viernes, 2 de noviembre de 2018

Crítica: LA PRINCESA Y EL DRAGÓN


Heroína empoderada

Resulta alentador apreciar cómo la mayoría de artistas se comprometen con problemáticas sociales actuales y aportan así su granito de arena desde las tribunas correspondientes. En este caso, son los escenarios los que deben servirle a los teatristas para dar a conocer sus posturas sociales, culturales y hasta políticas. Y si se trata dentro de un sencillo espectáculo dirigido para toda la familia, pues mucho mejor. En La Princesa y el Dragón, producido y dirigido por el actor e improvisador Renato Pantigozo en el Teatro de El Olivar de San Isidro el mes pasado, se propuso inicialmente la típica historia de la damisela en peligro, para luego darle una vuelta de tuerca, que demostró que el mal llamado “sexo débil” sí es capaz de asumir responsabilidades y buscar soluciones con valentía y entereza.

En el reino de Tranquilia no existe precisamente la tranquilidad. Un peligroso dragón ha amenazado con comerse a la simpática princesa Valentina, pero ella lejos de buscar la protección que podría proporcionarle un valiente príncipe, decide enfrentarlo con sus propios recursos. La historia fue sencilla y su puesta en escena contó con una vistosa escenografía y un correcto vestuario, típicos del mundo de fantasía infantil, destacando el del enorme dragón; sin embargo, hubiera sido ideal el colocar un micrófono dentro de este último, ya que la enorme cabeza de la criatura no permitía que la voz del actor se escuchara adecuadamente. Entre los detalles que podrían revisarse para mejorar el montaje para futuras reposiciones, figuran la música incidental de suspenso cuando los personajes entraban al bosque, ya que se escuchaba nítidamente la cercanía de unos lobos que nunca aparecen y que a nadie aparentemente le provocaba temor; y la utilización de música con pista y voz grabadas, que por más impecables que puedan producirse, siempre será preferible escuchar una canción en vivo, así sea medianamente entonada.

A destacar el limpio trabajo de Airam Galliani como Valentina, no solo en su interacción con los niños, sino en la construcción de su digno personaje, que terminó siendo el justo símbolo del empoderamiento femenino. Algunas licencias que tomó Pantigozo como director funcionaron muy bien, como por ejemplo, el radical cambio de vestuario de la princesa cuando decidió hacerle frente al dragón: despojada de su ingenuo vestido y poniéndose una chaqueta de cuero, que rompió con el contexto “infantil” de la obra, la princesa demostró ser de armas tomar. Pero otras, como mencionar a las canciones de Ricardo Arjona como posibles distractores del feroz dragón, no estuvieron justificadas dentro de la convención de la obra y sería correcto prescindir de ellas. Los peligros de la improvisación en detalles como el mencionado suelen restar más que sumar. La Princesa y el Dragón fue un divertido espectáculo dirigido a los más pequeños, que reforzó la igualdad de género y el verdadero sacrificio y entrega de las mujeres dentro de nuestra sociedad.

Sergio Velarde
2 de noviembre de 2018

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