Entre Eros y Tánatos
Con Infortunio nos encontramos ante un dramaturgo (Gino
Luque) y un director (Mikhail Page) que han venido generando controversias
sobre sus trabajos, controversias muy saludables, porque permiten a doctos y
legos confrontarnos ante experiencias estéticas no concesivas en las que se
demanda una participación más activa y comprometida del espectador. El arte
teatral es un acontecimiento vivo y presente, siempre en constante evolución y
reflexión, donde la estética del acontecer nos sitúa en experiencias extra
cotidianas, que no siempre buscan la complacencia pero sí una vinculación y la
construcción compartida de un sentido, más allá de gustos y preferencias.
Del texto parte una exigencia hacia el espectador, cosa que
Page ha asumido con todo el compromiso que el riesgo de la creación también
exige; ética y moral no pueden estar al margen y si esto sucede es la negativa
del espectador a querer ver(se en) el mundo que habita, pues sí, el mundo de
hoy tan globalizado que ha modificado las fronteras de lo personal y de lo
íntimo por el uso de las redes sociales también ha permitido que construyamos
nuestros perfiles tal como queremos que nos vean y no siempre como en realidad
somos, en un mundo donde la violencia nos invade y donde la pregunta parece ser
si la pasión siempre nos conducirá a la tragedia. Así como con Tristán e
Isolda, no se puede dejar de pensar en Romeo y Julieta o en el triángulo de Bodas
de sangre, ¿es que tendremos que escoger entre lo que la sociedad demanda o lo
que sentimos quemándonos internamente?
Page construye sobre el escenario una poética de la cual
debemos ser cómplices para cerrar el momento, una poética que crea sus propias
convenciones de teatralidad desde las cuales debemos compartir una pasión que
se desborda en este mundo posmoderno, donde las circunstancias crean su propio
marco y que parecen haber estado dispuestas a la manera de un oráculo griego,
pero que en verdad son construidas por sus propios protagonistas. Eros y Tánatos
nos atrapan sin escapatoria.
Evidentemente no es una obra que concede, su trasgresión nos
obliga a responder si entramos, fisgoneamos mórbidamente o nos desprendemos
totalmente, no hay puntos intermedios. Nada hay naif, ni siquiera las citas
directas a determinadas películas y directores de cine que conectan una serie
de referentes que pertenecen al imaginario colectivo y que hacen un guiño a los
gustos estéticos del director.
Un montaje de atmósfera sórdida, construida por una acertada
iluminación (Carmenrosa Vargas), donde el erotismo y la sexualidad discurren
con una potencia avasalladora por este mundo perturbador cuyos personajes
parecen ser sus únicos habitantes. Si bien se puede caer en la tentación de
elogiar la dupla Iker (Eduardo Camino) y Amaia (Katerina D'Onofrio), los
trágicos amantes, en realidad es el cuarteto que se sostiene a sí mismo,
sumemos pues a Ainoa (Karina Jordán) y a Markel (Sebastián Monteghirfo), sus
respectivas parejas; sin embargo, pareciese que la velocidad del director
termina rebasando a todos. Lo que no desmerece el trabajo de sostener
presencias con personajes que construyen diferentes planos que se abren hasta
revelarnos mundos interiores de oscuras profundidades.
El espacio que busca ser funcional en los niveles y en su
ausencia de color, se presta muy bien para el juego escénico de la presencia
constante del otro, para la mirada del otro. La dirección de arte (Gisella
Ramírez), sin dejar de lado su enfoque minimalista, necesita exploraciones que
linden y acompañen los riesgos de la mirada del director. En este sentido, el
espacio permite que el espectador todavía tenga el chance de refugiarse en el
anonimato, algo que se construye en la relación de la escena con la sala; si el
texto puede convertirse en el gran pretexto para que el director grite aquello
que necesita gritar, el espacio debe convertirse en el adecuado soporte para
una teatralidad que no termina en el espacio de la representación.
“Diferente” es la palabra que suele acompañar a dramaturgo y
director cuando se refieren a la obra, algo innecesario pues la diferencia es
inherente a la creación artística. Page cumple su rol con eficacia y audacia en
un medio donde la búsqueda de la “buena puesta en escena” es la medida de la
creatividad. Definitivamente, complacencia y comodidad no es algo que
encontraremos en este montaje, pero sí casi dos horas de intensidad si
aceptamos el reto de sumergirnos en estos mundos posibles que solo el teatro es
capaz de darnos.
Beto Romero
23 de junio de 2017
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