Destierro distópico
El joven colectivo Reteatrando Producciones viene
representando ya dos montajes escritos por el galardonado dramaturgo venezolano
Pablo García Gámez: en ¡Qué noche tan linda! (2018), adaptación de la original
llamada simplemente Noche tan linda, un muchacho transexual debe luchar para que
lo acepten como es; y en Blanco (2019), se nos presenta una sociedad distópica en
la que la estética es el único requisito necesario para pertenecer a ella.
Pertinente en nuestra actual sociedad, en la que nuestros hermanos venezolanos deben
aprender a convivir a diario con nosotros lejos de su patria, la dramaturgia de
García Gámez cobra una particular relevancia. Tal como lo menciona él mismo en
una reciente entrevista, sus piezas abarcan varias temáticas, como la memoria,
el olvido y especialmente, el desarraigo del ser humano, que se convierte en el
“otro” por el simple hecho de estar al margen, en la periferia.
Presentada en la Casa Cultural Amaru de Barranco, un espacio
no convencional para espectáculos teatrales, la puesta de Blanco debe enfrentar
un primer obstáculo: hacer creíble el contexto surreal que el autor propone. En
ese sentido, más allá del buen aprovechamiento del limitado lugar por parte del
director Gabriel Rossel, las esforzadas y enérgicas actuaciones de Eduardo
Bazán y Alberto Vidarte logran conectar con el púbico de a pocos hasta situarlo
en su universo particular. Ellos interpretan a Uno y Otro, adoradores de un
dios llamado Totomoch y habitantes de una sociedad en la que está prohibido
cualquier atisbo de anti-estética. Aquellos (los “aquellos”) que no cumplan estos
requisitos serán desterrados del lugar, sin zapatos, hacia un ardiente
desierto. La tensa lucha por el poder y la sumisión entre los personajes
mencionados, así como la titánica tarea de mantener la ilusión de este contexto
en el espectador, sean acaso las principales virtudes del trabajo en conjunto
de Bazán y Vidarte en la primera hora de Blanco.
Hacia el final aparece previsiblemente el tercer personaje,
uno de los “aquellos” (Edgard Linares), que es cuando se resuelve de manera
sorpresiva el conflicto, simbolizando muy bien el círculo vicioso en el que se
encuentra nuestro deseo de jerarquizar y no ser jerarquizado, tan inherente en
el ser humano. Rossel, quien ya había dado muestras de talento en La Dieta Eterna (2015), arriesga con este complejo texto de García Gámez, logrando
transmitir con una propuesta estética bastante particular (en el aséptico maquillaje
y el trabajo físico, especialmente) el válido mensaje del autor. Bien por el
colectivo Retratando Producciones, que viene apostando por producciones no
convencionales, como Blanco, que encierran contundentes reflexiones hacia una sociedad como
la nuestra, con tantas heridas por sanar y tantos complejos por sacudir.
Sergio Velarde
24 de noviembre de 2019
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