sábado, 15 de septiembre de 2018

Crítica: ANARQUÍA EN LA OFICINA


La anarquía de lo absurdo

Escrita y dirigida por Rafael del Silencio, Anarquía en la oficina es una puesta en escena que tiene lugar en el Teatro Racional. El gerente general de una importante empresa encuentra un papel sucio en su escritorio, lo que desencadena una crisis y una serie de situaciones absurdas que desestabiliza a todos los empleados de la empresa, sin importar el cargo dentro de la organización. Este montaje cuenta con la participación de Aldo Leveroni, Carlos Fernández, Marco Saldaña, Carlos Reynafarje, María Elena Acuña y Rubén Bardales.

La puesta en escena se desarrolla en las irreverentes instalaciones de “Esta empresa importante S.A.C”, una oficina sucia y descuidada. El hecho de que el lugar esté lleno de basura y el gerente se desespere por encontrar basura en su escritorio es lo que desencadena el resto de hechos en la obra. Es claro que, tanto desde la dirección como desde la dramaturgia, hubo una intención de criticar a toda voz temas como la explotación y el desarrollo organizacional de las empresas hoy en día, donde la jerarquización de las corporaciones hace que las jornadas de trabajo sean cada vez menos amables con el ser humano. Sin embargo, en un montaje es necesario equilibrar todos los recursos escénicos para poder lograr uno potente e interesante de ver. La obra se basó en estrategias muy evidentes de denuncia: maquillaje clownesco, situaciones engorrosas entre los personajes, estilo de actuación grandilocuente y exagerado, incluso con un texto que estaba elaborado sin dar lugar a la metáfora en escena. La mezcla de todos estos elementos hizo que la puesta en escena resulte grotesca, con información redundante y manejada sin cuidado. Era agotador ver cómo se desarrollaba la obra donde todos los personajes “actuaban la crítica social” o “actuaban lo absurdo”, en lugar de tener el objetivo de manejar lo absurdo o el humor negro como un resultado del trabajo en escena, mas no como una característica que se deba actuar –o sobreactuar, para tal caso-.

Las puestas en escena que quieran indagar en estéticas como el absurdo, o abordar la sátira, deben tener en cuenta toda una serie de herramientas artísticas que ahora no entraré a enumerar, pero hay una cuestión básica: no se puede tratar una obra “absurda” absurdamente. Es decir, no se puede pretender actuar lo absurdo como característica de un personaje, o pensar lo absurdo como una cualidad que se debe notar en escena como un adorno. Lo absurdo o lo satírico de una obra debe ser el resultado de un diálogo entre la interpretación, la dramaturgia, la dirección y la estética que un montaje se proponga tener. Si se separa cada uno de estos ítems y se trabaja por separado para que sea absurdo sin ninguna justificación escénica, entonces estamos hablando de un trabajo a medias tintas. Es necesario repensar cómo puede llegar un mensaje de manera más potente: evidenciando la información de manera incluso panfletaria, o dejando lugar a que el público pueda atar cabos a partir de la puesta en escena.

Stefany Olivos
15 de septiembre de 2018

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