lunes, 8 de julio de 2019

Crítica: CAMASCA


Lenguaje escénico de la lentitud

Función 7/7/2019

Camasca es una obra ganadora del Concurso de Dramaturgia Peruana “Ponemos tu obra en escena” 2018 del Británico, escrita por Rafael Dummet y dirigida por Daniel Goldman. Interesante trabajo de investigación de una parte de nuestra historia llevada a la dramaturgia por Dummet, muy parecida a la trama de lo que pasa en nuestros días en las esferas de poder, donde todo es manipulable.

Una rampa interviene la zona de butacas, rompiendo y reestructurando el espacio escénico y aparecen los actantes para dar indicaciones previas y entrelazarlo con el inicio del montaje de manera instructiva-lúdica para el público y “oraculesca” para ver quién asumirá el rol actoral en la función.

Una propuesta estética escénica muy interesante: una huaca metaforizada como una enorme imagen poligonal regular de piedra nos asombra con su presencia, teniendo una entrada como si fuera la boca de un Apu. Una caída de agua para la purificación del sacerdote y piedras en la superficial principal de la huaca, provocando una sonoridad en cada pisada de los actores.

La caída de agua no fue usada al máximo, tanto en su sonoridad como en su (de)forma, el solo interponer la mano por parte del curaca de manera cotidiana no le daba esa ritualidad de purificación y sacralidad que textos previos. Se alude a la importancia del “Yaku” (agua) como tributo para el oráculo. De la misma forma, la imagen principal de la huaca, especialmente cuando la hacen hablar, esa representación cósmica del agua transformándose en sangre, se desdibuja, porque en el cambio de escena, los tramoyistas y la iluminación en contraluz exponen una imagen impresionante y ciclopesca de la huaca, convirtiéndola en un momento cotidiano dentro de un hecho escénico, anulando su hermosa teatralidad. El fondo de la caja negra del teatro trasluce los ladrillos y estéticamente resta credibilidad a la huaca, esto mereció un tratamiento para incluirlo dentro de la propuesta de la estructura religiosa.

La yuxtaposición de los vestuarios es un lenguaje interesante, vemos como la cromática y las texturas dejan de lado el tiempo para recrear uno nuevo. Chávez usa un traje ejecutivo, en plateado con partes en rombo característicos de los bufones del teatro shakesperiano y Atahualpa, vestido en oro, el metal solo para la realeza. Por la parte de los que cuidan la huaca, se mantiene el estilo característico.

Irene Eyzaguirre, una vez más, nos conmueve con su rol actancial, su organicidad escénica en cada detalle, en la canción, hace como si un reflector la siguiera por todo el espacio escénico, su voz retumba más que el efecto sonoro de trueno. Anaí Padilla sigue creciendo en escena, su caracterización convence. Verony Centeno refresca lo cargado de las escenas, es el bufón del curaca, su símil es Chávez, que no logra convencer. Morón, el sacerdote, compone un buen personaje, pero decae en la escena de la muerte de Eyzaguirre y también en el canibalismo. Rivera pasó desapercibido en escena, su voz ahogante no contribuyó a componer al inca Atahualpa.

Una propuesta lenta, cito tres momentos top de lentitud: las dos veces que el curaca se asea y que luego es secado, el lanzamiento de piedra con la honda sin energía (esta arma de guerra debe emitir un fuerte silbido previo al lanzamiento y el actor no lo logra) y el momento que se come el corazón; esos hechos escénicos hacen que Camasca caiga en un letargo, pero con la asertividad del personaje de Centeno, se alivia esa lentitud. Un final deslucido e inentendible cierra el telón.

Corrupción, poder mal obtenido, ambición, manipulación con la religiosidad, entre otras cosas que en Camasca están presentes y también en nuestros días, aún arrastramos problemas de identidad, de nación bañada por la corrupción; en realidad, no sabemos quiénes somos ni a dónde nos dirigimos estando a punto de llegar al bicentenario.

Dra. Fer Flores
8 de julio de 2019

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