Ribeyro a través del Lente de Manuel Gold: Una nueva mirada mediante el humor, poder y frescura para el Teatro Peruano
En algún lugar del Tercer Mundo llega a las tablas del Nuevo Teatro Julieta Los caracoles, farsa fúnebre escrita por Julio Ramón Ribeyro en 1964. Como siempre, la verdad y el teatro no gozan de mucha visibilidad en nuestro país; al contrario, la obra fue censurada durante muchos años, tanto que nadie se atrevió a montarla. Sin embargo, en 2024, Manuel Gold tuvo la increíble osadía de llevar a escena este texto para desempolvarlo, marcando su debut como director. Con Los caracoles, logró una temporada exitosa. Volviendo al presente, este jueves 27 de febrero se llevó a cabo el reestreno de esta producción, nuevamente bajo la dirección de La Ira Producciones.
En primer lugar, me parece súper vistoso la elección de la obra, puesto a que muchos no conocen al flaco por escribir obras, sino por sus cuentos y poemas. Asimismo, la reducida cantidad de actores que se encuentran en escena, al principio puede sonar retador montar un texto que tiene muchos años y que además tiene más de catorce personajes con solo cuatro actores en escena. De igual manera, considero que esta propuesta fue muy acertada, debido a que los actores que estuvieron en escena son tan versátiles, ágiles y ocurrentes como está escrito en la propia dramaturgia. Por esta misma razón, Gold no solo se preparó para su debut como director, sino que se respaldó de un buen equipo actoral, entre ellos Miguel Iza, Sebastián Monteghirfo, Guísela Ponce de León, Renato Rueda y Jely Reátegui.
Tras la tercera llamada, que por cierto fue muy al estilo caracol, se observa a Iza interpretando a Oblitas Paz, sentado en un banco ubicado "en algún lugar", para comenzar a narrar el primer cuadro de la obra, rompiendo absolutamente el espacio ficticio del personaje interactuando con el espectador. En ese instante, se percibe que el texto está siendo renovado al combinarlo con propuestas contemporáneas pertenecientes al nuevo teatro. La dirección de Gold me parece acertada, ya que, teniendo en cuenta las situaciones caricaturescas propuestas por Ribeyro, estas cobran un sentido renovado en el contexto actual. Los actores aprovechan ese tono para dar vida a los conflictos del hotel El Trópico con su nueva competencia, La Isla del Viejo Roble. A partir de este dilema, el gerente y el secretario se ven amenazados por dicho hotel y hacen hasta lo imposible para evitar ser devorados como unos caracoles.
Monteghirfo y Reátegui crean una complicidad de escucha activa que, desde las tablas, le permiten al espectador leer muy entretenidamente todos sus movimientos perversos y ocurrentes. Por otro lado, Ponce de León, Iza y Rueda complementan este enredo humorístico, eso sí, cada uno con su versatilidad dentro de su personaje y con una presencia escénica destacada. Es así que mientras observaba, me di cuenta de que existía un mecanismo en cuanto las relaciones entre los personajes; esta convención tiene que ver con las relaciones de poder que mayormente se encuentran en obras del teatro latinoamericano. La relación entre víctima y victimario: este mecanismo es una característica muy propia del teatro de Ribeyro y me parece acertado que el propio elenco lo haya encontrado para repotenciarlo y sacarle brillo a cada uno de los personajes. Me gustaría hacer un paréntesis para destacar la actuación de alguien, pero me quedaría insatisfecho, ya que los cuatro saben cómo conquistar a su público y arrancar carcajadas con sus interpretaciones.
No obstante, me parece necesario destacar la excelente dirección de arte que tiene la obra, al apostar por vestuarios pintorescos muy acorde a la estética propuesta y también hacer mención especial sobre la ecoescenografía que se propone, puesto que es ecológica, minimalista y estratégica, para que los actores realicen los mismos cambios durante las escenas; por cierto, una forma muy inteligente de abordar los once cuadros. Es oportuno que Gold haya tenido en cuenta este recurso para ser su primera dirección, ya que hizo que la propuesta sea fresca y renovada.
En resumen, Gold aprovecha la escritura atemporal de Ribeyro para, junto a los actores, enriquecerla, haciendo que esas situaciones abstractas del tiempo pasado resuenen con los conflictos del ahora que atraviesa la sociedad peruana. En general, la puesta de escena es una tremenda experiencia visual, llena de personajes y actores caricaturescos que fácilmente acompañan el ritmo de cada escena. Sin duda alguna, esta es la forma de saber limpiar el texto a través de las nuevas miradas dentro del teatro contemporáneo. Un montaje muy bien pensado y sobre todo muy a la altura del texto original.
Juan Pablo Rueda
12 de marzo de 2025
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