martes, 31 de octubre de 2017

Crítica: CIUDAD CUALQUIERA

El caos dentro

Personas que se buscan para aliviarse o verbalizar su crisis a raíz de una depresión activa, movilizadora, urgida de desahogo. Ciudad cualquiera habla de la liberación y evidencia los intentos desesperados por conseguirla.

A pesar de la temática, el tratamiento no repara en una historia fúnebre, sino una puesta encendida y lúdica, con chispazos melancólicos. Ante un hilo dramático denso aparece otro cargado de gags que generan contraste y rompen la emoción precedente. En ese vaivén el desarrollo pierde equilibrio, debido a que algunos personajes se convierten en elementos distractores y se apartan de ser entendidos como personas con un conflicto.

En este sentido, la interpretación es irregular. Por su parte, Marcello Rivera y Vanessa Vizcarra se encargan de construir personajes tangibles, que nacen a partir de detalles significativos como un ligero cambio de voz o energía, particularidades muy concretas que les permiten atravesar el ejercicio del cambio circunstancial en forma fluida.

Por otro lado, Giovanni Arce y Andrea Luna se encasillan en la construcción de caricaturas que uno identifica fácilmente, pero en este caso, dificultan la conexión e identificación con la línea dramática de sus caracteres.  Finalmente, Oscar Meza practica ambas construcciones. Esta combinación de tonos impide la armonía global de la puesta y acalla sensaciones que podrían liberarse sinceramente, incluso dentro de aquellos personajes que se consideran cómicos, o con mayor histrionismo.

La escenografía plantea lo indefinido, la generalidad, lo cualquiera y su presencia enmarca con fuerza este mundo imaginario. Adquiere mayor protagonismo en cuanto se juega con la altura, el riesgo, la espacialidad entre los personajes y el imaginario que estos construyen a partir de la nada. Los actores le dan valoración al vacío que tienen alrededor y abren campo a nuevas convenciones que parten del puro imaginario. La utilería, por su parte, funciona como pequeños puntos de color y forma que definen a la diversidad de caracteres que pisan el escenario y adquiere mayor complejidad cuando entre el elenco intercambian personajes.

Ciudad cualquiera tiene en su final la virtud de conmover, demuestra que cuando se carga el escenario de sinceridad las escenas crecen, el caos libera y el lenguaje se expande. Por otra parte, cuando no, el escenario se aparta y las sensaciones quedan truncas.

Bryan Urrunaga
31 de octubre de 2017

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