domingo, 23 de noviembre de 2025

Crítica: MARGARITAS, OFRENDA DE AMOR


Un viaje íntimo hacia las raíces 

Cuando un artista comparte su historia sobre el escenario, su búsqueda personal trasciende al colectivo que lo atestigua, ocurriendo un intercambio poderoso de vivencias que el arte del teatro logra representar de manera única. Margaritas, ofrenda de amor es el unipersonal escrito e interpretado por la actriz Sonia Franco, bajo la dirección de Fernando Fernández, que tuvo lugar en Kasa Kambalache (Barranco), un espacio acogedor e ideal para este espectáculo íntimo, que aborda el amor, la reconciliación con los ancestros, la gratitud y la esperanza. 

La puesta se compone de elementos, como ovillos de lana, ropa, una silla, flores, fotografías, y artículos que la actriz va incorporando a medida que la acción lo requiere; sin duda, el simbolismo está presente en cada detalle. Así, la memoria, los afectos y la herencia se entrelazan en una entrega casi poética y solitaria de la intérprete, quien revive, habita e invoca a su pasado, a través de una narración potente, dando vida a sus antecesores, secundada por un interesante trabajo corporal y vocal. Al evocar a sus bisabuelos, abuelos y padres, la protagonista se enfrenta a un proceso de reconexión con sus vínculos familiares, que contrastan entre sí, pues el dolor y la felicidad se suceden como un rompecabezas de emociones, que no dejan indiferente al espectador.   

La narrativa nos lleva por un recorrido que va desvelando diversos momentos y experiencia de los ancestros de Franco, quienes siguen presentes en sus gestos y palabras. Por otro lado, la música es un elemento clave del proceso escénico, mezclando ritmos como el bolero antiguo, la melancolía del tango y los poderosos sonidos de nuestra sierra; así como versiones más contemporáneas en la voz de Natalia Lafourcade, creando un paisaje sonoro y visual que refuerza la atmósfera de la historia, acompañada por el juego de luces. Los cambios de vestuario y la performance que realiza la actriz, convierten su cuerpo en un vehículo para habitar los recuerdos y la voz de quienes ya no están. En su interpretación, se reflejan la fragilidad y la fuerza de sus lazos familiares, invitándonos a reflexionar sobre cómo nuestros antepasados son parte de nosotros y cómo, a través de ellos, encontramos respuestas a nuestras preguntas existenciales.  

Un momento particularmente conmovedor de la obra es cuando la actriz lleva a cabo un rito en el escenario, donde fotografías y velas se disponen sobre los coloridos tejidos. Este acto, cargado de solemnidad y respeto, simboliza el homenaje a los antepasados, una rendición de cuentas que va más allá de la simple rememoración. Es un rito de reconocimiento y gratitud, que evoca a los que han partido, pero cuya esencia permanece viva en ella.

Margaritas, ofrenda de amor no es solo una creación escénica, es también una declaración de resiliencia y una oportunidad para sanar el linaje. El testimonio de Franco nos muestra que el pasado se reinventa constantemente en nuestras vidas, aportando su luz y su sombra. De este modo, la puesta se transforma en un ritual de la memoria, permitiéndonos reconectar con nuestra esencia, mediante una experiencia sensorial y emocional que supone un homenaje sentido a las raíces que nos componen como humanos.

Maria Cristina Mory Cárdenas

23 de noviembre de 2025

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