IDENPAYASO
Misky (Hilda Tovar Ventura) nos recibe con
ánimo y brillo en el escenario. Elementos visuales y técnicos se van sumando
para crear una atmósfera expectante desde el inicio de la puesta. Misky cautiva
a los espectadores desde el primer momento, la conexión que logra generar con
el público le permite una performance solvente en el escenario; la historia es
muy cercana, por lo menos para mí que soy provinciano. En un momento de la obra
se preguntó ¿quién era de provincia?, ¡yo levanté la mano!, porque soy de
Cajamarca y otros asistentes también levantaron; fuimos como cuatro
provincianos entre limeños. Pero las preguntas fueron creciendo y obtuvieron más
profundidad. La siguiente pregunta fue ¿de dónde eran tus padres?, y con esto
apareció un sinnúmero de personas que sus padres venían de provincia.
Así se forma una trama muy interesante:
Misky niega sus raíces, pero a la vez desborda identidad con su movimiento, con
su dulzura; la construcción del personaje plantea el choque entre identidad y
enajenación, desde múltiples especificidades como lo sonoro, lo visual, el
clown y otras técnicas.
La puesta en escena tiene un muy buen
ritmo, la intérprete conjuga la interacción con el público con momentos de
fragmentación de personaje, convirtiéndose en psicólogo, en presentadora, entre
otros, además de animar objetos como los muñecos y el barril. La historia
constantemente está provocando estímulos en los espectadores, los recursos
sonoros, son atractivos, la forma en como emite la voz Misky y la estridencia
de las acciones y momentos, consigue que saltemos de sensación en sensación. Pero
a la vez estamos emitiendo un juicio respecto a la condición de migrante o a
cualquier otro estimulo conceptual, porque eso es lo interesante del arte escénico:
que bajo estímulos predeterminados, como la negación de las raíces, se puede
desencadenar interpretaciones y sensaciones que el propio espectador sabrá dilucidar.
En fin,
es importante rescatar la capacidad creativa para estructurar la trama; iba de
un lado a otro y cada vez la explosión iba consternándonos en momentos tiernos.
Por medio de la risa se permite un acercamiento distinto, un fenómeno colectivo
que cuestiona los patrones de la costumbre y las generaciones.
Los elementos compositivos riman en
armonía, el color fue fundamental para generar sensaciones eufóricas en el
espectador, el vestuario coordinaba con la utilería y con el escenario. Los
colores ofrecían un mundo diferente, uno particular, el mundo o universo de
Misky y quizá también nos proyectábamos en él, como un juego, como siendo niños
de nuevo, permitiendo reír, soñar, creer. El clown me parece una herramienta
que facilita la comunicación entre los individuos, una comunicación desde la
aceptación, el cariño y la risa, el superarse desde una sonrisa, es un acto
revolucionario; momentos que no solo deben haber quedado en el escenario, sino que
el espectador y todos los asistentes se llevan sensibilidades que podría ser el
inicio de algo.
El mundo creativo es de Hilda Tovar Ventura,
pero hay un equipo entero que trabaja para que todo salga bien: la dirección
(César García), las luces, la tramoya, han logrado articular una composición sólida
y fecunda. Cada momento de la trama está articulada con recursos técnicos y
compositivos, el argumento se expone de tal manera que altera la linealidad
temporal, permitiendo un viaje entre las distintas caras de Misky, un vaivén
que es sonoro, desde la música y el baile, hasta la gesticulación y la emoción
de la voz, recursos bien aprovechados y disciplinados por un ojo técnico.
Moisés Aurazo
5 de marzo de 2025
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