sábado, 19 de octubre de 2019

Crítica: AMISTADES PELIGROSAS

Juegos sexuales y crueles intenciones

El escritor inglés Christopher Hampton ganó notoriedad con su adaptación para el teatro de la célebre novela del siglo XVIII “Las amistades peligrosas” (Les Liaisons dangereuses, 1782) del francés Choderlos de Laclos, estrenada en 1985 para la prestigiosa Royal Shakespeare Company. El éxito fue inmediato y el mismo Hampton se encargó de escribir y perennizar en el cine las maquiavélicas intrigas de un par de inescrupulosos aristocráticos en contra de virginales damiselas solo por el gusto de hacerlo, con la magistral Relaciones peligrosas (Dangerous Liaisons, 1988) del notable director Stephen Frears, que es ya un irremediable referente del cine de época estadounidense y de la cultura mundial. Otras cintas han intentado destronarla, pero resulta imposibe. Pues bien, se encuentra en cartelera en el Teatro Ricardo Blume de Aranwa, la pieza original de Hampton, Amistades peligrosas, con la producción de Idea Original y la dirección de la interesante Felien De Smedt, quien nos presentara anteriormente la conmovedora Un chico de Bosnia (2016).

La historia es ya conocida: los cínicos y malvados Valmont (Alfonso Dibós) y Merteuil (Denise Arregui) dedican sus ratos de ocio en destruir reputaciones a través de juegos de seducción en los que ponen a prueba su poderío. Las víctimas elegidas son la ingenua Cecile (Kali Granados), próxima a casarse con un amante que despreció a Marteuil; y Madame de Tourvel (Fiorella Díaz), una conservadora dama que sería el mayor logro del amoral Valmont. De Smedt opta para su adaptación por una estética contemporánea y una utilería mínima, en lugar de los vestuarios y mobiliarios de época que el texto original requería; en ese sentido, la elección de los colores blanco y negro para el vestuario, como fichas de ajedrez en la búsqueda de estrategias (con pequeño tablero incluido en medio del espacio circular de Aranwa) y del rojo para los funcionales muebles, que representa la pasión que se desata en los personajes, es acertada, a pesar de ciertos detalles que no pasan desapercibidos: el miriñaque de Marteuil, los zapatos rojizos de Tourvel y las zapatillas blancas de Cecile y del joven Danceny (Renato Medina-Vassallo) merecerían una revisión, así como también la ejecución escénica del final de Valmont.

Por otro lado, la dirección de actores sí que le saca provecho al elenco: los muy competentes Dibós y Arregui se lucen en sus personajes, mostrando su lado perverso, pero también aquella humanidad que aflora en momentos puntuales. Díaz y Granados también convencen en sus roles, al lado de Medina-Vassallo, Andrea Fernández, Jorge Armas y Verónica Miranda. Resulta curioso cómo ciertas escenas, como el primer encuentro sexual entre Cecile y Valmont, adquieren nuevas e inquietantes connotaciones en estos días; así como también la figura de Marteuil, una arpía que intenta sobrevivir a su manera, siendo mujer, en una sociedad hostil. El final, con el juego de cartas interrumpido con los naipes en el suelo y el grito desgarrador, cierra con efectividad la historia. Acaso se pudo haber aprovechado más las luces y los efectos de sonido para darle más teatralidad al montaje; acaso se pudo haber arriesgado más en los encuentros amorosos de los personajes. Pero con todo y estos detalles a revisar, la puesta de Amistades peligrosas de De Smedt sí que funciona, gracias especialmente al talento del elenco, que sabe aprovechar todas las posibilidades que ofrece la crueldad, la perversión y la pasión del texto de De Laclos adaptado por Hampton.

Sergio Velarde
19 de octubre de 2019

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