jueves, 24 de febrero de 2022

Crítica: VIVE


Polémica identidad

“Y tú me dices que sufres y yo sé que es verdad
Pero por favor cuéntame una historia nueva
Y con algún final original.”

Cuéntame una historia original, Los Prisioneros.

Después de la nominada Hijos de la guerra en el 2020, el colectivo Cuerpos del Abismo regresa a la presencialidad junto al colectivo Puentes Cultural con la obra Vive, ópera prima del joven actor y ahora dramaturgo Duilio Dall’Orto, en el Nuevo Teatro Julieta, bajo la dirección de Diego La Hoz y el trabajo actoral del mismo dramaturgo, así como de Marianne Carassa, Jorge Guerra, Jorge Luis Pérez, Raúl Saco, Pedro Sessarego, Matías Spitzer y Dánika Tagle. Vive es una historia de búsqueda personal encapsulada en una historia de amor: Enzo, el protagonista, está enamorado de Tomás y vive su relación a escondidas de las personas que lo rodean. Su madre, que nunca supo de su relación, pero quizás la adivinaba, ha fallecido hace muy poco. El muchacho vive en la casa de la conservadora familia materna en la que también está su padre, un hombre de modales rudos y hasta intimidantes que, a su manera, ama a su hijo y trata de averiguar qué es lo que sucede con él. Esta historia se desarrolla a lo largo de seis meses en los que Enzo, egresado de la carrera de Arquitectura, se avoca a escribir y sustentar su tesis de grado.

Siempre es una buena noticia que el texto de un dramaturgo joven vea la luz en los escenarios locales. También lo es que lo acompañe un equipo comprometido desde la producción, la dirección y el cuerpo actoral. Por tanto, lo menos que podemos hacer desde este medio es analizar el resultado final con la misma seriedad y compromiso. Así, lo primero que hay que decir sobre el texto de Dall’Orto es que dista de ser, como se lee en la sinopsis de la nota de prensa, una polémica obra sobre la comunidad LGTBIQ. Podría haberlo sido si se hubiera escrito hace 30 años, cuando la dramaturgia local empezó a abordar esta temática de manera más notoria. Este texto nos remite a esquemas sociales de la Lima de entonces. El uso de referencias del año 2021 nos confirma que se trata de una obra escrita muy recientemente, pero que retrata a una sociedad de casi a fines del siglo XX. Quizás lo que nos genere esta impresión es el singular candor con el que Dall’Orto nos cuenta esta historia. La mayoría de personajes juveniles exhiben una ingenuidad tal que no parecen haber sido curtidos por los rigores de una carrera universitaria y la experiencia de vida que en ella se acopia. Más que adultos jóvenes de veintipocos, los personajes de la obra nos recuerdan a un grupo de adolescentes que acaban de terminar la etapa escolar y comienzan a florecer a la adultez con DNI en mano. Estas características podrían entenderse en Enzo, el protagonista, que vive reprimido por el entorno familiar. Pero llama la atención, por ejemplo, que Tomás, de lejos más experimentado, tenga un episodio de celos después de la escena en casa de Gabriel, o que Camila sea incapaz de decir la palabra “sexo” en voz alta, o que Sandra, que parece tener una vida sexual plena, hable de sexo con el disfuerzo de quien habla de una travesura o con la novedad de lo que se ha descubierto hace unos pocos meses. En este aspecto, la excepción parece ser Gabriel, un personaje que hace gala de un cinismo refrescante pero que se emplea para ejercer un rol discursivo en la trama. Podría decirse, claro, que en la realidad hay individuos que son como los personajes que la obra busca retratar. De ser así, es curioso que se hayan juntado todos en un grupo de amigos. Fuera de esta ingenuidad, no se percibe mayor profundidad en los personajes, salvo en el protagonista. La historia de Enzo es la de un personaje tridimensional que vive e interactúa con un fondo de personajes bidimensionales, casi estereotipos. El caso más extremo es el del amigo de Gabriel, cuya existencia se justifica para informarnos que Tomás tiene un pasado y para que haya cuatro y no tres personas en una habitación. El transcurso del tiempo, o la percepción del mismo, es bastante particular. Se mezclan situaciones que suceden en el lapso de meses, pero que se manejan como si hubieran sucedido de un momento a otro, con otras que ocurren como parte de la trama, pero sin la concurrencia del espectador, quien tiene que llenar los espacios vacíos asumiendo que algo sucedió en el ínterin.

En cuanto al trabajo actoral, los actores jóvenes tienden a “botar” el texto de manera poco articulada y, en ocasiones, hasta recitada. Esto merma la acción de sus personajes y nos distrae de la historia que están interpretando. Honrosa excepción encontramos en el trabajo de Jorge Guerra, cuya capacidad suma de manera favorable a la de Tomás, el segundo personaje con más sustancia en la obra. También destacan por su trabajo de texto las actrices Marianne Carassa y Danika Tagle, aunque esta última parece haber tomado decisiones (avaladas por la dirección) que refuerzan la inverosimilitud de su personaje, ya referida líneas arriba. En el caso de Pedro Sessarego, si bien hay un correcto manejo de texto, vemos que la agresividad con la que ha dotado a su personaje (el padre) tiende a la furia y a una actitud “mechadora” como estrategias de intimidación, sin recurrir a tantas otras que podría haber usado desde su posición de poder como padre y como hombre mayor y más curtido. Se agradece la integración en su trabajo de gestos físicos de cariño con el personaje de Enzo. Esto aleja en algo a su personaje del estereotipo del padre intimidante que da miedo y que no es nada más.

La producción y la dirección se han esmerado en cuidar los detalles artísticos en todo momento. El uso de colores y estilo en el afiche de la obra y en el material de difusión (incluido un hermoso trailer de calidad cinematográfica) son los mismos que se han empleado en el montaje de la obra. La escenografía es sencilla y funcional. Poliedros modulares huecos de distintos tamaños, estructurados con aristas y algunos de sus planos, se acomodan en cada escena para construir el mobiliario. En el foro, hay dos burros de ropa con el vestuario para los actores, quienes se cambian entre escenas y esperan para entrar a ellas sentados en bancas laterales, sin salir nunca del escenario. El trabajo de iluminación, idéntico al del afiche, acompaña bien la obra, armonizando con la atmósfera de escenas como las de la casa de Gabriel o el sueño de Enzo. Lo mismo sucede con la música y las máquinas de humo. El uso que hace la dirección de todos estos recursos, aunque en general es bastante correcto y funcional, por momentos es errático al proponer algunas interacciones esporádicas de los personajes con el mobiliario, que no se llegan a integrar al lenguaje de la obra. Por ejemplo, entrar dentro de un módulo y salir segundos después mientras otro personaje habla, o gatear por dentro de los módulos. La parte final en la escena en casa de Gabriel hace un esmerado uso de estos recursos, pero decae ante el muy básico trabajo de movimiento del único actor que se mueve. Nadie espera ver un número de danza contemporánea, pero sí un despliegue corporal que esté a la altura de la escenografía propuesta. De lejos, la escena mejor lograda artísticamente es la del sueño de Enzo. En ella, confluyen con efectividad el texto de la obra, el trabajo actoral del conjunto y el de movimiento corporal, y el ambiente generado por el mobiliario, las luces y el sonido. Este pasaje onírico muestra simultáneamente la sensación de encierro de Enzo, a merced de sus demonios internos, y la absoluta libertad de La Hoz para llevar la escena hasta los extremos.

Vive es una gesta personal y artística que, como se indica en su sinopsis, “celebra la libertad de ser uno mismo y reflexiona sobre el riesgo de serlo en una sociedad conservadora como la nuestra”. Es bueno que haya llegado a nuestros escenarios, tan bien acompañada como lo ha estado. No compartimos la idea de que sea polémica, como también se autodefine. Aunque quizás sí lo sea para sus creadores. Quizás lo polémico del mensaje que se nos quiere hacer llegar sea que, a diferencia de otras sociedades, la nuestra no ha avanzado un ápice en los últimos 30 años. Quizás. Que sea el público quien lo cavile.

David Huamán

24 de febrero de 2022

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