Heroína empoderada
Resulta alentador apreciar cómo la mayoría de artistas se
comprometen con problemáticas sociales actuales y aportan así su granito de
arena desde las tribunas correspondientes. En este caso, son los escenarios los
que deben servirle a los teatristas para dar a conocer sus posturas sociales,
culturales y hasta políticas. Y si se trata dentro de un sencillo espectáculo
dirigido para toda la familia, pues mucho mejor. En La Princesa y el Dragón,
producido y dirigido por el actor e improvisador Renato Pantigozo en el Teatro de
El Olivar de San Isidro el mes pasado, se propuso inicialmente la típica
historia de la damisela en peligro, para luego darle una vuelta de tuerca, que
demostró que el mal llamado “sexo débil” sí es capaz de asumir
responsabilidades y buscar soluciones con valentía y entereza.
En el reino de Tranquilia no existe precisamente la
tranquilidad. Un peligroso dragón ha amenazado con comerse a la simpática princesa
Valentina, pero ella lejos de buscar la protección que podría proporcionarle un
valiente príncipe, decide enfrentarlo con sus propios recursos. La historia fue
sencilla y su puesta en escena contó con una vistosa escenografía y un correcto
vestuario, típicos del mundo de fantasía infantil, destacando el del enorme
dragón; sin embargo, hubiera sido ideal el colocar un micrófono dentro de este
último, ya que la enorme cabeza de la criatura no permitía que la voz del actor
se escuchara adecuadamente. Entre los detalles que podrían revisarse para
mejorar el montaje para futuras reposiciones, figuran la música incidental de
suspenso cuando los personajes entraban al bosque, ya que se escuchaba nítidamente
la cercanía de unos lobos que nunca aparecen y que a nadie aparentemente le
provocaba temor; y la utilización de música con pista y voz grabadas, que por
más impecables que puedan producirse, siempre será preferible escuchar una
canción en vivo, así sea medianamente entonada.
A destacar el limpio trabajo de Airam Galliani como Valentina,
no solo en su interacción con los niños, sino en la construcción de su digno personaje,
que terminó siendo el justo símbolo del empoderamiento femenino. Algunas
licencias que tomó Pantigozo como director funcionaron muy bien, como por
ejemplo, el radical cambio de vestuario de la princesa cuando decidió hacerle
frente al dragón: despojada de su ingenuo vestido y poniéndose una chaqueta de
cuero, que rompió con el contexto “infantil” de la obra, la princesa demostró
ser de armas tomar. Pero otras, como mencionar a las canciones de Ricardo Arjona
como posibles distractores del feroz dragón, no estuvieron justificadas dentro
de la convención de la obra y sería correcto prescindir de ellas. Los peligros
de la improvisación en detalles como el mencionado suelen restar más que sumar.
La Princesa y el Dragón fue un divertido espectáculo dirigido a los más
pequeños, que reforzó la igualdad de género y el verdadero sacrificio y entrega
de las mujeres dentro de nuestra sociedad.
Sergio Velarde
2 de noviembre de 2018
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