El último paso de la razón es reconocer que hay infinidad de cosas que
la sobrepasan.
Del dramaturgo uruguayo Ricardo Prieto vimos el año pasado Los disfraces, un sólido montaje que nos mostraba el feroz enfrentamiento, con
fuertes connotaciones sexuales, entre una señorita y su mayordomo. El autor se
caracterizó en aquella oportunidad por un texto estilizado pero contundente,
que exploraba un sórdido juego de roles en el que nada era lo que parecía. Otra
obra del mismo autor se viene presentando actualmente en la Asociación Cultural
Campo Abierto de Miraflores, con la producción del novel Colectivo Caballo
Rojo, llamada Un tambor por único equipaje. Aquí también hay un enfrentamiento,
esta vez entre una doctora especialista en psicología y su paciente llamada
Ada. En el texto original, el protagonista es un doctor; este cambio de sexo
deja fuera cualquier tensión sexual, que hubiera sido interesante desarrollar,
y entra de lleno en una relación de índole maternal que no termina de cuajar.
Por otro lado, existen varios aciertos en el montaje que redimen esta
situación.
Ada (Talía Ganoza) es una mujer que permanece recluida en una
institución mental, ya que tiene fuertes alucinaciones; mientras que su doctora
(Gilda Alvarado) intenta recuperar la cordura de su paciente. Esta primera
escena de presentación necesita ser más orgánica y fluida, pues el diálogo de
las actrices se percibe algo afectado. Pero con la aparición de los personajes
ficticios de la mente de Ada, la puesta en escena va generando un mayor
interés. Si bien es cierto, la Vieja (Lourdes Sáenz) y el Niño (Satoshi Arakaki)
presentan una tosca caracterización (acaso un vestuario más surrealista hubiera
sido lo más indicado), es la presencia de la “pareja” de Ada, que responde al
nombre de Miguel (Luis Alberto Urrutia), la que termina por hacer despegar la
pieza. Con la aparición de esta entidad (que funciona como el verdadero
antagonista) comienza la progresiva pérdida de la cordura de la doctora.
El espacio que ofrece Campo Abierto resulta muy aprovechable, pero deben
tomarse en cuenta sus limitaciones acústicas: los gritos de los actores y la
música de fondo deben regularse para sumar al montaje. El director Carlos Acosta
(actor en Los disfraces), que también tiene en cartelera la excelente Tus amigos nunca te harían daño, consigue llevar la puesta en escena a buen puerto,
contando con la experiencia de un, por momentos, inmenso Urrutia, que resulta verdaderamente
inquietante en el escenario. Acosta ya había conseguido buenos resultados con
él en De repente, un beso (2011). Ricardo Prieto presenta con el siguiente
epígrafe, escrito por Pascal, el texto de Un tambor por único equipaje: “El último
paso de la razón es reconocer que hay infinidad de cosas que la sobrepasan”. Esta
pieza sí funciona al retratar la incapacidad del ser humano por (re)conocer al
100% los límites de la realidad, en donde la razón progresivamente va perdiendo
su sentido. Felicidades al Colectivo Caballo Rojo por su encomiable esfuerzo y le
auguramos un interesante futuro.
Sergio Velarde
18 de abril de 2014
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