Polémica identidad
Cuéntame una historia original, Los Prisioneros.
Después de la nominada Hijos de la guerra en el 2020, el colectivo Cuerpos del Abismo
regresa a la presencialidad junto al colectivo Puentes Cultural con la obra Vive, ópera prima del joven actor y
ahora dramaturgo Duilio Dall’Orto, en el Nuevo Teatro Julieta, bajo la
dirección de Diego La Hoz y el trabajo actoral del mismo dramaturgo, así como
de Marianne Carassa, Jorge Guerra, Jorge Luis Pérez, Raúl Saco, Pedro Sessarego,
Matías Spitzer y Dánika Tagle. Vive
es una historia de búsqueda personal encapsulada en una historia de amor: Enzo,
el protagonista, está enamorado de Tomás y vive su relación a escondidas de las
personas que lo rodean. Su madre, que nunca supo de su relación, pero quizás la
adivinaba, ha fallecido hace muy poco. El muchacho vive en la casa de la conservadora
familia materna en la que también está su padre, un hombre de modales rudos y
hasta intimidantes que, a su manera, ama a su hijo y trata de averiguar qué es
lo que sucede con él. Esta historia se desarrolla a lo largo de seis meses en
los que Enzo, egresado de la carrera de Arquitectura, se avoca a escribir y
sustentar su tesis de grado.
Siempre es una buena
noticia que el texto de un dramaturgo joven vea la luz en los escenarios
locales. También lo es que lo acompañe un equipo comprometido desde la
producción, la dirección y el cuerpo actoral. Por tanto, lo menos que podemos
hacer desde este medio es analizar el resultado final con la misma seriedad y
compromiso. Así, lo primero que hay que decir sobre el texto de Dall’Orto es
que dista de ser, como se lee en la sinopsis de la nota de prensa, una polémica obra sobre la comunidad LGTBIQ.
Podría haberlo sido si se hubiera escrito hace 30 años, cuando la dramaturgia
local empezó a abordar esta temática de manera más notoria. Este texto nos
remite a esquemas sociales de la Lima de entonces. El uso de referencias del
año 2021 nos confirma que se trata de una obra escrita muy recientemente, pero
que retrata a una sociedad de casi a fines del siglo XX. Quizás lo que nos
genere esta impresión es el singular candor con el que Dall’Orto nos cuenta
esta historia. La mayoría de personajes juveniles exhiben una ingenuidad tal
que no parecen haber sido curtidos por los rigores de una carrera universitaria
y la experiencia de vida que en ella se acopia. Más que adultos jóvenes de
veintipocos, los personajes de la obra nos recuerdan a un grupo de adolescentes
que acaban de terminar la etapa escolar y comienzan a florecer a la adultez con
DNI en mano. Estas características podrían entenderse en Enzo, el protagonista,
que vive reprimido por el entorno familiar. Pero llama la atención, por
ejemplo, que Tomás, de lejos más experimentado, tenga un episodio de celos
después de la escena en casa de Gabriel, o que Camila sea incapaz de decir la
palabra “sexo” en voz alta, o que Sandra, que parece tener una vida sexual
plena, hable de sexo con el disfuerzo de quien habla de una travesura o con la
novedad de lo que se ha descubierto hace unos pocos meses. En este aspecto, la
excepción parece ser Gabriel, un personaje que hace gala de un cinismo
refrescante pero que se emplea para ejercer un rol discursivo en la trama. Podría
decirse, claro, que en la realidad hay individuos que son como los personajes
que la obra busca retratar. De ser así, es curioso que se hayan juntado todos
en un grupo de amigos. Fuera de esta ingenuidad, no se percibe mayor
profundidad en los personajes, salvo en el protagonista. La historia de Enzo es
la de un personaje tridimensional que vive e interactúa con un fondo de
personajes bidimensionales, casi estereotipos. El caso más extremo es el del
amigo de Gabriel, cuya existencia se justifica para informarnos que Tomás tiene
un pasado y para que haya cuatro y no tres personas en una habitación. El
transcurso del tiempo, o la percepción del mismo, es bastante particular. Se
mezclan situaciones que suceden en el lapso de meses, pero que se manejan como
si hubieran sucedido de un momento a otro, con otras que ocurren como parte de
la trama, pero sin la concurrencia del espectador, quien tiene que llenar los
espacios vacíos asumiendo que algo sucedió en el ínterin.
En cuanto al trabajo
actoral, los actores jóvenes tienden a “botar” el texto de manera poco articulada
y, en ocasiones, hasta recitada. Esto merma la acción de sus personajes y nos
distrae de la historia que están interpretando. Honrosa excepción encontramos
en el trabajo de Jorge Guerra, cuya capacidad suma de manera favorable a la de
Tomás, el segundo personaje con más sustancia en la obra. También destacan por
su trabajo de texto las actrices Marianne Carassa y Danika Tagle, aunque esta
última parece haber tomado decisiones (avaladas por la dirección) que refuerzan
la inverosimilitud de su personaje, ya referida líneas arriba. En el caso de
Pedro Sessarego, si bien hay un correcto manejo de texto, vemos que la agresividad
con la que ha dotado a su personaje (el padre) tiende a la furia y a una
actitud “mechadora” como estrategias de intimidación, sin recurrir a tantas
otras que podría haber usado desde su posición de poder como padre y como
hombre mayor y más curtido. Se agradece la integración en su trabajo de gestos
físicos de cariño con el personaje de Enzo. Esto aleja en algo a su personaje
del estereotipo del padre intimidante que da miedo y que no es nada más.
La producción y la
dirección se han esmerado en cuidar los detalles artísticos en todo momento. El
uso de colores y estilo en el afiche de la obra y en el material de difusión
(incluido un hermoso trailer de calidad cinematográfica) son los mismos que se
han empleado en el montaje de la obra. La escenografía es sencilla y funcional.
Poliedros modulares huecos de distintos tamaños, estructurados con aristas y
algunos de sus planos, se acomodan en cada escena para construir el mobiliario.
En el foro, hay dos burros de ropa con el vestuario para los actores, quienes
se cambian entre escenas y esperan para entrar a ellas sentados en bancas
laterales, sin salir nunca del escenario. El trabajo de iluminación, idéntico
al del afiche, acompaña bien la obra, armonizando con la atmósfera de escenas
como las de la casa de Gabriel o el sueño de Enzo. Lo mismo sucede con la
música y las máquinas de humo. El uso que hace la dirección de todos estos
recursos, aunque en general es bastante correcto y funcional, por momentos es
errático al proponer algunas interacciones esporádicas de los personajes con el
mobiliario, que no se llegan a integrar al lenguaje de la obra. Por ejemplo,
entrar dentro de un módulo y salir segundos después mientras otro personaje
habla, o gatear por dentro de los módulos. La parte final en la escena en casa
de Gabriel hace un esmerado uso de estos recursos, pero decae ante el muy
básico trabajo de movimiento del único actor que se mueve. Nadie espera ver un
número de danza contemporánea, pero sí un despliegue corporal que esté a la
altura de la escenografía propuesta. De lejos, la escena mejor lograda
artísticamente es la del sueño de Enzo. En ella, confluyen con efectividad el
texto de la obra, el trabajo actoral del conjunto y el de movimiento corporal,
y el ambiente generado por el mobiliario, las luces y el sonido. Este pasaje
onírico muestra simultáneamente la sensación de encierro de Enzo, a merced de
sus demonios internos, y la absoluta libertad de La Hoz para llevar la escena
hasta los extremos.
Vive es una gesta personal y artística que, como se indica en su sinopsis, “celebra la libertad de ser uno mismo y
reflexiona sobre el riesgo de serlo en una sociedad conservadora como la
nuestra”. Es bueno que haya llegado a nuestros escenarios, tan bien
acompañada como lo ha estado. No compartimos la idea de que sea polémica, como
también se autodefine. Aunque quizás sí lo sea para sus creadores. Quizás lo
polémico del mensaje que se nos quiere hacer llegar sea que, a diferencia de
otras sociedades, la nuestra no ha avanzado un ápice en los últimos 30 años. Quizás. Que sea el público quien lo cavile.
David Huamán
24 de febrero de 2022
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