domingo, 7 de abril de 2024

Crítica: MOZART INTERACTIVO


La vida como un juego

Mozart hace rebotar una pelota roja de juguete junto a su hermana. Se la pasan por todo el escenario. La rebota para él. Juega solo. Juega en tiempos. Juega en ritmos. Lo acompañamos con las palmas y así, como jugando, lo ayudamos a componer La Marcha Turca. Mozart interactivo es escrita por Mateo Chiarella y dirigida por Lucho Tuesta; ambos abandonan el contar una biografía lineal para llevarnos a un juego en el que todos participamos. Hartos de las biografías en las que uno nace, crece, se reproduce y muere, nos presentan a un Mozart (interpretado por Luigi Valdizán) sin solemnidad. No es el artista en el altar que escuchó la voz de Dios: es solo un alma feliz que se expresa mediante su talento. Recordarlo muriendo mientras se escucha su Réquiem no le hace honor a su vida, porque Mozart es vida, es alegría, es juego. Tanto es un juego que nos invita a jugarlo con él.  

Los momentos más altos de la obra son cuando nos sumergen en su mundo. Donde nos olvidamos de explicaciones exhaustivas sobre las fechas de su vida para pasar a ser extras en la vida de un Mozart más cercano a un rockstar. Nos invitan al coro y, cancionero en mano, bajamos a Mozart para cantar con él una celebración sobre la vida y alegría. Porque si “la música no está en las notas, sino en el silencio entre ellas”, pues la vida tampoco está entre nacer, crecer y morir, sino reside en cómo decidimos vivirla.  

Mozart Interactivo funciona en su decisión de separarse de la biografía tradicional para adentrarse en contar la vida de alguien de acuerdo a cómo la vivió. Nos lo hace saber y nos hace partícipes de una obra capaz de mantener el ritmo y la sensación de estar en un juego, donde este domina la vida y no hay que tomársela muy en serio, ni aunque seas un genio. A veces solo queda cerrar los ojos y escuchar la música.  

Gabriel Calderón

7 de abril de 2024

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