¿Para qué ser Mamani, si puedo ser Justin Bieber?
Nadie puede negar la
relevante influencia de la globalización en los países subdesarrollados; en
especial, dentro de la personalidad de su juventud que absorbe cantidades
cuantiosas de publicidad sobre las nuevas tendencias en modas, vivienda,
lenguaje, redes sociales, entre otros aspectos generales. Por ello, La Negra
Asociación Cultural de la ciudad de Puno trae a escena el evidente síntoma de
la alienación tan contagiosa que choca contra los orígenes autóctonos de una
cultura en su adaptación de la obra Soy
José Mamani del chileno Fernando Montanares, bajo la dirección de Julissa
Paredes y protagonizada por Gustavo Quispe (como José Mamani) y Romina Paredes
(como la psicóloga).
La ficción cuenta
los problemas de identidad de un joven aymara, quien se considera alejado de
todo tipo de parentesco con los “eso” -forma despectiva de referirse a su
linaje-. En medio de la terapia que lleva, su psicóloga hará lo posible por
encontrar la razón de esta negación violenta, a tal punto que los pensamientos
retrospectivos, la carga de la herencia y la realidad se entremezclan. Bajo
este sólido argumento la obra se figura como una fuerte crítica a la figura
comercial captada por las almas más joviales de la sociedad peruana actual. Ese
deseo de acercarse a pertenecer a las altas esferas, tener belleza estética o
consumir productos costosos y que contrae la degradación de la personalidad
cultural de uno mismo es sintetizado en un brillante montaje capaz de llevarnos
a cuestionamientos muy profundos.
Cada elemento de la
propuesta está bien colocado: desde la composición del espacio hasta la
interpretación de los actores. Su genialidad viene directa de la esencia; se
siente un verdadero teatro hecho en provincia. La escenografía nos da la
lectura de características de la sierra peruana, incluido el vestuario, las
proyecciones de imágenes y el uso de la máscara como un tercer personaje dentro
de la trama. Eso en contraste con el personaje de Quispe le da mayor peso a la
temática. Aunque por momentos el actor pareciera manejar un solo matiz para
todo, poco a poco el ritmo lo hace entregado a los impulsos del cuerpo,
logrando mucha verdad y correctas reacciones con su también impecable compañera
de escena. El trabajo de Paredes resulta el de mejor progresión dramática.
Empezando por lo pasivo e inerte de las expresiones y la corporalidad (casi
parecido a un autómata dando terapia), para luego convertirse en la antítesis
perfecta de “José Mamani” a lo largo de la función.
La acertada mirada
de la directora en cuestión de relacionar espectáculo con crítica social es
admirable, muy fuera del cada vez más común teatro capitalino. No hay duda que
hace mucho tiempo las producciones del cine y el teatro de provincia rompen
esquemas repetitivos y gastados de la cartelera limeña para entonces brindar
nuevos horizontes creativos.
Tras unas breves
funciones en el teatro de la Asociación de Artistas Aficionados y nuevas
presentaciones en el escenario arequipeño, nos queda estar atentos a otras
temporadas y proyectos de esta sala independiente.
Christopher Cruzado
8 de mayo de 2022
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