Pienso, luego existo
“Te traicioné”, dijo ella sin rodeos.
"Te
traicioné", dijo él.
Ella le dio otra rápida mirada de asco.
1984 de George Orwell
Qué duda cabe de que la X Productora ha
apostado, desde su creación hace cinco años, por la difusión de la cultura a
través del arte escénico de calidad en nuestro medio. Caroll Chiara, su principal promotora, es la
artífice de que esta organización tenga en su haber espectáculos como Vergüenzas: Cajamarca 1953, El día en que cargué a mi madre, Muros, entre otros. Más recientemente se le unió el reconocido actor y dramaturgo Paco
Varela, y desde entonces, la prolífica labor de esta casa productora ha sido
imparable. Ni siquiera el forzoso e incierto standby del teatro presencial en
el 2020 los detuvo. Por el contrario, supo aprovechar la ola de la virtualidad
en nuestro medio, y ofreció a su público nada menos que trece (¡trece!)
temporadas de teatro virtual transmitido en vivo, bajo el nombre de “Tres x
uno”. Cada una de estas temporadas presentó tres microobras que tenían un tema
en común.
Como ya hemos dicho
líneas arriba, la labor de la X Productora ha sido imparable, incluso en los
momentos más aciagos del año. Quizás el que les tocó
vivir ad portas del estreno de su undécima temporada, en el mes de noviembre,
fue el más aciago de todos. Nos referimos, claro, a la crisis política que
desplazó a un segundo plano a la mismísima crisis sanitaria. Como se recuerda,
gran parte de los colectivos teatrales y casas productoras suspendieron su
labor, en sintonía con la honda preocupación que esta nueva crisis nos
demandaba como sociedad. La X Productora, cómo no, también pospuso el estreno
de su nueva temporada. Sin embargo, una de las microobras que la componía tenía
un mensaje que merecía ser escuchado, incluso en esos momentos. O, más bien,
precisamente en ellos. Así, decidieron grabarla, ofrecerla de manera gratuita
en la plataforma de YouTube aquí, y hacer patria
desde su tribuna. Nos referimos a Yo pienso, obra escrita y dirigida por
Paco Varela, y que contó con las actuaciones de Camila Mac Lennan y Caroll
Chiara.
El texto de Varela nos
sitúa en un futuro distópico, a 33 años de nuestro presente, en el que la
humanidad ha sido despojada de la libertad de opinión por el Sistema, un
sistema (valga la redundancia) de gobierno que ha reemplazado al de los
Estados, probando ser mucho más eficiente que estos. Una
comunicadora social ha sido detenida y somos testigos de su interrogatorio y
tortura, que buscan una declaración de culpabilidad por el crimen de disentir
de los métodos que el Sistema emplea para gobernar. Una clara referencia al crimental o thoughtcrime,
neologismo acuñado por George Orwell en su celebérrima novela 1984, que también versa sobre un futuro
distópico de características semejantes, y que advierte a la humanidad sobre
los peligros de regímenes totalitarios, como el de la Unión Soviética en plena
Guerra Fría.
De lejos, lo más resaltante de este montaje es el componente actoral. Mac Lennan y Chiara ofrecen un trabajo tan real como perturbador. Mac Lennan interpreta a Roxana Flores (o “Camarada Flor”, como la llama la agente del Sistema), la comunicadora social que ha sido torturada durante 24 horas, en búsqueda de una confesión. La interpretación de esta mujer atormentada y al borde de la desesperación, sosteniéndose de su convicción como de un clavo, quizás el último vestigio de su dignidad, es sobrecogedora. La de Mac Lennan es una interpretación sin reservas, expuesta como una herida quemante. Juega en pared con Chiara que, en contraste, interpreta con una frialdad sin fisuras (hasta cierto momento) a la Capitana Beatriz Ferro, la agente del Sistema encargada de conducir el cruel interrogatorio. Durante gran parte de la pieza no sabemos si su personaje es real o es una simulación, una proyección virtual, creada por el indolente Sistema. Es casi un placer escuchar las didácticas explicaciones que este personaje ofrece, elaboradas con exquisitez. Y es una sorpresa descubrir que, a lo mejor, sí se trata de un ser humano. O no. A lo ¿mejor?, es un truco, una artimaña más del Sistema, jugando al policía bueno y al policía malo, buscando vulnerar la voluntad de Flores.
Es necesario resaltar los
méritos del trabajo actoral para, a partir de él, observar algunos aspectos de
la historia que se nos cuenta y que nos llaman la atención. La dramaturgia dedica gran parte del texto a poner en autos al
espectador sobre el universo en el que estos personajes existen. Esto no sería
un problema si en ello también se entendiera qué está sucediendo con los
personajes, y cómo se van transformando conforme se va desarrollando la acción.
Sin embargo, algo no parece estar bien con Roxana Flores, el personaje de Mac
Lennan. Durante la mayor parte del tiempo, ella se comporta como si no viviera su
día a día en la realidad de la obra. Más bien, da la impresión de haberse ido a
dormir en el 2020 y haber despertado en el 2054 sin saberlo. La forma en la que
habla y argumenta es propia de alguien que vive en nuestro tiempo y no en esta
distopía. Así, describe como “ilegal” su detención y acusa como “faltante” la
libertad de opinión. Uno se pregunta en dónde vive esta mujer que, siendo
comunicadora social, no sabe que la libertad de opinión desapareció treinta
años atrás, que está penado por ley
opinar en contra del gobierno y que, por tanto, su detención, aunque inmoral,
es LEGAL. Precisamente por eso, este futuro es distópico. Hay momentos en los
que sí parece saber (o recordar) en qué contexto vive y su categórico “yo
pienso” es convicción y denuncia. Así, su personaje transita entre la
perplejidad legal, la reafirmación de su derecho y la agonía de su dolor. Sin
embargo, no exhibe dudas o reconsideraciones. Nada parece quebrar su férrea
convicción. Nada. Apenas si hay un reflejo de levísima duda cuando solicita
dirigirse al resto de la humanidad. Pero esta duda no es sino un truco.
Estamos, pues, ante un personaje que se retuerce de dolor, pero que permanece
inmutable, que no cambia. Quien sí describe un arco, una transformación en esta
historia, es el personaje de Chiara. Es el agente opresor quien termina siendo
evangelizado ante la convicción del oprimido. Por supuesto, esta fórmula podría
ser perfectamente válida, pero para ello haría falta que conociéramos más sobre
el camino que Roxana Flores ha recorrido y que la han llevado a defender,
incluso a costa de su vida, la libertad de opinión, la suya y la de la
humanidad entera. Al no contar con este elemento en la dramaturgia, recaería en
manos de la dirección la tarea de describir el viaje de sus personajes a través
de su visión de la obra, precisamente para que podamos identificarnos con
ellos. Pero esto tampoco sucede aquí. Somos capaces de identificar nuestra miseria con la de la Capitana Ferro,
que se alinea ante la cámara, pero que disiente por lo bajo y que teme por su
vida a pesar de ser un agente del Sistema. ¿Pero cómo
hacerlo ante una Roxana Flores que nunca flaquea, que no se permite dudar, que
no parece tentarse jamás con capitular para dejar de sufrir? La vida de los
santos es edificante cuando sabemos que no siempre estuvieron en un altar, sino
que caminaron en este mundo y lo padecieron, como cualquiera de nosotros.
En general, consideramos
que Yo pienso cumple bien con la
entrañable función de recordarnos la existencia de algo valiosísimo que la
humanidad se ha ganado a pulso y que, hoy por hoy, la define: su voz. La libertad de comunicar al otro lo que se gesta en su fuero
interno, precisamente para acercar al otro y hacerlo su semejante en la
comprensión. En tiempos como este, en donde la distopía del futuro nos alcanza
en un mundo de trivialidad, bullicio y posverdad que sepulta la voz de la
inteligencia humana, cabe recordar cuán fácil es traicionar esa voz. No solo a la del otro, a ese que miramos con asco,
sino a la de aquel que nos mira, sin reconocernos, del otro lado del espejo.
David Huamán
4 de enero de 2021
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