Más de 2,400 años después
Aranwa Teatro, Pura Vibra y Radio Filarmonía están
presentando Ifigenia de Johann
Wolfgang Goethe. La temporada se está
dando en el teatro Ricardo Blume, bajo la dirección de Jorge Chiarella, con las
actuaciones de Daniela Rodríguez (Ifigenia), Mariano Sábato (Thoas), Stefano
Salvini (Orestes), Joaquín Escobar (Pílades) y José Antonio Buendía (Arkas).
Ifigenia, separada de su ciudad natal y destinada a ser la sacerdotisa de la
diosa Diana en la ciudad de los Tauros, tiene la labor de sacrificar a todos
los extranjeros que llegan a estas tierras. La historia toma otro rumbo con la
llegada de su hermano Orestes, a quien no logra reconocer inicialmente,
acompañado del fiel Pílades.
El teatro elegido para la representación es de forma
circular, de modo que es necesario tener una conciencia espacial de movimientos
y desplazamientos por parte de los actores, quienes en este caso lograron estar
a la altura de tal rigurosidad. Un ítem importante en una obra como esta es el
trabajo de texto, dado que está escrito con una musicalidad particular propia
del verso: todos los actores tuvieron un manejo del texto limpio, pues se notó
la apropiación y el trabajo minucioso. Era interesante entender las imágenes
que el texto de Goethe describe y disfrutar de aquella sonoridad que su texto
posee. La construcción de personaje estuvo llena de especificidades en todos
los actores, destacando el trabajo de la actriz Daniela Rodríguez: desde su corporalidad hasta su manejo de texto en
escena. El actor Stefano Salvini, si bien realizó un buen trabajo en general,
tenía momentos de desborde de energía que impedía entender algunos de los
textos del personaje.
Los elementos escenográficos de la obra fueron los justos y
necesarios para especificar el lugar
donde se encontraban. Parte de la creación del espacio estuvo a cargo de
marcaciones desde la dirección: los actores indicaban dónde era la entrada el
templo, dónde estaba la diosa Diana, dónde estaban los aposentos de Ifigenia y
dónde se escondían los prisioneros Orestes y Pílades. Estas marcaciones de
espacios no recreados en escena le daba profundidad al montaje: la sensación de
estar en un lugar espacialmente más grande que el tamaño real del teatro. Los
vestuarios de los personajes fueron una selección atinada que apoyaba su construcción
en escena de manera realista. En el caso de la iluminación, estuvo manejada de
manera precisa, de modo que sirvió para indicar cambios espacio-temporales y
crear atmósferas en momentos específicos de la obra. Estos cambios de luces y
mezcla con colores como el rojo para momentos álgidos les daban matices a la
representación, causaba interés visual a aquellos momentos que el director
quería que le pongamos más atención.
Es interesante revisar un texto clásico hoy en día, pues
siempre termina dándonos una nueva lección tan vigente como una obra
contemporánea. La fuerza de esta mujer en el contexto peruano me remite a cómo
es necesario el valor y coraje para exigir respeto para que las mujeres sean
realmente escuchadas. Un momento que como público me marcó fue cuando Ifigenia
indica que todo visitante extranjero debe ser tratado como huésped en Tauros:
¿hay esa clase de recepción con aquel país vecino que visita nuestro país por
necesidad? Lejos de cualquier tema económico-científico, esta obra nos hace
volver a qué tanto estamos actuando desde los valores que nos caracteriza como
seres humanos: de nada vale los años de avances científicos que este personaje
ha sobrevivido, si en cuanto a valores y solidaridad no hay un cambio
significativo. Qué sorpresa da comprobar la vigencia de un mito.
Stefany Olivos
16 de noviembre de 2018
1 comentario:
Gracias por la reflexión final. Me había quedado con Ifigenia y su fortaleza para luchar por sus principios, en una sociedad machista, como la que vivimos.
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