miércoles, 5 de marzo de 2025

Crítica: MISKY


IDENPAYASO

Misky (Hilda Tovar Ventura) nos recibe con ánimo y brillo en el escenario. Elementos visuales y técnicos se van sumando para crear una atmósfera expectante desde el inicio de la puesta. Misky cautiva a los espectadores desde el primer momento, la conexión que logra generar con el público le permite una performance solvente en el escenario; la historia es muy cercana, por lo menos para mí que soy provinciano. En un momento de la obra se preguntó ¿quién era de provincia?, ¡yo levanté la mano!, porque soy de Cajamarca y otros asistentes también levantaron; fuimos como cuatro provincianos entre limeños. Pero las preguntas fueron creciendo y obtuvieron más profundidad. La siguiente pregunta fue ¿de dónde eran tus padres?, y con esto apareció un sinnúmero de personas que sus padres venían de provincia.

Así se forma una trama muy interesante: Misky niega sus raíces, pero a la vez desborda identidad con su movimiento, con su dulzura; la construcción del personaje plantea el choque entre identidad y enajenación, desde múltiples especificidades como lo sonoro, lo visual, el clown y otras técnicas.

La puesta en escena tiene un muy buen ritmo, la intérprete conjuga la interacción con el público con momentos de fragmentación de personaje, convirtiéndose en psicólogo, en presentadora, entre otros, además de animar objetos como los muñecos y el barril. La historia constantemente está provocando estímulos en los espectadores, los recursos sonoros, son atractivos, la forma en como emite la voz Misky y la estridencia de las acciones y momentos, consigue que saltemos de sensación en sensación. Pero a la vez estamos emitiendo un juicio respecto a la condición de migrante o a cualquier otro estimulo conceptual, porque eso es lo interesante del arte escénico: que bajo estímulos predeterminados, como la negación de las raíces, se puede desencadenar interpretaciones y sensaciones que el propio espectador sabrá dilucidar.

 En fin, es importante rescatar la capacidad creativa para estructurar la trama; iba de un lado a otro y cada vez la explosión iba consternándonos en momentos tiernos. Por medio de la risa se permite un acercamiento distinto, un fenómeno colectivo que cuestiona los patrones de la costumbre y las generaciones.

Los elementos compositivos riman en armonía, el color fue fundamental para generar sensaciones eufóricas en el espectador, el vestuario coordinaba con la utilería y con el escenario. Los colores ofrecían un mundo diferente, uno particular, el mundo o universo de Misky y quizá también nos proyectábamos en él, como un juego, como siendo niños de nuevo, permitiendo reír, soñar, creer. El clown me parece una herramienta que facilita la comunicación entre los individuos, una comunicación desde la aceptación, el cariño y la risa, el superarse desde una sonrisa, es un acto revolucionario; momentos que no solo deben haber quedado en el escenario, sino que el espectador y todos los asistentes se llevan sensibilidades que podría ser el inicio de algo.  

El mundo creativo es de Hilda Tovar Ventura, pero hay un equipo entero que trabaja para que todo salga bien: la dirección (César García), las luces, la tramoya, han logrado articular una composición sólida y fecunda. Cada momento de la trama está articulada con recursos técnicos y compositivos, el argumento se expone de tal manera que altera la linealidad temporal, permitiendo un viaje entre las distintas caras de Misky, un vaivén que es sonoro, desde la música y el baile, hasta la gesticulación y la emoción de la voz, recursos bien aprovechados y disciplinados por un ojo técnico.

Moisés Aurazo

5 de marzo de 2025

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