Notable drama urbano
Ya era hora. El Ministerio de Cultura se animó (por fin) a materializar
un proyecto de artes escénicas y producir así, su primer montaje teatral en el
Teatro Mario Vargas Llosa de la Biblioteca Nacional con entrada gratuita. Dirigida
por el experimentado Carlos Tolentino, la obra en cuestión es Cruzar la calle
de Daniel Amaru Silva, pieza ganadora del Concurso Nacional de Nueva
Dramaturgia Peruana 2014. Es de esperar que las expectativas hayan sido altas,
tratándose de un director capaz de realizar obras maestras como Azul resplandor, como también puestas en escena tan transgresoras como Jardín de colores; de un joven escritor responsable de textos con estilos tan diferentes
como Power Off, Presunto culpable o ¿Eres tú, pequeño?; o de un organismo del
mismísimo aparato estatal, detrás de un proyecto artístico. Y podemos afirmar,
con la mayor discreción, que los resultados sobrepasan cualquier expectativa.
La historia comienza cuando un perro es atropellado por una
motocicleta, hecho que Amaru Silva presenció en la vida real y que lo
motivó a escribir la historia de cinco limeños comunes y corrientes, presos no
solo de una caótica ciudad, sino también por sus propias frustraciones. El
dueño del perro (Julián Legaspi) vive recluido y atormentado por la muerte de
su esposa, situación que será agravada por la pérdida de su mascota. Hasta su
casa llega una señora de limpieza (Elsa Olivero), que no solo genera en él un
sentimiento especial, sino que ella es además, la esposa del motociclista (un
conmovedor Rolando Reaño), un repartidor a domicilio de pollos a la brasa
venido a menos, que atropelló al can. Un joven que presenció el accidente (un Alaín
Salinas en pleno ascenso) queda tan impactado con el hecho que decide buscar al
motociclista, quedando prendado, sin saberlo, de su atípica hija (Stephanie
Enríquez, feliz descubrimiento). Amaru Silva consigue darle coherencia y verdad
a sus cinco personajes, en una historia urbana llena de matices que aborda
temas tan complicados como la soledad, la discriminación, la violencia familiar
y las disfuncionales relaciones entre padres e hijos, bien orquestada por
Tolentino, que no permite que el
melodrama cunda hacia el final del montaje.
Pues bien, el director consigue aquí un sano equilibrio entre su particular
lenguaje escénico y los diálogos que el autor plantea. Y es que todos los
símbolos en el escenario quedan plenamente justificados, sin caer en la
saturación que el mismo director les diera en Japón; ni el arbitrario exceso,
en Jardín de colores. Todo, desde las estructuras huecas para cada personaje,
hasta los panes dentro de los delantales y las chalinas destejidas, se
encuentra justificado y contenido, sin estorbar el desarrollo de la historia. Y
viniendo de Tolentino, hasta el molesto ruido de las estructuras al moverse,
pareciera representar a la desesperante bulla que nos acompaña a diario en nuestra
capital. Cruzar la calle (“drama de enredos por un perro atropellado”, según el
autor) representa un triunfo en varios aspectos: consolida a Amaru Silva como uno de los
mejores dramaturgos jóvenes del momento; muestra a una entidad estatal genuinamente
interesada en propiciar un espectáculo de Arte; y nos devuelve a un Tolentino
en su mejor forma, prudente de no caer en las tentaciones del exceso.
Sergio Velarde
23 de agosto de 2015
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