viernes, 22 de febrero de 2019

Entrevista: CLAUDIA TANGOA

“Me interesan los procesos largos y acompañados”

San Bartolo (2018) fue una valiente apuesta teatral que abordó los escandalosos abusos cometidos por el Sodalicio. Escrita y dirigida por Alejandro Clavier y Claudia Tangoa, la puesta presentada en el Teatro La Plaza fue recompensada con el Premio Especial de Oficio Crítico. “Estudié parte de la Primaria en Tarapoto, mi familia es de la selva”, comenta Claudia. “En mi colegio en Lima no había teatro, pero sí ballet; había mucha disciplina, hacíamos cosas que nunca había hecho”. La exigencia física y la disciplina impartida en el curso le llamó la atención de Claudia, así como su particular música. “El ballet me exigía explorar y trabajar mi cuerpo de una manera no cotidiana, y me gustaba descubrir eso nuevo en mi”.

La importancia del trabajo de grupo

Claudia descubrió el teatro siendo adolescente, pero fuera de las aulas, en un grupo de teatro aficionado y autogestionado. “Estuve bastante tiempo (cuatro años) y había mucha entrega, teníamos talleres y luego presentaciones, que eran para todo público pero iba más la familia; nosotros vendíamos las entradas y trabajábamos todo el sábado y todo el domingo”. Para Claudia, la experiencia vivida le hizo identificarse con el trabajo teatral en grupo. “El teatro tuvo un efecto transformador en nuestras vidas, conservo muy buenos amigos de esa experiencia”. Agrega que fue muy enriquecedor encontrar y trabajar con todas aquellas personas que venían de realidades distintas. “Porque estábamos pasando por esa etapa tan difícil que es la adolescencia, en la que no estamos conformes con nuestro cuerpo, vivimos conflictuados con el mundo; fue un momento muy claro donde el teatro entró en nuestras vidas y nos empoderó, me sentía buena haciendo teatro. Como adolescente tenía muchas dudas pero sentí que era buena en esto, entonces empecé a producir y escribir”.

Una educación escolar sin talleres artísticos, específicamente de teatro, resulta a estas alturas desafortunada y hasta condenable. “Es importantísimo, te da disciplina, desarrollas otras habilidades, aprendes a trabajar en equipo, incentivas la creatividad y la sensibilidad”, opina Claudia sobre los cursos de Teatro en colegios. “Entrar en el chip del teatro es tener la mente abierta, cuestionarse todo el tiempo, poder atreverse a hacer cosas, porque si sientes miedo de hacer algo por temor a fallar, no lograrás nada; la idea es sentir que la vida es prueba y error, hay que darle esa otra mirada, otro filtro de ver las cosas”. Evidentemente, todavía tenemos un sistema castrador y castigador, y dado a la recompensa. “No permite que podamos descubrirnos a nosotros mismos; por ejemplo, veo a compañeros que vienen de colegios donde han hecho teatro y siento que hay una forma distinta de afrontar las cosas, menos limitadas, entran más al juego”.

El teatro como profesión

Claudia es egresada de Artes Escénicas, cuando esta estaba en la Facultad de Comunicaciones en la Universidad Católica. “Una profesora que me impactó mucho fue Bertha Pancorvo”, recuerda. “Tenía una forma de vivir como profesional del teatro, tenía disciplina, investigación; nos exigía de tal manera, que si tú querías vivir de esto, tenías que hacerlo en serio, sino serías un mediocre en tu trabajo; sentí que me exigió de una manera estimulante”. Por otro lado, Claudia tuvo como profesor de Dirección al consagrado Jorge Guerra, a quien califica de ser “un visionario como director, veía el potencial en el trabajo que le presentabas, leía lo que estaba escrito sobre la escena de otra forma; me hacía pensar que lo que yo creía, podía significar otras cosas”. Una persona que influenció mucho en las búsquedas escénicas de Claudia fue Carlos Cueva de LOT. “La experiencia en LOT me motivó a revisar y cuestionar lo aprendido en la universidad, me acercó a lo posdramático”. 

Algunos proyectos de Claudia que llamaron la atención de Oficio Crítico fueron Ausentes – Proyecto escénico (2016), en donde se encargó de la Dirección Teatral (la Dramaturgia estuvo a cargo de Claudia y Rodrigo Benza; y la Dirección General, de este último), en un montaje que habló sobre la la desigualdad, el manejo del poder, los intereses y las causas de los conflictos sociales en el Perú; Ñaña (2017), con su dramaturgia y dirección, mostrando la dura realidad de nuestra sociedad, llena de abuso sexual y violencia; y la ya citada San Bartolo. “La búsqueda que desarrollé cuando estudiaba en la universidad era la memoria personal como punto de partida para la creación, el trabajo del actor-creador”, refiere Claudia. En el 2012, se estrenó Proyecto 1980/2000, el tiempo que heredé como parte de la convocatoria “Ayudas a la Producción y Exhibición de Artes Escénicas en Perú” realizado por el Centro Cultural de España en Lima, en donde Claudia se encargó de la dirección y dramaturgia del montaje, al lado de Sebastián Rubio, con testimonios de los propios protagonistas. “Para mi, la propuesta partió del interés de trabajar con la biografía del actor/no actor, después lo reconocimos como teatro testimonial”.

El sólido trabajo escénico que significó Ñaña, le valió a Claudia una nominación para Oficio Crítico como mejor trabajo de dirección. El espectáculo contaba con las sentidas actuaciones de Anahí de Cárdenas y Verony Centeno, quienes interpretaban a dos hermanas que luchan por construir juntas un lugar al cual pertenecer, en medio de un caso de maltrato infantil basado en un testimonio de la vida real. “El proceso duró cuatro años de trabajo, fue la historia de mi hermana y la mía en el escenario; mi búsqueda escénica era abordar la historia de ella, pero lo que más me interesaba era cómo esta rebotaba en mí, en cómo era mi mirada sobre ella y viceversa, de nuestros encuentros y desencuentros”. Para Claudia, esta obra significó un proceso en el que tenía que enfocarse mucho más en el texto, esta vez no partía de la memoria de las actrices, partía de ella misma. “Era mi experiencia vivida pero traducida en la obra, había que probar el material con las actrices; me enfoqué en mi trabajo como dramaturga y directora, porque necesitaba una distancia con el tema, el tener estos roles me ayudaba a separarme de mi historia y tener lucidez a partir de esa distancia”. La obra abordaba temas muy claros, pero especialmente la distancia que separaba a estas dos hermanas que no lo son. “Son peruanas, pero con distintas crianzas; una con privilegios y la otra, sin ellos; decidí hacer el trabajo, porque sentí que podía interesarle a más gente”.

Atrocidades y religión

San Bartolo llegó al Teatro La Plaza a través de una invitación ofrecida a Alejandro Clavier (autor y director) para dirigir una obra en la programación para adultos. “Jano había viajado a un festival en Alemania y vio una obra sobre un pederasta belga; cuando regresaba a Lima pensó en el Sodalicio y ese fue el “link” con el tema”, comenta Claudia. “En un momento, me dijo que había que hacerlo juntos y me pareció bien, el caso es muy grande, habla de muchas cosas”. Ambos quisieron explorar cómo influye la religión en relación al cuerpo y a la sexualidad. “Creo que nos pasa a todos los que hemos tenido una crianza católica, a las mujeres se nos impone la imagen de la virgen, creo que nos influye de manera directa”. Claudia y Clavier trabajaron todo un año, discutiendo el concepto y la manera que abordarían el caso para contar los hechos. “Nos llenamos de información, entrevistamos a mucha gente, conseguimos aliados”.

Una realidad tan difícil de asimilar causó, sin duda, un doloroso efecto en Claudia. “Fue impactante, pensaba en las personas que habían sido capaces de hacer esto, con tanta energía negativa”, revela. “Tuve pesadillas durante algún tiempo, solo de pensar que hay personas vulnerables en espacios supuestamente seguros, como colegios, pero expuestos al peligro; yo tengo un sobrino, escuchaba de una pijamada y me preocupaba”. La investigación de Claudia y Clavier fue exhaustiva, accediendo a testimonios, no solo los propiciados por los periodistas Paola Ugaz y Pedro Salinas, sino incluso de casos de otros países. “Literalmente, hablábamos de San Bartolo todo el día; a mí me asustó saber que existen personas que tienen esos propósitos cerca a gente tan vulnerable, y fue impactante escuchar la valentía de los que han hecho frente al problema y que quieren rehacer su vida desde cero”.

En referencia al montaje en sí, Claudia y Clavier atravesaron un exigente proceso de selección para decidir qué aspectos del tema aparecerían o no en la puesta. “Especialmente, en torno al abuso sexual, ¿cómo hablar de algo que la gente no quiere escuchar y cómo no caer en el morbo? Porque fueron abusos sexuales, físicos y psicológicos; era importante que esté en el montaje, pues uno tiene que tener una posición en los trabajos que desarrolla”. Para Claudia, los procesos largos le resultan atractivos, ya que los temas que trabaja le exigen tanto que captan todo su tiempo. “Capturan tu emoción, creo que son como relaciones que uno tiene con las obras. Para empezar un nuevo proyecto, no me es tan fácil decidir cual es el siguiente tema que quiero abordar y prefiero darme un tiempo para pensarlo, pero tampoco puede ser mucho porque esta es una carrera en la que tienes que trabajar y no enfriarte”.

Claudia está concentrada en la reposición de San Bartolo en el Teatro Peruano Japonés, que va hasta el 2 de marzo, con funciones todos los días a las 8 pm, a excepción de los lunes y martes. Posteriormente, estará viajando durante el año. “Postulé a una residencia de directores que organiza la Fundación Teatro a Mil, el Teatro La Plaza, el Instituto Goethe y El Instituto Nacional de Artes Escénicas de Uruguay. Es el primer año que lo hacen con participación de peruanos y uruguayos; es una residencia que dura un año, ya fuimos a Chile, luego iremos a Alemania, después a Uruguay, y en enero regresaremos a Chile para ver los resultados de los avances. Prefiero no contar aún sobre qué es, pero estoy contenta porque me reta, va a ser un proceso largo y acompañado”, finaliza.

Sergio Velarde
22 de febrero de 2019 

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