lunes, 3 de junio de 2024

Crítica: SIMÓN


Crudos testimonios de un asesino serial

Cada cierto tiempo aparecen espectáculos teatrales que dividen al público y a la crítica, obras ante las que no es posible permanecer indiferente: o las amas o las detestas. La nueva apuesta de la agrupación Butaca Arte & Comunicación, titulada simplemente Simón, es indudablemente una de ellas. La historia de Simón Wayne, un peligroso asesino serial responsable de la muerte de más de cincuenta mujeres, es una verdadera prueba de fuego para el mencionado colectivo que ha sabido enfrentar con ingenio textos de contenido violento, como Carne quemada (2022) de Jaime Nieto, o Frenesí (2022) de Herbert Corimanya. Y es que resulta pertinente la pregunta para este reciente estreno: ¿Cuál es el objetivo de sumergirnos en la enloquecida mente de este psicópata? ¿Se busca acaso encontrarle alguna explicación o justificación para su insano proceder? Dependiendo de las subjetividades de los espectadores, las respuestas pueden ser muy variadas.

La dramaturgia de Daniel Quispe se toma dos largas horas para narrarnos los tristes orígenes del asesino (Dante del Águila) en medio de una sociedad (norteamericana de décadas atrás) previsiblemente hostil y violenta; pero también para conocer los desesperados intentos de la psicóloga encargada del caso (Eliana Fry García-Pacheco) por encontrar a su hija desaparecida. Desprovista por completo de humor, el director Martín Velásquez nos presenta una puesta en escena no apta para todo público, e incluso difícil de digerir para aquellos que, como quien escribe, se consideran fanáticos de series de crímenes y películas de asesinos seriales. Eso sí, el regodeo en la violencia se ve equilibrado por una estilizada representación de las escenas de tortura contra sus víctimas: los cuerpos de Daniela Sosa del Rio, Fabiola Huamán y Lucía Meza (quienes representan además a las mujeres en la vida de Simón) se mueven silenciosos durante los encuentros con el asesino, mientras que el público solo lo escucha a él "justificar" sus crímenes por la insólita diferencia entre mariposas y polillas.

Los intérpretes, por su parte, están intachables, entre quienes se encuentra la siempre solvente Fry García-Pacheco; sin embargo, habría que destacar la composición que hace Del Águila, en el que quizás sea su rol más intenso a la fecha: su Simón, acaso inspirado en el Frank Zito de Maniac (William Lustig, 1980) resulta inmisericorde en cuanto a la brutalidad que ejerce contra sus víctimas y su sola presencia en el escenario provoca tensión. No obstante, resulta imposible no opinar sobre la reacción del público en sala (en todo caso, durante la ejecución todos nos convertimos en espectadores de la misma): movimientos y respiraciones incómodas y un par de celulares cayendo al piso denotan que muchos esperaban que la ejecución termine lo más pronto posible, así como la obra. Improbable que haya quien le haga caso al encargado de la prisión (Juan Pablo Bustamante), que pide orden y respeto por el condenado ante los gritos de los numerosos deudos. Simón, que tuvo temporada en el Teatro Mocha Graña, es el retrato macabro de un oscuro personaje, desprovisto por completo de simpatía; un dilatado montaje que bien puede ser tachado de misógino, morboso y truculento, pero que contiene secuencias notables. Un arriesgado espectáculo que, así como lo es el arte, se encuentra destinado a incomodar.

Sergio Velarde

3 de junio de 2024

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