El cielo puede esperar
“Falsarios”, creación del joven y talentoso
dramaturgo y literato Gino Luque, se monta por primera vez en un espacio fuera
de lo convencional: la Casa “O” de Barranco, una casa republicana que Samoa
Producciones ha intervenido y convertido en escenario teatral. La dirección
está a cargo de Nella “Samoa” Álvarez, artista escénica egresada del Centro de
Investigación Cinematográfica y con experiencia en teatro y televisión.
Mientras que los roles protagónicos están a cargo de Andrea Alvarado (ganadora
del premio Oficio Critico en Teatro para la infancia 2018) como Ana, Diego
Pérez como Carlo, Renato Pantigozo como Tigre, Beatriz Ureta Hurtado como su
esposa Silvia, y Piero Arce como el niño secuestrado. Por su parte, Álvarez ha
encabezado el montaje de otras obras como “Asunto de Tres”, “Ligia en la Ciudad
Gris” y “La Cábala”.
Una palabra que se puede usar para resumir
el espectáculo escénico sería fuerza, pues en general todo es muy sobrecogedor.
Además, es impactante desde un inicio y sorprende la creatividad de la
producción de montar la obra de una manera particular. No se trata de un
espectáculo convencional escenario-espectadores pasivos sentados en una butaca,
pues exige del asistente tener una participación no en las actuaciones, pero sí
en el movimiento: el “escenario” es el interior de la casa, en la cual sus
diferentes ambientes son espacios en los que suceden las escenas y el
espectador debe seguirlas. En un inicio, el público está sentado en círculo, mientras
observa las escenas y un equipo de escenografía, que a la vez son personajes
secundarios.
“Falsarios” es un drama policial donde el
suspenso es lo transversal: una célula de una organización subversiva ha
secuestrado al hijo de un policía, pero se ven acorralados y desgastados al
momento de darse cuenta de su falta de experiencia y de sus dudas existenciales
No hay muchas referencias exactas del origen su actuación política, pero hasta
cierto punto no es necesaria: la acción gira en torno al drama de este
secuestro y a las dudas morales de Ana, que llega a empatizar con el niño. Ella
y Carlos están en una misión bajo los seudónimos de Rosencrantz y Guildenstern,
los mensajeros en el clásico de Shakespeare, “Hamlet”. Los primeros diálogos
son muy densos y no llegan a ser pedagógicos, en el sentido de explicar qué es
lo que sucede. Ana quiere retroceder y le atormenta la idea de volverse una
asesina, mientras que Carlo es racional e irónico y le conmina a terminar la misión.
A partir de la tercera escena, la situación cambia totalmente, ya que los
jóvenes están planeando el secuestro del menor. La escena en la que se
transmite una filmación de los personajes en un desierto a las afueras de Lima
(al inicio y casi al final) es muy llamativa, así como aquella en la que
recrean un auditorio de cine. Esa interacción entre el teatro y el cine es poco
común y en este caso, muy atractivo visualmente, el lenguaje cinematográfico es
preciso.
Por otro lado, es muy interesante el juego con
los tiempos que suceden entre las escenas, pues, al mismo tiempo, uno no llega
a perder el interés en lo que sucede. La luz es un elemento para mencionar muy
a favor: la luz amarilla sobre los actores y tras las puertas es muy oportuna,
porque el contexto es muy común, con oscuridad en diferentes escenarios y
momentos. Hay que reconocer el excelente trabajo de coordinación entre todo el
equipo, pues un mínimo error habría echado a perder el interés en la obra.
Pantigozo tiene una actuación muy
destacable, porque logra transmitir la angustia que es el rasgo característico
de su personaje, un policía frustrado por el secuestro de su hijo y lo
demuestra durante los tensos diálogos con su esposa; además, lo más destacable
de su representación es su rostro, siempre con la mirada fija e intrigante.
Pero la actuación más impactante es la de Pérez, debido a su gran capacidad de
memoria y presencia escénica que no baja de intensidad en ningún momento y que llega
a empatizar con el público, pues se trata de un personaje muy racional, pero al
mismo tiempo, con gran sentido del humor y la ironía. De otro lado, es muy buena
la utilería que se usa: sillas, la cabeza de un tigre gigante, el ecran, una
cama de motel, el timón de un automóvil, etc., que le da al montaje una
sensación muy realista y al mismo tiempo, algo vintange. Por momentos, da la
sensación de que la obra sucediese en los años ochenta o setenta. Estos
elementos tienen mucho simbolismo; en ese sentido, es reconocible la gran
inteligencia con que se los usa. Con la frase: “El cielo puede esperar”, Andrea
culmina la obra, pero el final nos deja una sensación de que uno “quisiese
saber qué sucede después”.
Definitivamente, “Falsarios” es un gran
montaje, muy atrevido, porque rompe esquemas escénicos del teatro limeño y
además, innovador en muchos sentidos. Muy recomendable y estará en temporada de
jueves hasta este domingo 21 de abril a las 8 y 30 pm en la Casa “O”, Av. 28 de
Julio 230 en Barranco.
Enrique Pacheco
17 de abril de 2019
2 comentarios:
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