miércoles, 18 de mayo de 2022

Crítica: JUAN ESTÁ MUERTO


Humanidad: acciones justas / injustas

Cuando mencionamos la palabra “teatro”, la primera imagen que llega a nuestra mente es una infraestructura con un escenario, varios intérpretes sobre ella y muchas butacas ocupadas por los espectadores. Tal vez la primera impresión nos remite a pensar que toda obra dramática se realiza en un teatro. Pero esa ley no se cumple siempre. En realidad, se puede hacer teatro sin un teatro, esa gran infraestructura. Pues para hacer teatro solo basta un homo sapiens -que sabe que va a hacer teatro- con todos sus conflictos y una historia. Así, ese lugar amplio se convierte en un espacio que puede ser adaptado o reemplazado. Juan está muerto, dirigida por Omar Velásquez, pertenece a ese cúmulo de obras que alguna vez se montaron en casas, parques, plazas, etc., que fueron adecuados para presentaciones teatrales. En este caso, Velásquez representó su obra junto a otros intérpretes, como Miriam Guevara, Daniel Suarez, Luis Cárdenas-Natteri y David Huamán. Además, el proyecto fue presentado por la agrupación teatral Butaca Arte & Comunicación en la Asociación Cultural Campo Abierto.

Para representar esta historia, Velásquez se basó en su texto Juan está muerto. La dramaturgia textual de la obra se puede descomponer en dos partes. Por un lado, el director cuenta lo que sucedió después de la muerte de Juan; aquí se puede apreciar la situación dramática, las relaciones de los personajes y los conflictos internos de los personajes secundarios. Por otro lado, Velásquez inserta los hechos más importantes que ocurrieron antes del asesinato de Juan; en otras palabras, se centra en los acontecimientos que giran en torno al héroe y sus motivaciones, información ya sabida en la primera parte. En ese sentido, la dramaturgia de la obra, a pesar de la complejidad de los temas de fondo, no generaba sorpresa en el espectador, pues el final de la historia ya había sido contado en la primera parte.

La obra inició con un cuadro inmejorable: los colores, las posiciones de los objetos y sobre todo la imagen corporal de la intérprete que generó un ambiente fúnebre. Esto contextualizó al espectador y lo ubicó en la situación dramática. Además, los cambios de escena fueron ordenados; es decir, no generaron disturbios en la obra y era visible que la situación era distinta, a pesar de estar en el mismo espacio. Por otro lado, Velásquez combinó estilos, pues desde la dramaturgia poseía un carácter clásico y, cuando los intérpretes decían sus parlamentos, los hacían desde el realismo. Sin embargo, en algunos momentos la música de fondo se proyectaba tanto, que lo convertía en una situación “sobredramática”. En ese sentido, por el uso desnivelado del último recurso, a veces explicaban al espectador lo que sucedía en escena.

¿Nuestro fin justifican los medios? ¿Nos definen nuestras acciones o nuestro objetivo? ¿Sería injusto si prefiero mis objetivos individuales? ¿Sería egoísta y deleznable si antepongo mi satisfacción individual antes que la grupal? ¿El ser humano se vuelve egoísta porque tiene poder o esa es su naturaleza? ¿Qué es la justicia? ¿Qué significa ser justos? ¿El amor es justo? Esas preguntas devienen luego de ver la obra, pues a pesar de la forma de la dramaturgia, el fondo es filosófico porque trata sobre temas universales del ser humano. En ese sentido, Juan está muerto es una obra que busca la reflexión del espectador, aparte de solo entretenerlo. 

En resumen, el call to action de la obra es claro. El espectáculo genera preguntas de temas universales, en tanto que trata del hombre y sus actos. Además, la composición entre la escenografía y el juego de los actores fue inmejorable.

Elio Rodríguez

18 de mayo de 2022   

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