lunes, 3 de julio de 2017

Crítica: EL PADRE

El doloroso exilio de la mente

Una vez más, el Teatro La Plaza ofrece al público una interesante propuesta, con un tema que toca las fibras más sensibles: el Alzheimer, esta enfermedad degenerativa, que por lo general se presenta en adultos mayores atacando su memoria, pensamiento y comportamiento.

Escrita por el novelista y dramaturgo francés Florian Zeller y dirigida por Juan Carlos Fisher, esta obra conduce al público a ponerse literalmente en la piel del personaje principal –El Padre- interpretado magistralmente por el  reconocido actor Osvaldo Cattone, a quien no había tenido oportunidad de ver antes en las tablas y, personalmente tuve la sensación de ser parte de una clase maestra de actuación durante la función. 

Una representación que sugería un drama absoluto (el afiche publicitario y el tema propuesto, así lo hacían previsible); sin embargo, los matices lúdicos en el desarrollo de la puesta fueron algo inesperado conectando al público rápidamente. La trama, evidentemente, gira en torno al Padre, un hombre ya adulto quien presenta drásticos cambios en su conducta (pasando por repentinos olvidos, descolocación de la realidad, alegría, sarcasmo, entre otros) situación con la que su hija –interpretada por Wendy Vásquez- tendrá que lidiar; luchando contra su deseo de realización personal versus el amor hacia su padre y la responsabilidad de hacerse cargo de la nueva condición en que les tocaba vivir a ambos, producto de esta enfermedad. 

Lo resaltante de la puesta es el laberinto en que se ve envuelto este Padre, que va perdiendo poco a poco los recuerdos más esenciales de su vida, enredando el pasado y presente, como por ejemplo: dónde vive, quiénes lo rodean, su propia rutina, entre otras cosas. El tiempo empieza a detenerse o incluso avanza como un rayo veloz, perdiendo al personaje en sus divagaciones y alucinaciones, aproximándolo a una realidad paralela creada por su propia mente; perdiendo también en este camino al espectador, quien debe salir de su zona de confort para vivir y entender la esencia de la historia. Completan el destacado elenco: Rómulo Assereto, Montserrat Brugué, Óscar López Arias y Michela Chale, con personajes clave que se mueven como piezas de ajedrez en escenas repetitivas y con una escenografía relevante que, induce a la audiencia a hacerse parte de lo que está sucediendo.

Conmovedora, definitivamente sí, la habilidad y genialidad de Osvaldo Cattone para generar risas y lágrimas en un solo acto, es brillante. Con una gestualidad cautivadora, movimientos corporales precisos y herramientas que solo un actor de primer nivel posee, va trasformando al Padre en un niño indefenso, que reclama con descomunal desgarro, el amor y la atención que merece. Con lo que las interrogantes del director, según sus propias palabras, salen a la luz y me permito hacerlas mías y de quienes lean estas líneas. ¿En qué momento nos convertimos en padres de nuestros padres? ¿Cómo se prepara uno para ese momento? ¿Seremos capaces de afrontarlo? ¿Vale más la propia felicidad que el bienestar de un padre (o madre)? Dejaré a cada uno la reflexión de las respuestas.

Maria Cristina Mory Cárdenas
3 de julio de 2007

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