sábado, 8 de febrero de 2020

Crítica: VÓLEY


Imposibilidad constante del amor

Las vacaciones de verano, un contexto perfecto para un viaje entre amigos. Este es precisamente el escenario de Vóley, dirigida por Aldo Miyashiro, una obra que cuenta la historia de un grupo de chicos y chicas en una casa alejada de la ciudad, donde se terminarán por desatar y exponer sus sentimientos e inseguridades. Los personajes representan el sentir juvenil y todos los líos que implican pasar a la adultez.

El montaje nos propone espacialmente el interior de una casa en el escenario. Se usaron los corredores correspondientes a las butacas para crear la convención de estar en los alrededores del lugar donde se hospedaban. Este recurso fue certero, pues provocaba la sensación de cercanía entre el público y lo que los personajes estaban pasando. La solución del diseño escenográfico fue precisa para poder aprovechar lo que sucedía en cada espacio de la casa: ocurrían escenas en todas las habitaciones, lo que provocaba en el espectador la sensación de ser testigo íntimo de lo que acontecía en dos habitaciones distintas a la vez.

El trabajo del texto por parte de los actores tuvo una apropiación particular. Esto fue apoyado con el hecho de que se trataba de un lenguaje extremadamente honesto y sin censuras. Esta cercanía del lenguaje provocaba empatía directamente con el público, por lo que había mucha interacción entre lo sucedido en escena y los asistentes a la función. Sin embargo, hizo falta un poco más de manejo en las pausas realizadas por los actores cuando el público reía bastante fuerte. Es necesario esperar a que la bulla de las risas pare, para poder continuar la obra; si no es así, se pueden dejar de oír textos importantes para la obra.

Vóley provoca mucha empatía debido a la temática que engloba: la muy de moda incompetencia para mantener una relación adulta. Habla de temas muy actuales, sin necesidad de llegar a estereotipos didácticos. El lenguaje que encierra la obra, además de los sucesos que pasan los personajes, provocan empatía desde el primer momento. Este tipo de vínculo entre la obra representada y el público le da más dinamismo a las puestas en escena.

El espectador no solo va a ver una obra en otra convención, sino que tiene la posibilidad de verse a sí mismo y, por qué no, burlarse de una situación parecida a la suya. Ese tipo de relación vuelve más cercano al teatro: a eso debemos apuntar desde las artes escénicas en general.

Stefany Olivos
8 de febrero de 2020

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