Cordones, Sogas, Madre, Hija
Una actriz invade el espacio (Moca), hay tejidos en la pared central y un hilo grueso enredado que avecina desde la entrada. La presencia de la mujer es misteriosa, su corporalidad dibuja sensaciones con sus brazos, sus caderas, su rostro que se transfigura constantemente, sus dedos expresivos, sus piernas cuentan historias. Ella se manifiesta, dice algunas cosas, la voz es un timbre delicado y a la vez potente, retumba el lugar, sus ecos son acompasados, algo hipnotizante se muestra en la vibración del sonido.
Aparece la segunda actriz: ella es más joven (Jazmín Fernández), invade desde el fondo del escenario, desciende las escaleras, como si de un ángel se tratara. Hay una fuerza en su mirada, la fortaleza de sus pisadas y su postura decidida es enigmática ante la expectación de la sala; el encuentro de ambas, es una sensación tierna, un choque de fortaleza y debilidad, pero no la debilidad del débil imperecedero, sino la fragilidad de un momento quedo, de un permitirse débilmente amar, con pasión con entrega completa, un amor que trasciende los errores y las culpas o a veces solo malos entendidos. Ellas son madre e hija, juntas realizan una secuencia corporal verbal precisa y bien ejecutada, hay un buen ojo para dirigir tremendas personalidades, el trascurso de la historia trata sobre una relación de una madre y una hija, con sus pesares, sus sentires, sus dejares.
Lo más interesante es lo que causan ellas, hay una tormenta en su mirada, hay un trueno en sus pies, ambas parecen mimetizadas; la hija juega muy bien con el tiempo, se convierte en niña con la mirada tímida, sus trenzas inseguras enredan cariños y mimos, se torna adolescente con los ojos tercos, los brazos curiosos y el cuerpo aperturado a la ficción; crece, se casa, parte, se va, retorna. Todos estos momentos son acompasados por una presencia poderosa, la madre sacude sus cabellos y envuelve la expresión de la niña, arrulla la duda de la adolescente, tiñe de colores la decisión y el vestido de novia de la mujer.
El vínculo, que ambas componen, tiene una conexión más allá del cuerpo, su trabajo espiritual muestra una conexión áurica, un reflejo energético, una sensación que se acuna en nuestro corazón. El texto pasa a segundo plano por un instante, la sensación, el sentir explota en mi interior, me gusta la lucha que se desencadena entre ellas, hay un cuchillo que es un símbolo potente; es utilizado para romper cosas, para lastimar, para asesinar dependencias. Los momentos oníricos son especiales, los cuerpos se deforman, las miradas brillan con fuego de volcán en la oscuridad.
Una canción siempre suena en el espacio (Mi niña bonita), es el momento artístico de la madre, su cuerpo adquiere otro sentido, hay una docilidad en el manejo de energía muy particular, único; muestra la originalidad de la intérprete y se siente su trayectoria espiritual, su espíritu basto y pleno.
Las luces son simples, la presencia de ambas actrices enciende el lugar, acomoda los rincones y enaltece los colores, el uso de los objetos es particular, la presencia de una soga larga, tejida como un cordón umbilical permite que ambas se transfiguren en otras cosas, otros seres u otros estados de la materia; el no ser, la madre, la hija, pero también su negación, su no existencia o los recovecos absurdos que guardamos entre las partes de nuestro cuerpo. Hay pocos objetos dentro del espacio, una silla, un cubo y nada más; son distribuidos inteligentemente, hay una astucia espacial y de desplazamiento, una sensación me alude a la danza, como si ellas bailaran, quizá solo es un sueño más que se acurruca dentro de mis entrañas.
Rescato mucho el manejo de la voz, el lugar vibraba sus tonos, sus matices de forma muy elegante y llamativa saltaban, ambas voces se mesclaban con silencios, con retumbos, con exasperaciones y miedos. Los cuerpos se entendían muy bien, laxos, infinitos, atados a un mundo aparte desde la sombra de su presencia; los movimientos muy juguetones, espontáneos, perfectamente ecualizados como los timbres y como las cavilaciones del pensamiento entre los vínculos amorosos de la madre y la hija.
El texto es muy bueno (escrito por Sofia Rojas), su gramática, su literatura y sus versos, es ecuánime y fluye como el agua en un rio, suena armonioso por la cualidad de las actrices, pero camina orgánicamente por su cualidad esencial por su composición. Reflexiones miles dentro de mi mente, cómo alguien ama tanto, a mí me amarán tanto me pregunto; mi madre tal vez es la única que pueda amarme tanto, los hijos amamos distinto, porque miramos después. En cambio, los padres y la madre específicamente nos miran primero, esa mirada es una dirección de cariño que se devuelve en el rebote de nuestros ojos; hay un hilo, por eso se teje, por eso se alude a esas texturas, una conexión tan grande que se materializa en texturas invisibles como el cordón que en algún momento anido las voces y los corazones de la familia.
Moisés Aurazo
22 de julio de 2025
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