martes, 5 de noviembre de 2024

Crítica #900: LA SEÑORITA JULIA


Intenso drama sexual 

La presente apreciación del último montaje de Éxodo Teatro, La señorita Julia en la Sala Quilla de Barranco, bien podría resumir no solo la total vigencia de este clásico del sueco August Strindberg de 1888, sino también las mayores fortalezas del colectivo que lidera el director Jean Pierre Gamarra, tan empecinado en transgredir estéticamente, pero también en muchas cuestiones “de fondo”, algunas de las piezas capitales de la dramaturgia universal. Acaso podríamos afirmar que sus mayores logros se encuentran en salas que permiten puestas más intimistas (El misántropo, Tartufo), que en otras más grandes (La vida es sueño, Otelo), aquellas en donde las siempre atractivas escenografías de Lorenzo Albani terminan muchas veces ganando más protagonismo que la historia misma.

Strindberg escribió un acabadísimo retrato de la condición humana por medio de una anécdota aparentemente sencilla: durante las festividades de la Noche de San Juan en una hacienda en Suecia, la hija del conde, llamada Julia (Anaí Padilla), decide seducir en la cocina a uno de sus sirvientes, Juan (Oscar Yepez), para así escapar de su rutinaria existencia, sin importarle la presencia en el lugar de la sirvienta Cristina (Kareen Spano), prometida de Juan. Es así que vemos a una mujer tratando de vencer los prejuicios culturales y de género, rebelándose contra el rol que le tocó vivir en su época; se trastocan las barreras sociales, ya que Julia se acerca a un ser inferior, como lo es su lacayo; y la propia conveniencia, cuando Julia quiere demostrar su poder sobre Juan, y cuando este quiere subir de estatus a través de su patrona. Actitudes y motivaciones que, a pesar de los siglos transcurridos, nos siguen definiendo como raza.

Gamarra y Albani aciertan en recrear aquella cocina antigua ubicada en el sótano, aprovechando los niveles que ofrece la Sala Quilla, y representando en aquella escalera húmeda y oscura el descenso hacia las bajas pasiones, que nos ofrecen ni bien entramos en el espacio Juan y Cristina: él, con los pantalones abajo y ella, limpiándose con un trapo sus zonas íntimas. Por otro lado, la mencionada ambientación de época, lograda con la escenografía, luces y vestuario, contrasta con la imponente presencia afroperuana de Padilla, desafiando a su antojo a Yepez, para luego caer en el sometimiento más extremo luego de su encuentro sexual. Spano gana matices en su personaje, al estar presente en escenas clave cuando no lo está en el texto original (una táctica casi siempre acertada de Gamarra en sus montajes), mostrando así un lado sarcástico ante el desmoronamiento de su patrona.

Llama la atención, eso sí, la ausencia total de música y sonorización, una de las señas más características de las producciones de Éxodo Teatro. En todo caso, bien podría revisarse ese único aspecto del montaje, ya que la trama ocurre durante una animada fiesta en el piso superior, hasta las campanadas que anuncian la llegada del Conde; y como público no oímos nada, pero lo aceptamos porque los personajes así lo dicen. Notables actuaciones de Padilla y Yepez, piezas fundamentales del colectivo, así como también la adición de una excelente Spano. Strindberg, con La señorita Julia, ha creado un imprescindible cuadro de lucha de clases y de poder, en total vigencia; mientras que Éxodo Teatro y Gamarra consiguen un intenso espectáculo que se ubica,sin duda, entre lo mejor de su repertorio.

Sergio Velarde

5 de noviembre de 2024

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