viernes, 22 de noviembre de 2024

Crítica: CARIÑO MALO


Hoy volví a verte

La añoranza por el pasado es un elemento crucial del criollismo. Bien lo explicaba Salazar Bondy en su tiempo, y bien lo capturan Tommy Párraga y Federico Abrill en Cariño Malo, un musical que abraza el criollismo al mismo tiempo que juega con él y sus atemporalidades, ayudado de un buen equilibrio de energías en escena y canciones que encuentran el balance entre despertar la nostalgia de su público y hacerle justicia a las historias que cuenta.

Una trampa común en los musicales jukebox (estos en los que las canciones ya han sido antes publicadas) es, en mi opinión, la desconexión entre las canciones escogidas y lo que sucede dentro de la historia planteada. Esto nunca se termina de sentir en Cariño Malo: existen algunos recursos para justificar las canciones, sí (aún no sé de dónde apareció el hombre de la basura), pero estas no son un paréntesis para los conflictos dentro de la peña Don Felipe, sino una forma de magnificar estas emociones para el público y de que conectemos con los tres romances que nos cuenta. 

La misma peña en la que se desarrolla toda la obra está bien diseñada y lleva a que comprendamos bien su funcionamiento, tanto en su decadencia como en su resurgir. Las contraescenas frecuentes ayudan, en un todo, a que el lugar se sienta vivo (aunque a veces se vuelven algo extrañas cuando se repite el gag de “¿Clientes? ¿Cuáles clientes?”). 

Es de agradecerse también que el musical no se abstenga, en esa añoranza por las alegrías y romances pasados, de mirar hacia el futuro. Lo hace de una manera inteligente, conservando la esencia de una cultura, pero contrastándola con nuevos colores. El conflicto del personaje de Roberto Moll, retraído y algo neurótico, contra las propuestas más globales de Julie Freundt y Lelé Guillén, llega a una conclusión satisfactoria. El elenco en general se siente bien equilibrado tanto en energía como en código, sabe cómo emparejar a sus actores: un Alejandro Villagómez más energético vs un Hugo Salazar con una divertida torpeza, o un Francisco Luna más pausado vs una Natalia Salas con las emociones a mil.

En resumen, Cariño Malo es un musical, ante todo, divertido. Te deja una experiencia entrañable, clásica, que se siente igualmente profunda en sus personajes, presas del tiempo y preocupados por un futuro aparentemente solitario, que se llena de color cuando el añorar el pasado se convierte en celebrarlo. No por nada la función a la que fui se convirtió en karaoke, con el público cantando al mismo ritmo que el elenco. Bonito panorama en un musical.

José Miguel Herrera

22 de noviembre de 2024 

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