Los peligros de la ciencia-ficción
Continuando con el VI Festival “Directores en acción” del
Centro de Formación Teatral Aranwa, y luego del entrañable llamado al respeto y
tolerancia hacia la comunidad LGBT que fue Love, le llegó el turno al
empoderamiento femenino, con la puesta en escena de Intimidad atómica del
argentino Leonardo Maldonado, con la primera dirección profesional de Chiara
Rodríguez Marquina, productora de la Asociación Cultural Trenzar, que es una de
las organizaciones más visibles dedicadas a la cerrada defensa de los derechos
de la mujer. Si bien es cierto, se entendió la propuesta de la directora en
escena, algunos inconvenientes al momento de retratar una pieza con un contexto
distópico o puramente ficticio le restaron fuerza el producto final.
Retratar el futuro no es cosa fácil y menos en el teatro, ya que acaso debe lograrse la convención con el público con una mayor rigurosidad, para así hacer creíble la trama que se piensa contar en escena. Algunos montajes, como ¿Qué tierra heredarán los mansos? (2011) de Estela Luna o Zoocosis (2018) de Emilie Kesch y Paola Terán, se las ingeniaron para narrar con propiedad sus respectivas historias en mundos futuristas. En el caso de Intimidad atómica, que se centró en una polémica y aclamada artista (María-Eugenia Amayo), la cual planea realizar un espectáculo multimedia explosivo (literalmente) en el que su actor principal (Alejandro Guzmán) perdería la vida en nombre del arte, las formas elegidas, como los vestuarios, el contado mobiliario y los efectos lumínicos y sonoros, no llegaron a trasladar del todo al espectador a este universo incierto; sin embargo, el fondo del montaje sí se sostuvo, con una pasmosa pérdida de nuestra humanidad, gracias a las esforzadas actuaciones del elenco y al atinado reconocimiento del mensaje que quería transmitir Maldonado.
Retratar el futuro no es cosa fácil y menos en el teatro, ya que acaso debe lograrse la convención con el público con una mayor rigurosidad, para así hacer creíble la trama que se piensa contar en escena. Algunos montajes, como ¿Qué tierra heredarán los mansos? (2011) de Estela Luna o Zoocosis (2018) de Emilie Kesch y Paola Terán, se las ingeniaron para narrar con propiedad sus respectivas historias en mundos futuristas. En el caso de Intimidad atómica, que se centró en una polémica y aclamada artista (María-Eugenia Amayo), la cual planea realizar un espectáculo multimedia explosivo (literalmente) en el que su actor principal (Alejandro Guzmán) perdería la vida en nombre del arte, las formas elegidas, como los vestuarios, el contado mobiliario y los efectos lumínicos y sonoros, no llegaron a trasladar del todo al espectador a este universo incierto; sin embargo, el fondo del montaje sí se sostuvo, con una pasmosa pérdida de nuestra humanidad, gracias a las esforzadas actuaciones del elenco y al atinado reconocimiento del mensaje que quería transmitir Maldonado.
Salvando las distancias con la clásica Función Velorio de Aldo Miyashiro, Rodríguez señaló los difusos límites a los que se puede llegar en nombre del arte, en los que se mueven aquella directora todopoderosa y aquel esforzado actor, sin negarles a ambos la posibilidad de enamorarse, revelada en aquella magnífica pausa antes que se apaguen las luces. Las metáforas con nuestra realidad se muestran clarísimas: el mundo salvaje del espectáculo (en tiempos de guerra por el rating), el poderío femenino (en un país en el que paradójicamente la mujer corre peligro a diario) y los excesos en nombre del arte (con pseudo-directores cruzando la línea); no obstante, la propuesta estética debería revisarse para futuras reposiciones. Intimidad atómica fue una oportuna recreación de la terrible situación a la que nos enfrentaremos en un futuro no tan lejano, si continuamos con nuestro absurdo proceso de deshumanización.
Sergio Velarde
20 de febrero de 2019
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