miércoles, 29 de mayo de 2024

Crítica: BOYS


Del espacio vital y otras aniquilaciones

Boys de Ella Hickson, y adaptada por Raúl A. Saco, es una obra llena de brutalidad juvenil, energía avasallante, con matices emocionales que nos adentran al mundo interno de cada personaje. Sin duda, una obra que se alimenta de la pasión y el dolor, pero también de cierta alegría desbordante propia de la inmadurez de los personajes.

Los actores Brayan Pinto, Francesca Correa, Jorge Guerra Wiesse, Jorge Luis Pérez, José Miguel Argüelles, Marianne Carassa y Matías Spitzer logran despertar un sentido especial al texto y regalarnos actuaciones que despiertan las singularidades de sus personajes y dejar en manifiesto su verdad única. Valdrá la pena destacar algunos de ellos.

Por el lado de Mack, vemos en su apatía ese vehículo externo por el cual vamos descubriendo su sensibilidad, su esencia y su relación con los demás. Por el lado de Cam, destaca su brillo, su curiosidad por la vida y las ansias de vivir algo distinto, y Timp, enérgico, de una calidad física expresiva imparable, pero cuya necesidad inconsciente de un espacio de silencio, hace que nos encariñemos con él.

Otro tipo de detenimiento podemos hacer con el personaje de Benny, cuyos dilemas son los que transitan e invaden el espíritu de sus compañeros. En donde la calidad en el manejo del texto de Argüelles permite que nos adentremos en su mundo interno, en sus necedades y su dolor. Algo que queda pendiente es la construcción física que otorga, aún sigue en un proceso de construcción, de liberarse de tensiones más propias del actor que del personaje, que bloquean por momentos esa fluidez que muestra con el texto.

Con Sophie y Laura ocurre algo distinto. Gran presencia, con buen manejo de sus personajes al momento de la interacción con los otros, pero con ciertas limitaciones en su accionar y el tratamiento del texto. Como si buscaran una verdad a través de una idea de naturalidad. Pero ¿qué es lo natural sino aquello que carga vida? La naturalidad no es necesariamente una evocación de algo normal, más bien aquella expresividad de la esencia de las cosas de la vida. En ese sentido, hace falta mayor libertad para hallar esa esencia en sus personajes.

Por otro lado, la construcción espacial se vuelve vital en relación con la música, y por ende en la influencia que tienen sobre la historia. Algo a destacar, sin duda, es cómo la música otorga una amplitud del caos, de la disonancia de la vida que los personajes quieren contra la que tienen. Los márgenes de la casa resaltan a manera de cuadro y fortín del caos de las calles, pero vacío al mismo tiempo, haciendo inevitable que ese caos externo se fusione con el drama de estos chicos que terminan una etapa y luchan por soltar un pasado que los vincula y ata. Y un elemento interesante fue el uso de la refrigeradora como un microespacio dentro del mismo escenario, lugar seguro de Benny; un lugar donde podía escuchar, pensar, pensarse. Una zona inquebrantable e inalcanzable.

Todos estos elementos hacen de la obra un montaje sólido, lleno de estímulos; valdría la pena cuestionarse si estos elementos están al servicio de la historia, o fugan hacia una idea individual de sus alcances estéticos, si hablan más de los temas que aborda la obra o buscan potenciar a los personajes; a veces uno, a veces lo otro. Pero no se puede negar que enriquecen la historia, por lo menos la mayor parte del tiempo.

Con ello, la obra termina mostrándose como una historia vertiginosa, donde los personajes tratan de salir de aquello que los va sepultando, aniquilando. Un espacio vital que ha dejado de ser vida para muchos de ellos, que seguirá siendo un refugio para otros, pero donde siempre existe la posibilidad de mirar la vida con otros ojos.

Omar Peralta

29 de mayo de 2024

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