A pesar de ser una agrupación joven, la
Compañía de Arte Dramático se ha esforzado en mejorar las performances de sus
presentaciones. Desde su último estreno Colacho Hermanos o Presidentes de América,
donde demostraron su claridad para el humor, apostaron en esta oportunidad por
la resurrección del clásico de Calderón de la Barca, La vida es sueño.
Lo realmente impactante fue la forma del
escenario en Campo Abierto: los asistentes ingresamos en orden y las butacas
estaban ubicadas en forma circular con el techo cubierto; además, en el
escenario, una representación de la torre del cautivo, constituida por una
serie de palos colgados y bajo ellos, un piso de arena. El ambiente recordaba ligeramente
al Teatro Ricardo Blume. Esto último es de resaltar, ya que la producción lo adaptó
de esta manera, pues la asociación cultural en mención no es habitualmente un
buen lugar para una representación teatral, sobre todo en invierno. En un
extremo del lugar, estaba el equipo de producción para coordinar la iluminación
y la música, que fueron realmente emocionantes, aunque las luces pueden precisarse
aún más, pues hubo momentos en que a los actores no se les iluminaba lo
suficiente, especialmente en las escenas más cercanas a la torre. Sin embargo, en
términos generales, sí se jugó con las luces como un elemento de lenguaje y
guía, porque ayudaba a entender a los protagonistas y sus respectivos conflictos.
Tocando el tema de las actuaciones, quien
destacó por su presencia escénica fue Eduardo Bazán como Basilio, el padre de
Segismundo; esta fue estremecedora cuando se reconcilia con su hijo (Edwar
Reyes), pues logró transmitir la compasión de una manera muy realista, sin caer
en la exageración a la que se podría prestar la escena. Este momento es, según
mi punto de vista, el más resaltante de la obra, porque se resume la acción
dramática: la búsqueda del buen obrar en una sociedad llena de conflictos
éticos por el poder. Reyes, por su parte, desempeñó muy bien su rol de
protagonista y resaltó por su despliegue en las distintas partes del escenario
haciendo movimientos armónicos. Además, su voz ayudó mucho a que el público
desentrañara el conflicto de la obra. También destacó Gabriela Gallegos como la
escudera de Segismundo, Rosaura; su manera de dirigirse a sus compañeros de
escenario siempre fue directa e impactante, su mirada correspondía a la de su
personaje, un guerrero fiel. Tamara Padilla, como Estrella, fue creíble, pero
le faltó algo de fuerza para su personaje, y Oscar Yepez, como Clotaldo,
destacó principalmente por su capacidad de dialogar escénicamente con Segismundo,
de quien es también su principal confidente.
Las vestimentas de los actores fueron
sencillas, pulcras y muy bien elaboradas, gracias a sus colores y acabados.
Como comentario final, solo abro una cuestión: ¿era necesario que los diálogos
del montaje fueran en español antiguo? Es importante rescatar un clásico, como
lo hizo tan bien Alonzo Aguilar como director, pero no se puede negar que ese
lenguaje implica mucha concentración por parte del público para entender la
trama, sobre todo si se piensa en un público joven o no muy asiduo a ver
representaciones fieles de obras clásicas. Personalmente, pienso que algunas
palabras como “vos” o “vosotros” pudieron ser reemplazados por los sencillos “tú”
o “ustedes”. Solo dejo esa reflexión y el debate abierto.
La vida es sueño seguirá todos los fines de
semana del mes de agosto en la Asociación Cultuural Campo Abierto en Miraflores.
Enrique Pacheco
17 de agosto de 2019
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