Respeto en la familia
Imparable como él solo, Gianfranco Mejía vuelve a la carga,
esta vez, con una comedia familiar que estrenara en abril del año pasado, Hogar
dulce hogar, ambientada en época navideña y que llegó como reestreno en octubre
al Teatro Auditorio Miraflores de la mano de Mever Producciones. Vale la pena
reseñar aquella puesta en mención para reflexionar sobre la problemática que
enfrenta el teatro independiente, en relación a la cantidad de público
asistente, pero también en resaltar aquello que el espectador supuestamente
“quiere ver”, así como los requisitos básicos que deben cumplirse desde la
platea para apreciar un espectáculo teatral. Llenar un recinto teatral en una
temporada es motivo de celebración, pero no es necesariamente sinónimo de
calidad; eso sí, revela la enorme responsabilidad de los creadores con respecto
a su público cautivo.
La trama de Hogar dulce hogar involucra a una familia
disfuncional en los días previos a la Navidad. La madre (Haydée Cáceres)
enviudó y ya tiene un nuevo compromiso (Pedro Olórtegui); esta relación no es
del agrado ni del abuelo alcohólico (Ricardo Morante) ni de los hijos menores
(Ximena Fukuda y el mismo Mejía). Tampoco ayuda la situación sentimental de la
hija mayor (Patricia Moncada), pues su nuevo y estrafalario enamorado (Jeffrie Fuster)
le resulta antipático a la familia. Incansable y con las mejores intenciones,
Mejía asume dramaturgia, dirección y actuación en su montaje, hecho que
probablemente desanimaría a cualquier artista, pero que Mejía asume con
convicción. Sin embargo, su puesta no deja de ser un entretenimiento pasajero,
con algunos aciertos puntuales, especialmente en las escenas de Cáceres y
Morante, pero también con el inevitable y prescindible mensaje final de
celebración de la Navidad, en el que cada actor manifiesta lo “bonito” de ese
día. Eso sí, con muchas risas que arranca fácilmente ese excelente actor que es
Fuster, quien asume un personaje que pareciera haber salido de otra obra, con
sus lentes de botella y corbata michi.
El numeroso público que acompaña a Mejía (y que puede verse
en lo selfies que se hace con el sonriente elenco en cada función) debería ser
respetado, pero sobre todo, educado. El equipo de producción de Mejía tiene que
tomar cartas en el asunto. Más allá de la calidad del espectáculo, es necesario
que los espectadores sean puntuales y si no lo son, pues no deberían entrar a
sala, cuchicheando y dejando entrar bulla del exterior, ¡casi una hora después
de iniciada la función! La noche que asistió Oficio Crítico, el último
espectador ingresó a las 9:30 pm, cuando la función debió comenzar 8:30 pm y este
además ¡era un actor! Además, no es posible que los espectadores coman y usen
su celular durante la función; para eso, debe haber personal en platea que se
encargue de hacer respetar su propio montaje. Hogar dulce hogar alcanza su
mejor momento dramático con el personaje de Cáceres (justamente vitoreada por el público)
poniendo en su sitio al joven elenco, demostrando su larga trayectoria y oficio
en tablas, que debería ser respetada por un público que necesita urgentemente
educación.
Sergio Velarde
10 de noviembre de 2019
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