lunes, 22 de marzo de 2021

Crítica: PADRE NUESTRO


¡Dios mío!

El problema de la estupidez tiene el mismo valor metafísico que el problema del mal, o incluso más; porque podemos llegar a pensar (gnósticamente) que el mal reside como posibilidad olvidada en el seno mismo de la divinidad; pero la divinidad no puede albergar o concebir la estupidez, y, por lo tanto, la mera presencia de los estúpidos en el cosmos podría ser el testimonio de la muerte de Dios.

Umberto Eco

Teatro en el Perú, en definición de Marco Antonio Huachaca, su creador, no solo es una productora de espectáculos teatrales, sino también es una plataforma de integración escénica cuyo objetivo es reunir a dramaturgos, actores y directores con el fin de montar obras de teatro en nuestro medio. Es así como, a partir de una convocatoria de textos dramatúrgicos, elige el de Juan Carlos Delgado para montar Padre Nuestro, una comedia para una plataforma virtual, dirigida por el mismo Huachaca, quien también actúa junto a Lady Galloso y André Moyo.

Padre Nuestro es una historia escrita en clave de comedia, con personajes que lindan con estereotipos. Daniela (Galloso) y Fernando (Huachaca), una pareja de casados, atraviesan un proceso de separación debido a una crisis marital y buscan la asesoría del Padre Martín (Moyo), un sacerdote, quien debe ayudar a la pareja a superar esta crisis. A esta se suma otra crisis, la sanitaria, que obliga a la pareja y al sacerdote a reunirse a través de una videollamada. El espectador asiste, pues, a una de tantas reuniones que la pareja y el sacerdote ya han sostenido, todas ellas aparentemente infructuosas. Siendo esta la premisa principal, lo lógico en esta historia sería que el sacerdote trabaje en función de lo que se hubiera avanzado antes, o que al menos propusiera ejercicios a la pareja que resultaran más novedosos o radicales. Pero no sucede así. Quien viera la obra sin que en ella se mencionara la premisa anterior, pensaría que esta es la primera o segunda reunión de la pareja con el sacerdote. Los diálogos, reflexiones y ejercicios que el texto propone abundan en la mera superficialidad y en lugares comunes. No es de extrañar que Daniela y Fernando no muestren progresos en esta especie de “terapia de pareja”. Este importante detalle merma la credibilidad de la historia de Delgado. Y, como veremos más adelante, no es el único que genera este efecto.

El punto fuerte de este montaje radica en la capacidad actoral de sus ejecutantes y la gran química que parece haber entre ellos. Esto es especialmente patente en Galloso y Huachaca, quienes ya han trabajado juntos antes en el notable montaje Secuestro. La interacción entre sus personajes, en especial durante los primeros minutos de la obra, nos habla de una interesante complicidad actoral y un buen manejo de humor. El estereotipo de la pareja en crisis ha sido manejado con fluidez y organicidad, sin caer en la exageración desmedida, salvo en uno que otro gag o situación un tanto gratuita (por ejemplo, Fernando miccionando en plena videollamada). Moyo, que se integró a esta dupla para este montaje, parece congeniar bien con sus compañeros de escena y, como en el caso anterior, su personaje establece una dinámica bastante fluida con Galloso y Huachaca. Nos queda claro que los tres se han divertido, y mucho, haciendo esta obra.

Según nos cuentan el director y los propios actores, el proceso creativo durante los ensayos fue especialmente prolífico. Por lo menos en dos entrevistas, ellos mismos comentan que fue tal el grado de complicidad alcanzado por el trío, que se dieron la licencia de improvisar sobre el texto de Delgado (asumimos que con su anuencia) y hasta de añadir un personaje omnipresente. Sería interesante contrastar el texto original con la versión final de este montaje, a fin de ver cuánto de lo que hemos visto está presente en el texto, y cuánto es cosecha del trabajo de exploración de los actores y del director. Especialmente de este, quien tiene la responsabilidad de decidir qué queda y qué no en el montaje. Decimos que sería interesante hacer esta comparación porque el producto final nos genera una importante dosis de desconcierto. Podemos entender que el Padre Martín, el personaje que interpreta Moyo, parezca un sacerdote católico y que le rinda culto a una deidad a la que llama “Papi” o “El Papi”. Podemos entender que se comunique con esta deidad a través una estampa bíblica que funge de micrófono, con la misma fluidez con la que Oda Mae Brown, la desopilante médium de Ghost, se comunicaba con el fantasma de Sam. Podemos entender que el Padre Martín pretenda un candor que raya en lo bobalicón, y que Daniela y Fernando se lo crean (o pretendan creerlo). Pero lo que nos genera perplejidad es que el Padre Martín haga tan evidente que le oculta algo a ambos personajes, y este algo que oculta sea tan obvio, que uno ya no se pregunta qué secreto es este, o cuándo nos enteraremos de él. No. Uno se pregunta cómo es que Daniela y Fernando no se han dado cuenta aún. Por supuesto, cuando los secretos se revelan (incluso el del final) ya no nos sorprenden en lo absoluto. Habida cuenta de que los actores y el director son personas con luces y talento artístico, no se puede aducir que esto es un defecto en el montaje. Por el contrario, lo que hemos visto aquí parece haber sido puesto ex profeso.

Padre nuestro puede ser interpretada como una comedia sin grandes pretensiones, más allá de divertir a su público a través del gag y de la sorpresa que generan los secretos de sus personajes. Sin embargo, puede ostentar también el humor del desconcierto, mostrándonos la perversidad que evidencia la estupidez y la ceguera ajena, incapaz de ver la verdad que se le planta, cuan obvia es, en las propias narices. El guiño malicioso del pérfido sacerdote es la confirmación de que, efectivamente, Dios ha muerto, y en su lugar ha quedado “Papi”, el dios de los estúpidos.

David Huamán

22 de marzo de 2021

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