el movimiento y la actuación: en Cenizas, trabaja con las pausas y los silencios, con los bullicios que se esconden en el espacio del auditorio. Es de suma importancia que hoy en día se revalorice la practicidad en el rol del director. Ísola convierte el auditorio Británico en un espacio vivo que se suma a la historia, integrando al espectador como parte de este concierto escénico.

Por momentos se podría pensar: Cenizas está bien, pero hay más allá del amor. Y sí, la obra conecta profundamente desde lo auditivo con el público. Dispone de signos teatrales potentes, como el piano, que representa la memoria jovial de los personajes. Sin embargo, aquel instrumento también funciona como ruptura, evitando que la obra se quede solo en un concierto: su melodía introduce fragmentaciones necesarias para expandir la experiencia.

Sin duda alguna, se trata de una propuesta estética completa, desde la recepción hasta el repertorio del espectáculo. Eyzaguirre y Bárcenas merecen una mención especial: ambos complementan y sostienen un montaje que equilibra lo musical con lo teatral.

En conjunto, Cenizas destaca por su formato poético, por una dramaturgia delicadamente cuidada y por una dirección impecable. Las cenizas de sus personajes se encienden en cada bolero, desatando en el escenario recuerdos, emociones y una noche mágica donde el amor, lejos de apagarse, permanece en llamas.

Juan Pablo Rueda

22 de setiembre de 2025

Crítica: EL RINCÓN DE LOS MUERTOS


Aya - k'ucho: Rincón de los muertos

El nombre anuncia que vamos a sumergirnos en las heridas de este país, lo que nos lleva necesariamente a su historia.

La obra tiene dos partes: el contexto histórico y el testimonio personal, pero se entrelazan. Podría calificarse como documental/testimonial, pero va más allá de eso. En la primera parte, nuestro único personaje en escena expone, con eficaz uso de recursos visuales y escenográficos, los grandes hitos de dolor que marcan a Ayacucho: desde las disputas prehispánicas y durante la guerra por la independencia, hasta la matanza de estudiantes en Huanta en 1969; las masacres y desapariciones en la época del terrorismo, y los muertos al inicio del régimen de Dina Boluarte. Expone estas realidades de manera puntual, pero sin medias tintas. 

En la segunda parte, Ricardo Bromley desarrolla un relato testimonial que llega a conmovernos a todos por su relación directa con los protagonistas del conflicto, tanto por su historia familiar como porque él estaba en Lima cuando mataron a los jóvenes que protestaban en Juliaca y otras ciudades, y nos recuerda que Lima reaccionó cuando estallaron bombas en la calle Tarata, en Miraflores en el año 1992, luego de doce años en que ya habían muerto miles de peruanos en las alturas de la sierra, como si hubiera sido otro país. Así, nos interpela como ciudadanos: ¿qué estábamos haciendo mientras tanto?, ¿qué hemos hecho desde entonces? 

Bromley es parte de una familia ayacuchana que vivió el terrorismo de Sendero Luminoso, pero también del Estado. Como muchos en Ayacucho, tiene en su familia víctimas y victimarios de esa guerra. Su testimonio hace que sea una obra sincera hasta doler. Nos habla de esas tristes vivencias, del racismo, la marginación que vivió al llegar a Lima, pero también nos muestra su humor y picardía y nos concede un respiro con momentos que nos hacen reír, a pesar de todo. Además de actor, Bromley es danzante de tijeras, bajo el nombre Apu Pisqota de Huamanga y nos lleva, a través del rito, a la espiritualidad del hombre ayacuchano, como elemento vital de su identidad.

Un reconocimiento especial merece la dirección de Yanira Dávila y Sebastián Rubio, y la dramaturgia de Rubio, quienes fueron construyendo la obra en equipo con los elementos de la memoria que entregaba Bromley y aprovecharon sus talentos como actor, danzante, músico y principalmente, testigo de la historia. La obra resulta una suma de lenguajes (cuerpo, voz, audiovisuales, música). 

Al final, es inevitable premiar con una ovación de pie y por varios minutos esta obra, tan necesaria para entender al Perú y que, sin embargo, el Ministerio de Cultura (léase de Censura) se negó a calificar como espectáculo cultural por mencionar los asesinatos al inicio del gobierno actual. Por eso, el mejor apoyo a esta obra valiente y veraz es asistir a verla y difundirla.

David Cárdenas (Pepedavid)

22 de setiembre de 2025

viernes, 19 de septiembre de 2025

Crítica: JUEGO DE ROLES / MUDANZA


Masculinidades a prueba

Con el firme propósito de fomentar un modelo social más justo y equitativo, basado en la horizontalidad y en el respeto mutuo, es que aparece el concepto de la nueva masculinidad. Entendiéndose este como una serie de mecanismos (necesarios) para construir una sociedad más sana, igualitaria y respetuosa, en el que se deconstruyan los estereotipos tradicionales de fortaleza, dominio y represión emocional en el varón. En esa línea, el joven artista Blurryface, con la producción general de Caja Negra, escribió y dirigió dos piezas en formato corto en el Teatro Esencia, en las que se exploró la idea de que los hombres no deberían ser tan duros e invulnerables, sino que, por el contrario, puedan mostrar sus sentimientos, permitiendo así una saludable expresión de vulnerabilidad.

En Juego de roles, la relación entre dos buenos amigos, uno gay y el otro heterosexual, se pondrá repentinamente a prueba: el alborotado Andrés (Alexander Rodríguez) le propone al abatido Diego (Alfredo Motta) participar de un simple juego, para levantarle así el ánimo después de su ruptura amorosa. Con personajes bien delineados, la anécdota funciona en su planteamiento, con dosis de humor hábilmente dosificadas, dejando entrever que muchas veces entre la amistad y el amor solo hay un paso. O solo un sugerente juego para participar sin condiciones, con un poco de flexibilidad en la masculinidad. Buenas actuaciones, especialmente la de un carismático Rodriguez.

Por otro lado, Mudanza se convierte en el vehículo perfecto para explorar aquella sensibilidad latente en el varón, especialmente cuando se ha sufrido una dolorosa infancia con un padre tradicional, en el peor sentido de la palabra. El mismo Blurryface se reserva el complejo personaje de Miguel, un joven a punto de casarse, que encuentra, en medio de una mudanza, objetos de su niñez que le traen tristes recuerdos de abuso paterno y que deberá enfrentar junto a su paciente novia Carolina (Rosilú Osorio). Una conmovedora historia que invita al espectador a reflexionar sobre el bienestar emocional de los niños, especialmente de los varones, que deberían experimentar una mayor libertad emocional y así reducir la frustración ya de adultos. Ambas obras constituyen un valioso díptico teatral escrito por Blurryface, quien nos entretiene con dos historias contemporáneas que exploran estas nuevas masculinidades.

Sergio Velarde

19 de setiembre de 2025

Crítica: MAYOR QUE YO / AMNESIA


En búsqueda de espacios

Hace unos días fue clausurado el local Titanium Club de Miraflores, un espacio alternativo que funcionaba como restaurante-discoteca y en el que el colectivo Paso de Gato se encontraba presentando una temporada de teatro en formato breve en el horario nocturno. Situación que debería llevar a la reflexión sobre si, efectivamente, todo lugar vale para presentar un espectáculo escénico. Acaso la respuesta no sea tan sencilla de abordar: lo cierto es que cualquier espacio que se escoja para realizar alguna representación teatral no solo debería cumplir con las exigencias mínimas de seguridad y especialmente, de comodidad tanto para los artistas como para el público, sino que además la estética de la puesta en escena debería también adecuarse a las condiciones espaciales en las que esta será representada. 

En ese sentido, el amplio espacio del local mencionado, sumado a la oscuridad de las paredes, las luces de discoteca, con los asientos y las mesas repartidas para el consumo de alimentos y bebidas, pudiera haberse aprovechado mejor para espectáculos de otra índole, más corales o experimentales, y quizás no tanto para puestas más convencionales y de salón. Sin embargo, a pesar de las limitaciones técnicas y espaciales, el colectivo logró presentar una temporada completa el mes pasado, con dos simpáticas puestas breves que mantuvieron el interés y supieron sacarle provecho a las interesantes historias que abordaron.

En Mayor que yo de Elliot Marcos, dos veteranas amigas, interpretadas por Susan León y Janet Medina, se reencuentran en la casa de esta última, quien vive con su hijo engreído (Nicolás Bazán) y que será seducido por la primera. Con la dirección de Yamil Sacin y la producción de Grito de Calma, el estilo exagerado de las actuaciones en clave de comedia permite disfrutar de la anécdota, así como del carisma de los intérpretes. Por otro lado, en Amnesia de Chiara Roggero, una joven (Daniella Stornaiuolo) despierta en un lugar desconocido, habitado por un campechano señor (un sorprendente Fernando Pasco), sin saber cómo llegó a aquel lugar. La dirección de Ricardo Caffo maneja el suspenso con buen ritmo, mientras la muchacha desesperada intenta averiguar lo sucedido y la verdadera personalidad de aquel hombre permanece en el terreno de lo ambiguo. Bien por Paso de Gato en su afán de continuar en actividad, buscando espacios alternativos para seguir creando arte.

Sergio Velarde

19 de setiembre 

lunes, 15 de septiembre de 2025

Crítica: EL HAZMERREÍR


Lo que se hereda no se hurta

El teatro testimonial sigue siendo un formato interesantísimo de explorar como creador y de apreciar como espectador, ya que no solo conecta de manera personal con el artista, sino que además le otorga aquella carga adicional de “verdad” que cala, ciertamente, de manera más profunda en el público. No interesa realmente qué tanto de veracidad y exactitud tengan los sucesos que vemos en escena; debe ser la capacidad histriónica de los artistas ejecutantes los que logren crear la ilusión de aquella “verdad” sobre las tablas. Uno de estos últimos espectáculos fue El Hazmerreír, un sentido homenaje del actor Job Mansilla, con la dirección de Verony Centeno, dedicado a los tan menospreciados artistas callejeros, los cómicos ambulantes, que armados solo con su chispa incombustible, cautivaron y siguen cautivando a cientos de peruanos en nuestros parques y plazas.

Con una escenografía sencilla pero funcional, con un fondo de plástico que sirve de pantalla para imágenes y videos puntuales, y una media luna de cajas de cervezas amontonadas, Mansilla se mimetiza en el cuerpo del hijo de uno de estos cómicos, para contarnos su propia historia y la de su padre, vistiendo la guayabera de rigor. Creada en base a testimonios reales, Centeno y Mansilla consiguen una conmovedora y entretenida dramaturgia de autoficción, narrando la sacrificada carrera del cómico y el temprano talento de su hijo, integrando teatro, stand-up, improvisación y divertidísimas rutinas, tan propias de los programas noventeros, algunas de ellas rescatadas de los archivos televisivos. 

A destacar, cómo no, el comprometido trabajo de Mansilla, quien alcanza aquellas cuotas de “verdad” en su interpretación, conmoviendo y divirtiendo en partes iguales, cuando hace las veces del cómico con serios problemas de alcoholismo, y del hijo palomilla que pretende seguir sus pasos. Por su parte, la dirección de Centeno engrana con efectividad los diversos formatos en las secuencias, con ritmo y fluidez; además de extraer, por supuesto, una sobresaliente actuación de Mansilla. Más allá de conseguir un excelente producto de teatro testimonial, el mayor logro de El Hazmerreír, con la producción de Ovejas Negras – Humor & Sociedad, sea el de darle un merecido homenaje a aquellos artistas callejeros, que en medio de todos sus propios demonios, lograron arrancarle una sonrisa al peruano de a pie. Y eso ya es bastante.

Sergio Velarde

15 de setiembre de 2025