La realidad del hacer
“—No se olvide de una cosa –advirtió el director–:
Si encuentra el broche está salvada. Podrá seguir
viniendo a clases. Pero si no lo encuentra, tendrá que dejar la escuela.
De
inmediato su cara adquirió una intensa expresión. Pegó sus ojos a la cortina
examinando cada pliegue de arriba abajo, afanosa, sistemáticamente. Esta vez su
búsqueda fue mucho más lenta y cuidadosa, pero todos nosotros estábamos seguros
de que no perdía un segundo de su tiempo y de que estaba verdaderamente
excitada, no obstante que no hacía ningún esfuerzo para parecerlo.”
Un
actor se prepara, Konstantín Stanislavski
La Asociación Cultural
Kapchiy y Proyecto 88 sumaron esfuerzos para presentar Ya no tengo paciencia, un unipersonal escrito y dirigido por Henry
Sotomayor e interpretado –desde la virtualidad y en vivo– por Astrid
Villavicencio, durante una corta temporada de dos fechas en mayo del 2021. La obra gira en torno a las reflexiones de Gabriela, una actriz de
32 años, que sufre los efectos laborares producto de la pandemia y el
confinamiento obligatorio: la falta de trabajo, la explotación y la discriminación.
El texto de Sotomayor,
pensado originalmente para ser un montaje teatral (se entiende que presencial),
nos habla de las inmensas dificultades laborales que debe sufrir un artista en nuestro
medio. Más aún, en un contexto de crisis como el que hemos
vivido en los dos últimos años. Quizás sea este el mayor mérito de la
dramaturgia: retratar en clave de humor la problemática de la vida laboral de
un artista en este país que, paradójicamente, se ufana ante el mundo de su
riqueza cultural. Así, la dirección del mismo dramaturgo se esmera en dinamizar
el testimonio de la actriz, sacándole el jugo a la comedia y a la singular
ventaja que ofrece mover la única cámara a través del espacio. Este recurso
cinematográfico regala al público una serie de cuadros que acompañan las
diversas perspectivas del testimonio que se ofrece. Además, el uso mismo del
espacio, que no es sino la propia habitación de la actriz, es sumamente
funcional y dota a la obra de mucha realidad en el aspecto visual.
El trabajo de
Villavicencio ofrece gran intensidad física y compromiso con la visión del
dramaturgo y director, lo cual siempre se agradece. Mención
aparte merece el manejo de la cámara en el espacio, lo que de por sí demanda
una gran concentración. Sin embargo, y como hemos notado de manera frecuente en
otros montajes virtuales, el trabajo actoral per se resulta muy exagerado y, en
ocasiones, poco creíble para el espectador. Podría decirse que esta propuesta
sugiere que el personaje de Gabriela es todo lo “grande” y espontánea que cualquiera
de nosotros puede ser en la soledad de su habitación, sin la mirada de un
público real. Quizás la actriz (Villavicencio) y el director (Sotomayor) nos
plantean que Gabriela es así de histriónica siempre, y más aún si evoca juegos
de la niñez, o se sume en la frustración o en la desesperación en la intimidad
de su espacio. Habría que ver qué hacemos nosotros mismos cuando estamos solos
y encerrados. Y sin embargo, momentos como la escritura en la libreta (toma el
lápiz, mira hacia arriba y a un costado como buscando una idea, sonríe y
asiente porque ya encontró esa idea, vuelve la mirada al papel y escribe
sonriendo) nos hacen sospechar que, por momentos, la actriz se esmera más en
hacer como si estuviera realizando una acción, antes que hacer su acción
verdaderamente. Es decir, con verdad. En
estos casos, hay que decirlo, es responsabilidad del director detectar esos
momentos y encaminarlos en beneficio de la verdad que busca compartir con el
público.
Stanislavski decía que, en
escena, no se actuaba por actuar, sino que siempre debía existir un propósito.
Obras como Ya no tengo paciencia
dotan esta frase de un significado mayor cuando, a través de ella, miramos la
dura vida de un artista escénico y nos preguntamos qué sentido, qué propósito
puede tener tanto esfuerzo, tanto sacrificio y, en ocasiones, tanta ingratitud
del mundo con el accionar de su oficio. Cada uno de
nosotros responde a eso como buenamente puede. Y si la respuesta es, digamos,
aceptable, nos levantamos tercamente un día más, uno a la vez, y la luchamos en
este, nuestro oficio, el mejor de todo el mundo.
David Huamán
31 de diciembre de 2021
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