¿Cómo trabajar duro con honestidad?
Alguien en escena usa una máscara e
inevitablemente aparece la teatralidad. Utilería que nos induce a algo realista
y la iluminación, como el sonido, nos transporta a los lugares mencionados en
la obra. Es claro que se desarrolla la representación de algo. Según se
entiende, días previos a la muerte del actor Philip Seymour Hoffman. Pero vamos
por partes. Ese alguien en escena, ¿quién es?, ¿dónde está? Y sobre todo, para
que funcione, ¿qué quiere lograr? Tanto el personaje como el actor. Quiero
decir, ¿para qué se nos relata lo que se nos relata en escena?
Cualquier vida presentada o representada en
escena, en principio, al menos tiene que ser entendida. Y no me refiero a que
el público se lleve una idea concreta y cerrada, no. Sino a tan solo lograr
escuchar lo que se dice, porque para algo se dice. Entonces, ¿a quién le
hablamos cuando estamos en escena? ¿A sí mismo? ¿Alguien imaginario? ¿Una
imagen del pasado? ¿A mi yo futuro? Independientemente de eso, sabemos que hay
un público. Y es obvio que es para ellos. Entonces, ¿por qué hablar para
adentro? Los estímulos se dispersan y con ello la conexión con el espectador.
Se vuelve tediosa la escena, se pierde información, incluso el interés. A menos
que esa sea la intención...
Se nos representa así una mezcla entre
teatro realista, pues el uso de objetos y el comportamiento eran los precisos y
exactos mencionados en el relato, cayendo en gran parte del espectáculo en un
poco más de lo mismo. ¿Por qué graficar el conflicto? Además, este, cuando
aparece, es más fuerte que cualquier droga que se use para detenerlo. Dónde
quedó la ¿imaginación?, ¿exploraciones previas en el proceso creativo?, ¿composición?,
¿dirección? ¿Cuál sería aquella inspiración recogida de los últimos días del
actor?
Asimismo, la iluminación y los efectos de
sonidos transportan a distintas posibilidades que son desaprovechadas por la
composición escénica del cuerpo del actor, no se llega a lo surrealista ni a lo
absurdo, sino a algo que no tiene conclusión. Y sin ánimos de calificarlo o
adjudicarle alguna categoría teatral específica, la pregunta en cuestión es:
¿Para qué llevamos lo que llevamos a escena? Si bien es cierto existe un grado
de compromiso en el actor, entra a jugar, pero ¿hasta qué punto? Nos mira muy
pocas veces, la cabeza gacha, o “manías” adjudicadas al personaje hacen que no
se concreten las acciones. Juega solo y nos pierde. Quizá como parte del
personaje, pero este tampoco se encuentra compacto, en rigor, ni flexible. Hay
un desvarío entre los textos que va monologando, pero no pasan por el cuerpo
del actor, quien por cierto ha alterado su aspecto físico para lograr
representar al personaje. A estas alturas, solo queda mencionar que es muy
difícil ser honesto sin el reconocimiento del cuerpo propio y de los
otros.
La aparición de otro en escena (parte del
staff), le agrega un sentido lúdico a la escena, pero ¿cuál la necesidad? Se
genera un bombardeo de estímulos, todos como soporte gráfico del texto, no
permiten que el espectador sea libre de componer una poética propia a partir
del material propuesto. El trabajo se reduce a un sencillo relato, que nos cuenta
los últimos días de un famoso actor, pero ¿qué pasa con las personas que no
conocen nada, ni referencias, ni tiene afinidad por este?
Tan simple; darle el tratado de ser
alguien, está en alguna parte, quiere algo y tiene el impedimento de lograrlo. Volver
a las bases del juego, luego se sigue el impulso creador. La sencilla y puntual
situación. O las circunstancias que se van comprendiendo en el transcurso del
monólogo, pero sin lo básico, solo se dice un texto que, en este caso, no se
logró escuchar ni entender para qué se decía al cien por ciento.
Conny
Betzabé
21 de marzo de 2023
1 comentario:
Un espectáculo lamentable con una actuación impropia de alguien que se hace llamar actor.
(Firmado: Yoska Lázaro, el actor de la obra)
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