domingo, 8 de mayo de 2022

Crítica: SOY JOSÉ MAMANI


¿Para qué ser Mamani, si puedo ser Justin Bieber? 

Nadie puede negar la relevante influencia de la globalización en los países subdesarrollados; en especial, dentro de la personalidad de su juventud que absorbe cantidades cuantiosas de publicidad sobre las nuevas tendencias en modas, vivienda, lenguaje, redes sociales, entre otros aspectos generales. Por ello, La Negra Asociación Cultural de la ciudad de Puno trae a escena el evidente síntoma de la alienación tan contagiosa que choca contra los orígenes autóctonos de una cultura en su adaptación de la obra Soy José Mamani del chileno Fernando Montanares, bajo la dirección de Julissa Paredes y protagonizada por Gustavo Quispe (como José Mamani) y Romina Paredes (como la psicóloga).

La ficción cuenta los problemas de identidad de un joven aymara, quien se considera alejado de todo tipo de parentesco con los “eso” -forma despectiva de referirse a su linaje-. En medio de la terapia que lleva, su psicóloga hará lo posible por encontrar la razón de esta negación violenta, a tal punto que los pensamientos retrospectivos, la carga de la herencia y la realidad se entremezclan. Bajo este sólido argumento la obra se figura como una fuerte crítica a la figura comercial captada por las almas más joviales de la sociedad peruana actual. Ese deseo de acercarse a pertenecer a las altas esferas, tener belleza estética o consumir productos costosos y que contrae la degradación de la personalidad cultural de uno mismo es sintetizado en un brillante montaje capaz de llevarnos a cuestionamientos muy profundos.

Cada elemento de la propuesta está bien colocado: desde la composición del espacio hasta la interpretación de los actores. Su genialidad viene directa de la esencia; se siente un verdadero teatro hecho en provincia. La escenografía nos da la lectura de características de la sierra peruana, incluido el vestuario, las proyecciones de imágenes y el uso de la máscara como un tercer personaje dentro de la trama. Eso en contraste con el personaje de Quispe le da mayor peso a la temática. Aunque por momentos el actor pareciera manejar un solo matiz para todo, poco a poco el ritmo lo hace entregado a los impulsos del cuerpo, logrando mucha verdad y correctas reacciones con su también impecable compañera de escena. El trabajo de Paredes resulta el de mejor progresión dramática. Empezando por lo pasivo e inerte de las expresiones y la corporalidad (casi parecido a un autómata dando terapia), para luego convertirse en la antítesis perfecta de “José Mamani” a lo largo de la función. 

La acertada mirada de la directora en cuestión de relacionar espectáculo con crítica social es admirable, muy fuera del cada vez más común teatro capitalino. No hay duda que hace mucho tiempo las producciones del cine y el teatro de provincia rompen esquemas repetitivos y gastados de la cartelera limeña para entonces brindar nuevos horizontes creativos. 

Tras unas breves funciones en el teatro de la Asociación de Artistas Aficionados y nuevas presentaciones en el escenario arequipeño, nos queda estar atentos a otras temporadas y proyectos de esta sala independiente. 

Christopher Cruzado

8 de mayo de 2022

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