sábado, 8 de febrero de 2020

Crítica: UBÚ REY, POR DIOS Y POR LA PLATA


El ascenso de un dictador desde una perspectiva clown: una barrera fina entre la realidad y la ficción

“Ubú Rey” es una obra que se estrenó en 1896 y fue escrita por el autor francés Alfred Jarry. En esta ocasión, en el espacio de la Asociación de Artistas Aficionados (AAA), el director Percy Velarde junto a su elenco cuentan esta historia sarcástica bajo una mirada clown. Como tal, la obra de Velarde es una adaptación del texto de Jarry, en la que toma el nombre “Ubú Rey, por dios y por la plata”. Por lo tanto, es una historia que está contada de una forma distinta a la original.

Fuera de la estructura clásica o aristotélica, en la que la historia debe tener inicio, nudo y desenlace; se puede apreciar que la obra presenta elementos distintos respecto a la versión original. Por ejemplo, en la versión local, aparte de los personajes principales padre Ubú y madre Ubú, tienen presencia los personajes como el presidente Vizcharra, su mujer Mechita y el capitán Puercura Imbecerril, entre otros. Además, presenta un personaje que coloca a la historia en un tiempo preciso: el repartidor de Rappi. Con estos datos, el espectador tiene conocimiento del lugar, tiempo y espacio por el que circula la obra. Sobre esto, Anne Ubersfeld indica que cada hecho teatral, representación teatral o montaje es autónomo a pesar de que la obra se haya montado hace más de ciento veinte años como este caso: ambos están situados en tiempos y lugares distintos, por lo que el público también es diferente.

Además, según Ubersfeld, el montaje no debe ser esclavo del texto. En otras palabras, no se debería seguir un parlamento o guion teatral como si fuera un manual en la que no se permite cambiar nada. En ese sentido, la obra dirigida por Velarde, al ser montado con los códigos del clown, se ha permitido jugar y cambiar el texto original como le plazca.

La gran diferencia entre el teatro occidental y el clown es que, en el segundo, el comediante no crea e interpreta a ningún personaje. Por el contrario, el clown trabaja con sus propias herramientas intrapersonales, además, amplifica lo que siente y expresa su cuerpo. En ese sentido, los clowns del montaje local se permitieron jugar y en algunos casos se mostraron vulnerables. Por ejemplo, cuando padre Ubú condena a alguien por llegar tarde a los ensayos o cuando le dicen a Mechita que ha subido de peso. Sin embargo, la obra en sí, al presentar varios personajes, algunos del elenco tuvieron que hacer hasta uno o dos personajes más. En algunos de los clowns, este cambio no se notó como el de sus otros compañeros de escena.

Por otro lado, el elenco clown jugaba con el público rompiendo la cuarta pared. Este juego se observó mejor cuando el comandante Imbecerril improvisó un texto cuando una espectadora tenía una botella con agua en sus manos. Sin embargo, cuando el elenco hacía de pueblo, no logró crear con el espectador esa complicidad, esa voz unísona para acusar a padre Ubú, que en ese momento ya tenía el papel de dictador.

El clown, tanto como el actor o actriz, expresa sus emociones desde una verdad que se vive en el aquí y ahora. La obra de Velarde tuvo muchos gags que funcionaron, porque el espectador lo entendía, pero algunos de estos solo se quedaron en formas, pues no hubo cierta intención en lo que trataban de expresar.

Para finalizar, así como “Ubú Rey”, en ese momento, fue una obra para el pueblo europeo, específicamente francés; “Ubú Rey, por dios y por la plata”, en este momento, es una obra clownesca para el pueblo sudamericano, específicamente peruano. Una obra en la que, a pesar de algunos errores corregibles, se arriesga a contar sarcásticamente lo que sucede cuando un tirano rechoncho y “maduro” llega al poder.

Elio Rodríguez
8 de febrero de 2020

1 comentario:

Toony Pe. dijo...

No me queda claro si la recomiendas o no