sábado, 26 de septiembre de 2015

Crítica: HOMBRE MIRANDO AL SUDESTE

Correcto drama reflexivo   

Eliseo Subiela es un director argentino, que llevó a la pantalla grande Hombre mirando al sudeste (1986), drama intimista que enfrenta a Rantés, pacífico paciente de un psiquiátrico que afirma venir de otro mundo para investigar la raza humana, con el doctor Julio Denis, un psiquiatra aburrido de su profesión. Alejándose por completo de cualquier parafernalia cinematográfica extraterrestre, el drama resultó ser más reflexivo que otra cosa, especialmente en las conversaciones entre el doctor y su paciente, que revelaba la inmadura naturaleza humana y lo mucho que tiene que aprender cuando se enfrenta a lo que no puede entender ni controlar. El mismo Subiela adaptó su cinta para el teatro en el 2012 y actualmente, en el Museo de Arte de Lima (MALI) con el apoyo institucional de la Embajada de Argentina, se viene presentando esta puesta en escena dirigida por Nadine Vallejo.

Entre los aciertos del montaje se encuentran la escenografía de Juan Sebastián Domínguez, que les permite a los actores aprovechar los diferentes niveles que esta ofrece; y el uso de la multimedia que propone la directora (con cámara de video en las butacas, por ejemplo) contribuye a darle un interesante aspecto documental a la historia. Por otro lado, los internos del centro psiquiátrico también podrían trabajar más su locura, en favor del montaje. Pero acaso el mayor traspiés de la pieza sea el de la adaptación a nuestra realidad, lugar común en el que caen muchos estrenos recientes que afirman en escena suceder, supuestamente, en nuestro país, como en Lima Laberinto XXI. La mención de lugares específicos de nuestra geografía (como el primer lugar donde aparece Rantés) le resta veracidad al montaje. Mantener la ubicación gaucha pudo haber sido la mejor opción, como sucedió por ejemplo, en La Fiaca.

A destacar la actuación de un recuperado Santiago Magill, físicamente creíble como el ser de otro planeta que dice ser, frente a un introspectivo Ricky Tosso, empecinado en convencernos que puede interpretar personajes con mayor carga dramática que cómica (que ya inició con su competente participación en Chico encuentra chica). A destacar algunas escenas muy logradas como el trágico y conmovedor final de protagonista al lado de Anneliese Fiedler, así como el inolvidable concierto al aire libre, acompañado de la Sinfonía n.º 9 Op. 125 de Beethoven. Esta versión nacional del Hombre mirando al sudeste del interesante Subiela es un correcto drama psicológico que no traiciona el espíritu de su autor y que nos hace reflexionar sobre la condición humana y hasta qué punto vivimos reprimidos por nuestros propios miedos y frustraciones.

Sergio Velarde
26 de setiembre de 2015  

domingo, 23 de agosto de 2015

Crítica: CRUZAR LA CALLE

Notable drama urbano   

Ya era hora. El Ministerio de Cultura se animó (por fin) a materializar un proyecto de artes escénicas y producir así, su primer montaje teatral en el Teatro Mario Vargas Llosa de la Biblioteca Nacional con entrada gratuita. Dirigida por el experimentado Carlos Tolentino, la obra en cuestión es Cruzar la calle de Daniel Amaru Silva, pieza ganadora del Concurso Nacional de Nueva Dramaturgia Peruana 2014. Es de esperar que las expectativas hayan sido altas, tratándose de un director capaz de realizar obras maestras como Azul resplandor, como también puestas en escena tan transgresoras como Jardín de colores; de un joven escritor responsable de textos con estilos tan diferentes como Power Off, Presunto culpable o ¿Eres tú, pequeño?; o de un organismo del mismísimo aparato estatal, detrás de un proyecto artístico. Y podemos afirmar, con la mayor discreción, que los resultados sobrepasan cualquier expectativa.

La historia comienza cuando un perro es atropellado por una motocicleta, hecho que Amaru Silva presenció en la vida real y que lo motivó a escribir la historia de cinco limeños comunes y corrientes, presos no solo de una caótica ciudad, sino también por sus propias frustraciones. El dueño del perro (Julián Legaspi) vive recluido y atormentado por la muerte de su esposa, situación que será agravada por la pérdida de su mascota. Hasta su casa llega una señora de limpieza (Elsa Olivero), que no solo genera en él un sentimiento especial, sino que ella es además, la esposa del motociclista (un conmovedor Rolando Reaño), un repartidor a domicilio de pollos a la brasa venido a menos, que atropelló al can. Un joven que presenció el accidente (un Alaín Salinas en pleno ascenso) queda tan impactado con el hecho que decide buscar al motociclista, quedando prendado, sin saberlo, de su atípica hija (Stephanie Enríquez, feliz descubrimiento). Amaru Silva consigue darle coherencia y verdad a sus cinco personajes, en una historia urbana llena de matices que aborda temas tan complicados como la soledad, la discriminación, la violencia familiar y las disfuncionales relaciones entre padres e hijos, bien orquestada por Tolentino, que no permite que el melodrama cunda hacia el final del montaje.

Pues bien, el director consigue aquí un sano equilibrio entre su particular lenguaje escénico y los diálogos que el autor plantea. Y es que todos los símbolos en el escenario quedan plenamente justificados, sin caer en la saturación que el mismo director les diera en Japón; ni el arbitrario exceso, en Jardín de colores. Todo, desde las estructuras huecas para cada personaje, hasta los panes dentro de los delantales y las chalinas destejidas, se encuentra justificado y contenido, sin estorbar el desarrollo de la historia. Y viniendo de Tolentino, hasta el molesto ruido de las estructuras al moverse, pareciera representar a la desesperante bulla que nos acompaña a diario en nuestra capital. Cruzar la calle (“drama de enredos por un perro atropellado”, según el autor) representa un triunfo en varios aspectos: consolida a Amaru Silva como uno de los mejores dramaturgos jóvenes del momento; muestra a una entidad estatal genuinamente interesada en propiciar un espectáculo de Arte; y nos devuelve a un Tolentino en su mejor forma, prudente de no caer en las tentaciones del exceso.

Sergio Velarde
23 de agosto de 2015

miércoles, 19 de agosto de 2015

Crítica: MÁLAGA

Irónica e inquietante mirada al mundo moderno   

El dramaturgo suizo Lukas Bärfuss es ampliamente conocido por el público limeño gracias al colectivo Ópalo, que llevó a escena dos de sus obras más celebradas: Las neurosis sexuales de nuestros padres y La prueba, ambas dirigidas con brillo por Jorge Villanueva. No es de sorprender entonces, que los alumnos de los talleres de actuación del colectivo muestren un saludable interés por la escena dramatúrgica europea: Nani Pease y Tirso Causillas (quienes destacaron en la muestra de Ópalo, La niña fría) llevan a escena Málaga, un contundente y perturbador retrato de Bärfuss sobre la paternidad tan egoísta en estos tiempos modernos, con su propia agrupación /Nos/otros en el Teatro Mocha Graña.

Vera (Pease) y Michael (Haysen Percovich) son dos padres separados que deben dejar a su hija un fin de semana, pues ella viajará a Málaga con su nueva pareja, y él, a un importante evento de trabajo. Ante la ausencia de la acostumbrada niñera y la urgencia de sus respectivos viajes, la pareja decide, luego de una acalorada discusión, encomendarle el cuidado de su hija al adolescente Alex (Gabriel Gonzales), un vecino de confianza aficionado al cine y que desea además, grabar una película con la niña durante la ausencia de sus padres. Todo el primer acto está interpretado de una forma absolutamente natural y convincente, con sutiles detalles que anticipan la terrible desgracia. Bärfuss nos presenta una situación estremecedora y difícil de procesar, pero absolutamente plausible gracias a las inspiradas actuaciones del elenco (con una mención especial para el inquietante trabajo de Gonzales) y la mano firme de Causillas como director.

La puesta en escena resulta atractiva, pues echa mano de recursos cinematográficos coherentes con el universo cinéfilo del personaje de Alex. Si bien es cierto, el detalle del panorama de Residencial San Felipe descoloca un tanto al inicio en lo referido a la ubicación geográfica del drama, los recursos multimedia generan la atmósfera de caos total en el segundo acto, cuando la tragedia se desencadena. Bärfuss pone el dedo en la llaga con Málaga, acusando de manera estilizada la despreocupación e insensibilización que afectan al mundo moderno, con los adultos priorizando sus asuntos personales por encima de la enorme responsabilidad de ser padres. Dura, irónica y punzante, Málaga alerta pertinentemente sobre las peligrosas presiones de la vida diaria.

Sergio Velarde
19 de agosto de 2015

domingo, 16 de agosto de 2015

Crítica: FOREVER YOUNG

Un disfrutable musical de antaño   

El musical Ewig Jung (2007), puesta en escena escrita por el suizo Erik Gedeon, se estrenó en Hamburgo en el 2010. Fue entonces que el trío cómico catalán Tricicle, luego de haber visto el citado montaje, decidió realizar la versión española, titulada Forever Young, luego del éxito que obtuvo el colectivo con otro musical, nada menos que el Monty Python's Spamalot. Por su parte, el improvisador y claun Armando Machuca (también competente intérprete, a quien notamos en Hamlet) es el encargado de la versión peruana de Forever Young, consiguiendo un gran éxito de público en su temporada en el Centro Cultural Ricardo Palma, con Diego Bertie a la cabeza. Ahora en el Teatro Julieta (y sin Bertie en el elenco), este musical ambientado en un geriátrico del año 2050,  que tiene como protagonista a un elenco de actores que se interpretan a sí mismos ya ancianos, continúa cosechando elogios, algunos de ellos muy merecidos por cierto.

Y es que si bien la idea resulta atractiva, la dramaturgia peca de nulo desarrollo. Asistimos a una hora y media en la vida de estos envejecidos artistas, mientras escuchamos, en esencia, recuerdos de épocas pasadas (y mejores) salpicados por las consabidas quejas y frustraciones de personas de aquella edad. Todo esto matizado con inolvidables canciones de antaño, tanto extranjeras como peruanas. Y así, la hora y media de espectáculo termina, los ancianos van a dormir y nada pasó en realidad. Los personajes terminaron tal como empezaron. Incluso, la presencia de la enfermera (que pudo ser la gran antagonista de la obra) resultó al final no ser lo que aparentaba. ¿Qué queda entonces? Pues el gran mérito de la puesta en escena: las inspiradas interpretaciones de los actores, que logran un puñado de excelentes momentos, de la mano de los éxitos imperecederos de Marley, Dylan, Queen, Eurythmics, Nirvana, los Stones, los Beatles, y por supuesto, de la mítica Alphaville, con el tema que le da título al montaje.

Los caballeros cumplen con bastante corrección (y discreción) su cometido, incluido el propio Machuca. Manuel Lassús (buen actor y cantante, a quien recordamos de La Chica de la Torre de Marfil) podría lograr aún mejores resultados, si acaso dejara de pensar que es el reemplazo de Bertie. A destacar en todo caso a Miguel Álvarez, que aprovecha cada una de sus intervenciones para burlarse de sí mismo, con mucho estilo. Pero son las damas las que más llaman la atención: desde la calidad vocal de Miluska Eskenazi, hasta la conmovedora pérdida de glamour de Tati Alcántara, pasando por una desternillante Patricia Portocarrero, haciendo de las suyas como ya es costumbre. El elenco debe cuidar, eso sí, el no perder las caracterizaciones al cantar o bailar. El maquillaje, la escenografía y el acompañamiento musical suman al montaje. Forever Young, en su versión nacional a cargo de Machuca, es un disfrutable musical, que bien vale la pena ser apreciado por todos aquellos que pensamos que “todo tiempo pasado fue mejor”.

Sergio Velarde
16 de agosto de 2015

martes, 4 de agosto de 2015

Crítica: TERAPIA (COMEDIA EN TRES SESIONES Y UN DIAGNÓSTICO)

Las locuras del psicoanálisis   

Trabajar una comedia teatral es acaso, uno de los esfuerzos escénicos más difíciles de concretar adecuadamente y de llevar a buen puerto. Especialmente, cuando la comedia en cuestión no solo es dramática, sino que además, coquetea con el teatro del absurdo. Algunos de estos esfuerzos no lograron cristalizarse del todo en el escenario, como en Te odio y te quiero (2012) o en Día de campoo cómo sobrevivir al mundo (2013); pero en otros sí se alcanzaron auspiciosos resultados, como en Fando y Lis (2009) o en La niña se mató, y punto (2014). Todo lo anterior viene a cuento, debido al estreno de la pieza Terapia (comedia en tres sesiones y un diagnóstico) del argentino Martin Giner, un joven dramaturgo que salpica con pinceladas del absurdo a sus comedias. La mencionada puesta en escena se llevó a cabo en la Asociación Cultural Campo Abierto, con la producción del novel colectivo Pusaq Qochas.

Un consultorio psicológico, sin diplomas en las paredes. Un doctor y su supuesto paciente. El primero, muy autosuficiente y confiado, discute a menudo con su esposa muerta; y el segundo, completamente desquiciado por un tormentoso complejo de Edipo, quiere concertar una cita con el doctor para su madre invisible. Las sesiones van sucediéndose con gran agilidad, y especialmente, con mucha hilaridad, gracias a un astuto texto que aprovecha el absurdo de toda la situación. Y las personalidades de ambos protagonistas van trastocándose conforme avanza el montaje, deslucido acaso en parte por un final que explica (innecesariamente) las razones del entuerto. Sin embargo, la dinámica de la pareja es lo suficientemente entretenida como para volver muy disfrutable el espectáculo.

Actuar y dirigir es una tarea complicada, pero afortunadamente logra salir airoso, a pesar de su juventud, Gustavo Seclén, un competente actor que llamó la atención en Medias naranjas y El dolor por tu ausencia (ambos montajes del 2012). Su paciente, a pesar de rozar peligrosamente el estereotipo, resulta carismático en escena, bien complementado por el psicoanalista que interpreta Gerson Borja (a quien vimos en Bare: expuestos). La puesta en escena es funcional, aunque  pudo haberse jugado más con la escenografía y el mismo vestuario, por ejemplo. Esta Terapia (comedia en tres sesiones y un diagnóstico) pasa la prueba con discreta dignidad, y se suma a la lista de las comedias teatrales con buenos resultados.

Sergio Velarde
04 de agosto de 2015

lunes, 3 de agosto de 2015

Crítica. LOS PERROS

El rapto de Perséfone actualizado   

La Escuela Nacional Superior de Arte Dramático viene entregándonos desde hace algún tiempo, un impecable repertorio de propuestas escénicas de diversos géneros y estilos, pero con una envidiable producción que le saca el jugo a su íntima Sala ENSAD: espectáculos tan disímiles como comedias clásicas y contemporáneas (como Los dos hidalgos de Verona o Tus amigos nunca te harían daño), dramas existenciales de autor (como La tercera persona), o entrañables biopics (como Noches de luna). En esta oportunidad, y bajo la dirección de Jorge Sarmiento, viene presentándose Los perros, de la autora mexicana Elena Garro, un contundente texto que denuncia una realidad palpable y actual: la violencia ejercida contra la mujer latinoamericana.

La trama de Los perros es bastante sencilla; es por ello que el tratamiento estético que Sarmiento le otorga a la puesta en escena llama tanto la atención. Una humilde jovencita llamada Úrsula será irremediablemente raptada, ante la sufrida mirada de su madre Manuela, quien pasó por similar trance en su momento. La autora hace entonces, una clara alusión al rapto de Perséfone (con Manuela desgranando angustiosamente las mazorcas de maíz, en clara alusión a la diosa de la agricultura Deméter), pero cambiando la estética griega de otro montaje pasado por una ambientación azteca. Esta vez, el dios Hades está representado por los perros que le dan título al montaje, que literalmente salen de los agujeros a los pies de las protagonistas. El trágico y esperado desenlace no podrá ser cambiado por la ferviente religiosidad de los personajes, que por cierto, exuda el montaje.

A destacar la actuación de Rocío Ántero-Cabrera como la madre, muy precisa en sus emociones, bien secundada por Eric Otero, como el inquietante raptor Jerónimo; y por Marcia Romero, como la ingenua muchacha Úrsula, que poco a poco va descubriendo su sexualidad. El resto del elenco complementa felizmente el montaje, destacando el trabajo corporal en conjunto de los intérpretes de los perros, que generan el caos y la tensión adecuada en cada una de sus intervenciones. Los valores de producción (escenografía, vestuario, maquillaje, luces), como ya se hace costumbre en dicho recinto, se lucen en el escenario. Acaso lo mejor de Los perros, esta nueva propuesta escénica de la ENSAD, sea el de haber conjugado todas las virtudes artísticas que ofrecen los alumnos, egresados y maestros de la misma institución educativa para beneficio de este imperdible montaje.

Sergio Velarde
03 de agosto de 2015

domingo, 28 de junio de 2015

Crítica: COMO CASTIGO POR MIS PECADOS

Nueva estocada contra el amor  

El año pasado se estrenó una comedia que supo diseccionar hábilmente las relaciones sentimentales de una manera tan certera como desenfadada, tomando como punto de partida la tirante relación existente entre madres e hijos: Las crías tienen hambre, escrita y dirigida por Alejandro Clavier, fue un contundente estreno independiente que diseccionó con maestría la agridulce historia de amor de una pareja disfuncional, gracias a la apabullante credibilidad lograda por los actores Nani Pease y Tirso Causillas. Este año, y por el contrario, la pareja protagónica en mención asume diferentes roles escénicos para arremeter nuevamente contra el tradicional concepto del amor. Y si bien es cierto, los resultados no alcanzan los mismos brillos obtenidos anteriormente, el estreno de Como castigo por mis pecados, escrito por Causillas y dirigido por Pease, es una digna y divertida exploración de lo contradictorio de nuestros sentimientos.

Si en Las crías tienen hambre nos entrometíamos dentro del íntimo departamento de una pareja dispareja, en Como castigo por mis pecados asistimos a una conferencia en la que el exitoso psicólogo especialista en autoayuda, el popular gurú del amor Ezequiel García (el mismo Causillas), presenta su libro en contra, por supuesto, del amor. Es decir, el realismo de la primera puesta en escena, contrasta con el juego artificial y absurdo de la segunda, con dos modelos actores contratados para la conferencia, Ana (Fabiola Coloma) y Juan (Ángel Valdez), dramatizando una suerte de escenas de la vida conyugal. El ritmo de la puesta en escena es sostenida en gran parte de su duración por el elenco, excepto por algunos momentos puntuales, en los que la solemnidad y la redundancia en la dramaturgia afectan la escalada de humor.

Por su parte, Causillas está intachable como el experto conferencista del anti-amor, aunque su presencia va perdiendo fuerza, conforme la pareja conformada por Coloma y Valdez va dejando de lado la sobreactuación de sus roles, para iniciar su propia historia romántica. La presencia del Loko Pérez, que tan bien acompañó los montajes de Vida de miel y El ornitorrinco, como el reemplazo del músico oficial del evento, resulta forzada por ratos fingiendo primero tardanza y luego extrañeza ante el mismo. La directora Pease realiza un encomiable trabajo de dirección, al hacerle creer al público que estamos efectivamente, asistiendo a una conferencia. Como castigo por mis pecados, estrenada en el Teatro Mocha Graña por (Nos)otros teatro, es una divertida puesta en escena que nos muestra con ironía y sarcasmo las entrañables debilidades de estar enamorado.

Sergio Velarde

28 de junio de 2015

sábado, 27 de junio de 2015

Crítica: TODAS SOMOS JULIETA

Conjurando al Bardo de Avon  

Ricardo Morante (actor, dramaturgo y director del grupo Aqualuna) no le tiembla la mano para proponer nuevas versiones de clásicos de la literatura peruana y mundial, así como presentarlos de manera poco convencional. Adaptó nuestro texto costumbrista por excelencia, El Sargento Canuto de Manuel A. Segura, para estrenarlo en tiempo de marinera limeña; y dirigió con un estilo tan “modernista” como irreverente, el drama de Esquilo, Prometeo encadenado, en medio de abundantes efectos visuales y sonoros, cambiando las cadenas por telas. Este año, rinde homenaje a William Shakespeare, con su particular estilo. Todas somos Julieta, presentándose actualmente en el Teatro Auditorio Miraflores, nos muestra la influencia del Bardo en el universo femenino contemporáneo.

La puesta en escena se deja ver por su sencillez y a la vez, por la ingenuidad que destilan sus protagonistas. Cinco amigas se reúnen en casa de una de ellas, luego de cuatro años sin verse. Un inocente juego del Tarot revela que una de ellas quiere terminar con su vida, mientras aparece en las cartas el nombre de Julieta. Este trágico personaje shakespeariano parece ser el punto en común que tienen las chicas. Para averiguar quién sería la posible suicida, cada una tendrá su momento para contar algún difícil momento de su vida sentimental, mientras leen el libreto de “Romeo y Julieta”, que trae una de ellas. Si bien el misterio se resuelve acaso, de una manera un tanto forzada, queda claro el inmenso legado del Bardo en nuestras vidas.

Con una escenografía sencilla, y sacándole el jugo a las luces con las que cuenta el teatro, la figura de Julieta se percibe en el ambiente, así como atisbos de otros personajes de otras obras capitales del autor como Sueño de una noche de verano, El mercader de Venecia, Otelo y La fierecilla domada. Acaso, el mayor mérito de las actrices Katherina Sánchez, Inés Sadovnic, Patricia Moncada, Sofía Muñoz y Zadith Prada sea el de haber logrado conjurar en varios momentos al indispensable espíritu de Shakespeare sobre el escenario. Todas somos Julieta, decimonoveno montaje del colectivo Aqualuna, es un discreto e interesante ejercicio teatral, muy fiel al estilo del experimentado director Ricardo Morante.

Sergio Velarde
27 de junio de 2015

domingo, 14 de junio de 2015

Crítica: ANA, EL MAGO Y EL APRENDIZ

Las ilusiones convirtiéndose en realidad   

La Vale Asociación Cultural está (adrede o no, da lo mismo) especializándose en llevar a escena textos del notable dramaturgo Arístides Vargas, tomándole la posta muy a su estilo, a Panparamayo Teatro. Luego de la curiosa La República Análoga y la soberbia La edad de la ciruela, llegó al Teatro El Olivar de San Isidro Ana, el mago y el aprendiz, bajo la dirección de Michael Joan. Y si bien, tanto en el título como en los vestuarios de las fotos promocionales, podría sospecharse de una puesta en escena dirigida para el público infantil, la obra se mueve en el borde de un mundo real maravilloso, lleno de ficción y fantasía, pero con temas muy adultos y muy reales (además de muy propios del universo de Arístides) como la soledad, el olvido y la esperanza.

La anécdota es muy sencilla: el mago Sotolongo y su aprendiz Luis llegan a una estación abandonada; ellos han recorrido muchos lugares estafando a personas a cambio de supuestos actos de magia y prestidigitación, y en aquel lugar encuentran a Ana, una triste señora que busca infructuosamente a su esposo, desaparecido hace tiempo sin explicación alguna. El tratamiento estético que le brinda el director a la obra es austero en escena (las maletas con sus contenidos del mago y del aprendiz conforman la escenografía), pero es la dirección de actores la que permite que los ingeniosos diálogos se luzcan, con las misteriosas y simbólicas palabras de Arístides que dicen tanto en tan pocas líneas. El notable final, con la esquiva ilusión haciéndose realidad, redondea la buena labor de Joan y su competente elenco.

Tratándose de una obra en la que las acciones de los personajes no son en realidad, lo trascendente, la palabra de Arístides debía ser interpretada correctamente por los actores, para que el espectador pueda captar todo su lirismo. En ese sentido, y como ya se hace costumbre, debe destacarse el excelente trabajo de Pietro Sibille en el rol protagónico: su mago Sotolongo es enérgico y carismático, envolviéndonos en su farsa por completo. Por su parte, Kareen Spano aporta gran dignidad al sufrido rol de Ana; y Claudia del Águila, en esforzada actuación, le da la réplica justa a Sibille como el joven aprendiz Luis. El director Michael Joan consigue con Ana, el mago y el aprendiz un sólido montaje que le hace justicia al notable Arístides, sin duda, uno de los mejores dramaturgos de Latinoamérica.

Sergio Velarde
14 de junio de 2015

lunes, 8 de junio de 2015

Crítica: LA DIETA ETERNA

Pastillas de por vida contra trastorno bipolar  

Una breve reposición tuvo hace algunas semanas la obra La Dieta Eterna, escrita y dirigida por Gabriel Rossel, que tuvo un singular éxito el año pasado en el Teatro Mocha Graña. Esta vez, en el Centro Cultural Ricardo Palma y con parte del elenco renovado, la pieza producida por La Pera Escénica mostró sus evidentes aciertos a un nuevo público, pero también dejó relucir algunos puntos por mejorar en cuanto a dramaturgia y dirección, sin empañar demasiado las virtudes del producto final. La historia se centra  en Zeta (Henry Sotomayor, a quien vimos hace poco en excelente forma en Los dos hidalgos de Verona), un joven estudiante de leyes aquejado por un trastorno bipolar, a punto de cometer suicidio. Una vez iniciada la función, los espectadores entramos dentro de su mente para conocer a su familia y amigos, y así descubrir los motivos de su fuerte depresión.

Mientras que los aciertos de la música en vivo de Rodrigo Morales, el diseño escenográfico y de vestuario suman para entender el universo de Zeta durante toda la primera parte de la puesta en escena, esta misma pierde el rumbo una vez que el joven descubre que su novia ha sido (supuestamente) ultrajada por el propio hermano del joven. Toda esta secuencia, llena de suspenso y de genuina ambigüedad por ambas partes, nos hace olvidar todos los problemas que enfrentaba Zeta debido a su bipolaridad. En suma, pareciera que nos topamos con una nueva obra dentro de otra, y ambas interesantes. También se nota que algunos personajes (como la devota madre de Zeta o como el profesor universitario) caen en el grueso estereotipo, pero que felizmente generan una adecuada atmósfera de locura con sus participaciones.

Por su parte, el elenco se encuentra a la altura de las circunstancias, con un enérgico Sotomayor en pleno “tour de force”, aunque con algunos contados desbordes a lo largo de la puesta. Acompañan con bastante corrección Airam Galliani, Ernesto Ballardo, Salomé Reyes, Gian Morales y un  particularmente inspirado Sergio Cano. A destacar el trabajo del joven dramaturgo y director Gabriel Rossel, que llevó a escena una entretenida y arriesgada pieza, pero que al pretender abarcar múltiples problemáticas a través de sus personajes, pierde la brújula por momentos. La Dieta Eterna, que hace referencia a la ración de pastillas que debe tomar Zeta de por vida, es un loable proyecto teatral que no hace otra cosa que generar expectativa hacia el nuevo trabajo escénico de este joven artista.

Sergio Velarde
08 de junio de 2015