Tibia adaptación de Bollywood
Cine y teatro mantienen demasiados puntos en común, pero
también grandes diferencias que los convierten en dos estilos de hacer arte muy
particulares. El teatro, eminentemente tradicional desde épocas
remotas, compite en la actualidad, entre otras plataformas, con el cine y su
relativamente nueva manera de contar historias a través de imágenes en una
pantalla. Mientras que en el cine estamos condicionados a observar la historia
a través del punto de vista del director (y de su cámara) y lo que este permite
que veamos, el rango de atención y observación del espectador en el teatro debe
manejarse de otras maneras creativas. De igual manera, las actuaciones en el
cine llegan a través de varios filtros, mientras que en escena, el trabajo
actoral es directo y sin retomas, pero con la posibilidad de reaccionar: la
colectividad que debería haber en las butacas para ambas disciplinas artísticas
son necesarias, pero evidentemente más en el teatro que en el cine.
Son precisamente estas notables diferencias las que se deben
tomar en cuenta al adaptar un texto dramático a la pantalla grande y también, a
la inversa. Y por supuesto, tener muy en claro las verdaderas motivaciones para
realizar dichas versiones. Y no nos engañemos, acaso dichas motivaciones sean más lucrativas que artísticas. Y que además, las ideas acaso se agotan. Con igual número de aciertos y fallos a lo largo de los
años, las numerosas adaptaciones del cine (generalmente norteamericano) al
teatro han llamado poderosamente la atención, habiéndose estrenado en nuestra
capital, por citar algunos ejemplos: Hairspray, el Musical (2012), La Tiendita del Horror (2014), La Jaula de las Locas (2014), Full Monty (2015), Fiebre de
sábado por la noche (2015) y más recientemente, Billy Elliot, el Musical (2018),
sin contar las innumerables versiones (supuestamente autorizadas) de cintas
familiares realizadas en teatro para la infancia. Pues bien, se encuentra en
cartelera nada menos que la adaptación de una de las cintas indias más
populares de los últimos tiempos: Rab ne bana di jodi (Una pareja hecha
por Dios, 2008) titulada Nos volveremos a encontrar, una simpática comedia musical
con resultados tan correctos como discretos, en el Teatro Auditorio Miraflores.
Pero, ¿cuál fue la motivación para esta temporada: llevar la colorida y alegre
cinta hindú a los escenarios limeños como puro entretenimiento o centrarse en su mensaje lleno de positivismo y esperanza que sugiere?
Adaptada y dirigida por un atípico Mikhail Page (su último
trabajo, La película, se encuentra en las antípodas del presente montaje) y con
la producción de Cabac Teatro, Nos volveremos a encontrar presenta la historia
del tímido Suri (Jean Pierre Sullón), quien es “invitado” a casarse, debido a
una promesa que involucra a su maestro, con Tani (Sary Álvarez), sin estar ella
realmente enamorada de él; así que el joven decide hacerse pasar por un
personaje totalmente opuesto, de nombre Raj, que termina siendo la pareja de baile
de su propia esposa para un concurso. La romántica película de la que parte,
protagonizada por el ídolo Shahrukh Khan, el “Rey de Bollywood”, rompió records
de taquilla no solo por su sencilla y entretenida trama, sino también por sus pegajosas secuencias de canto y baile, indeleble marca de fábrica del nuevo cine
hindú. Y es que el imperio de Bollywood ha sabido alcanzar altos
niveles de calidad y además, reconocimiento internacional, gracias a sus
historias con un delicado equilibrio entre romances e hiperbólicas coreografías,
danzas y cantos, como un verdadero espectáculo musical. La puesta en escena de
Page parece centrarse acaso más en la lucha de Suri por conquistar el corazón
de Tani y cuidar su doble personalidad hasta el anticipado final, que en el
apartado musical, contenido pero correcto.
El peso entero de la trama de Nos volveremos a encontrar recae
entonces en el doble papel de Suri/Raj, interpretados con convicción por Sullón,
que sabiamente evita cualquier tipo de semejanza con su
contraparte cinematográfica. El resto de actores cumple muy bien en los
diversos personajes de apoyo para hacer avanzar la trama, aunque el elenco
femenino no sea del todo aprovechado. La coartada religiosa que desencadena el
romántico final pasa desapercibida y podría revisarse. Con elementos mínimos que
rodean el escenario vacío y un funcional juego de luces por encima del promedio,
las tibias coreografías se ejecutan de manera solvente, pero no al nivel de un
concurso de baile que la historia menciona. Nos volveremos a encontrar no
alcanza los estándares de producción de las adaptaciones del cine al teatro
antes mencionadas, pero sí se convierte en un simpático y discreto entretenimiento con un
aleccionador mensaje con las mejores intenciones.
Sergio Velarde
14 de julio de 2019
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